Esta entrevista se publicó originalmente en LA NACION revista el 10 de agosto de 1980.
Es un actor cómico muy, pero muy serio, que habla rápido, desconfía de los que cuentan demasiadas cosas y no le cree mucho a nadie. Contradictorio, verborrágico y brillante, Tato Bores demuestra que él "siempre tiene razón".
Acaba de grabar el primer bloque de su programa y entra en el camarín para el cambio de ropas. Bajo, morrudo, pero ágil, con aspecto decididamente formal, Tato Bores es igual que su imagen en pantalla pero serio, muy serio. Casi a punto del fastidio. Sin duda, impaciente.
Fui teniendo éxito con el público, que lo tuve desde el primer día... Porque soy un tipo sin fracasos.
Cuando invita a pasar, ya vestido para el monólogo, inaugura el encuentro con un comentario protestón, como para no desmentir lo que el gesto prometía: "El camarín es un desastre. Todos los camarines son un desastre, siempre".
–Los del San Martín no, son comodísimos.
–Sí, me dijeron, pero yo no trabajé nunca en el San Martín. Una vez Kive Staif me propuso hacer, con Dringue Farías y Niní Marshall, una historia retrospectiva del teatro. Pero no quise, no tenía sentido, porque yo pertenecía a una época posterior.
–Podría haber cubierto "su" época.
–Hubiera necesitado datos y yo tiro todo, no guardo nada. Además no tengo repertorio, ni rutina, ni nada. No me gusta tener rutina. ¿Qué más? ¿Esto lo está grabando?
–Lo estoy grabando. Cuénteme de la película que filma con Olmedo y Graciela Alfano. ¿Le gusta?
–Sí, es algo totalmente distinto, no tiene nada que ver conmigo. Es una comedia brillante, pienso. Mi personaje me resulta muy difícil. Ellos confían en que lo voy a hacer bien y yo estoy muy preocupado porque es un tipo serio...
–Pero usted es serio. ¿O no es realmente un hombre serio?
–No demasiado. Pienso que son etapas. De jovencito yo era realmente un tipo muy gracioso y me animaba a más cosas. A medida que fui teniendo éxito con el público, que lo tuve desde el primer día... Porque soy un tipo sin fracasos. Yo tengo una trayectoria...
–¿Cuánto hace que empezó?
–Hace 35 años. Entonces, como le decía, a medida que iba teniendo más éxito y más responsabilidad, dejé de ser un tipo gracioso para hacer todo más elaborado. Es que tengo mucha vergüenza; no puedo salir a contar los cuentos que hice hace veinte años. No importa si los recuerdan o no. Basta que yo reconozca el cuento y me siento muy mal. No lo puedo soportar; me hace sentir jovatón. ¿Por qué uno tiene que hablar de uno mismo en un reportaje?
–Es lo que se estila cuando el reportaje se lo hacen a uno. ¿Cómo empezó a hablar tan rápido?
–Nunca fui lerdo, siempre me gustó exponer rápido lo que tenía que decir en un escenario. No se olvide de que comencé en el teatro de revistas. Allí estuve nueve años y observaba a los demás; pensaba para mí: este señor explica demasiado el chiste, este otro lo dice bien pero después recalca la gracia que hizo. Así es como yo ni lo explico ni digo qué me pareció. En un principio empecé a hablar rápido porque no me dejaban estar mucho en el escenario, además, en esa época éramos muchos los actores que formábamos un elenco. Después, cuando inicié mi programa en televisión, hace 19 años, los monólogos resultaban un poco extensos y para poder decir todo lo que estaba escrito también había que hablar rápido. Ahora me acostumbré y si lo quiero hacer despacio no me sale. Pero, ¡ojo!, cuando quiero que se entienda, paro y hablo despacio. No me gusta que a nadie se le pase un chiste.
–¿Cuál es su cómico favorito?
–No tengo predilecciones. Pero Carlitos Chaplin, sir Charles Spencer Chaplin, era algo fuera de serie.
–Preguntaba por el ídolo de aquel chico Tato.
–Cuando chico era un enloquecido de los Hermanos Marx: Una noche en la ópera la debo haber visto 14 veces, por lo menos. Desde entonces ya me gustaba ese humor desopilante, de antología. Con Jerry Lewis puedo llegar a morirme. Y la crítica de nuestro medio lo trató siempre muy mal. Apenas ahora... En fin, muchas veces el especializado no ha sido justo y debe retractarse. ¿Esta es una nota de relleno?
–No. Es una nota a Tato Bores.
–Porque las revistas necesitan llenar tantas páginas y lo usan a uno de relleno.
–¿Por eso es poco accesible?
–Por eso me niego permanentemente. Esta vez usted es la prueba de que no soy un tipo inaccesible. Pero hay abusos. Hacen fotos, reportajes, y no los publican. Los periodistas están muy malos, agresivos; en especial con la gente del mundo artístico.
–¿Qué fue lo que lo puso así?
–A mí me han hecho ya las mil y una. Los otros días, una periodista interrumpió la filmación y a Olmedo y a mí nos decía: "A ver, ustedes, pónganse acá... No, muévanse para acá. Ustedes, vengan". El maltrato. Por eso el cartel que tenía en el programa: "Frank Sinatra tiene razón".
–¿Por las trompadas que les dedica a los periodistas?
–Porque no pueden llegar a él.
–¿Lo veremos a Tato escoltado por guardaespaldas?
–No, pero no crea que a mí me encuentran fácilmente.
–¿Prefiere la televisión?
–Es el medio donde mejor me muevo y tiene mejores posibilidades.
–Y tiene un público seguro...
–Sí, tengo un público seguro, pero me rompo todo por ese público.
¿Por qué la elegimos?
A lo largo de más de 50 años de trayectoria, Mauricio Borensztein (1925-1996), conocido popularmente como Tato Bores, no solo fue una figura destacada del teatro de revistas, el cine y la televisión, sino que también encarnó un inigualable modo de hacer humor político. Sus inteligentes y desopilantes monólogos, formulados a una velocidad sorprendente, fueron parte de la vida de varias generaciones de televidentes que, además del respiro de la risa, encontraban en ellos desenfadadas reflexiones sobre la cambiante realidad nacional.