Tagore: el Nobel bengalí y un encuentro trascendental con su amiga Victoria Ocampo
Hoy se cumplen 160 años del nacimiento del poeta hindú; en la primavera de 1924, llegó a Buenos Aires y forjó amistad con la creadora de “Sur”
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“En septiembre de 1924 se anunció que Rabindranath Tagore pasaría por Buenos Aires, rumbo a Lima -evoca Victoria Ocampo en el segundo tomo de Testimonios-. Desde ese momento, los que conocíamos los poemas a través de las propias traducciones del autor, o la francesa de [André] Gide, empezamos a esperar al poeta. Su llegada sería el gran acontecimiento del año. Para mí, fue uno de los grandes acontecimientos de mi vida”. Ese hecho -el arribo del Premio Nobel de Literatura 1913 a la ciudad de Buenos Aires el 6 de noviembre de 1924, en un frustrado viaje a Perú- influiría no solo en la vida de la creadora de Sur, sino también en la del escritor nacido en Calcuta un día como hoy, hace 160 años, en 1861. Cuando Tagore llegó al país acompañado por su secretario inglés Leonard K. Elmhirst, tenía 63 años.
La llegada del escritor indio al país fue cubierta por los medios con mucho detalle. LA NACION envió incluso a un corresponsal a Montevideo para anticipar lo que sería el desembarco del Nobel de Literatura en la capital argentina. En “La imagen de Tagore”, el periodista de este medio que relató su llegada a la orilla porteña escribía: “La barba blanca y los cabellos blancos, en bucles retorcidos, rodean el noble rostro moreno; los ojos negrísimos tienen una expresión de dulzura que no podría olvidarse nunca [...]. Si de algún poeta pudo decirse que reveló su poesía en el rostro, de ninguno tanto, sin duda, como de Rabindranath Tagore”. Su estadía en la Reina del Plata no estaba programada para más de dos días y el primer alojamiento de los viajeros fue el Plaza Hotel. No obstante, Tagore debía recuperarse de una enfermedad contraída en Río de Janeiro y, por gestiones de la ensayista y filántropa argentina, se mudó a Miralrío, una quinta en las barrancas de Punta Chica, en el Municipio de San Isidro. Su viaje a Perú, que nunca se concretó, tenía como objetivos recaudar dinero para su universidad (Visva-Bharati) y difundir un mensaje pacifista y antinacionalista. En los años de entreguerras, muchos premios Nobel se consideraban a sí mismos actores geopolíticos.
Ocampo consignó que había llorado al leer la obra más célebre de Tagore, Gitanjali (Ofrenda lírica), y honró aquel “acontecimiento” con la pasión y la audacia que la caracterizaban. Ambos intelectuales, de dos países con poco en común para ese entonces, iniciaron en suelo bonaerense una amistad que perduró en el tiempo. “Tagore conservó de su convalecencia en San Isidro una especie de nostalgia”, recordó la anfitriona. Pasados los años, el poeta se mostraba agradecido con ella. “La imagen de esa casa cerca del gran río, donde usted nos alojó, con sus extraños macizos de cactos que se inclinaban con gestos grotescos en una atmósfera exótica y remota para mí, a menudo vuelven a mi memoria como una invitación lanzada a través de una barrera infranqueable”, le expresaba a su amiga argentina, a quien llamaba Vijaya (Victoria, en bengalí).
En Miralrío, el poeta bengalí leía a Guillermo Enrique Hudson (en inglés), recibía a los admiradores nativos y les hablaba sobre el amor universal (en inglés), escuchaba cuartetos de cuerdas y, por recomendación de Ocampo, comenzó a tomarse en serio sus dibujos y pinturas. El “amor platónico” entre ambos fue llevado al cine por Pablo César en 2017 en la coproducción indio-argentina Pensando en él, donde la actriz Eleonora Wexler encarna a Victoria Ocampo y el actor indio Victor Banerjee, a Rabindranath Tagore. Los avatares del vínculo entre los dos escritores aparecen en Un encuentro fecundo, de la escritora calcutense Ketari Kushari Dyson, que fue traducido por María Julia de Ruschi y Juan Javier Negri para el sello Sur.
Para la profesora india Nilanjana Bhattacharya, el encuentro Tagore-Ocampo fue trascendental y dejó huellas en la cultura argentina y en la india. “Soy como un infortunado país en el que un malhadado día se descubre una mina de carbón, con el resultado de que son descuidadas sus flores, se talan sus bosques y se lo deja desnudo ante la mirada despiadada de una hueste de buscadores de tesoros -le escribió Tagore a su anfitriona desde Miralrío-. Ha aumentado mi precio en el mercado y mi valor personal se ha visto oscurecido. Trato de encontrar este valor con un deseo doloroso que me persigue constantemente. Pude haberlo logrado solo mediante el amor de una mujer y durante largo tiempo he esperado merecerlo. Siento hoy que este precioso regalo me ha llegado por usted y que usted es capaz de premiarme por lo que soy y no por lo que encierro”.
Borges, Juan Ramón Jiménez y Tagore
En el Borges de Adolfo Bioy Casares, se traza un perfil de Victoria Ocampo. “Admiró a muchos escritores, totalmente disímiles desde luego, pero que tenían en común la fama o por lo menos la notoriedad: Tagore, Ortega, Keyserling, Waldo Frank, Camus y tantos otros”. Pese al tratamiento irónico que recibe el esnobismo ocampiano, el mismo Borges le dedicó al aristócrata y Nobel hindú -el primer no europeo en ser reconocido con ese premio hasta ese momento y el único escritor de su país que lo recibió hasta el día de hoy- un breve texto publicado en Proa, “Tagore en Buenos Aires”. “Yo buscaba algún signo que fuese la visible atestiguación del milagro: una más clara vocación de gracia en el mundo, un color más blando en la brisa, un nunca visto arco iris sobre las azoteas -escribe un Borges cronista-. No alcanzó a verlos mi piadosa inquietud, pero al repasar los versos davídicos que son el Gitanjali y los apasionados de El jardinero, testifiqué la maravilla de que poesías tan lejanas se hubiesen entrañado con mis horas y de que su llamado fuera fácil como el de la guitarra en los patios”. En “El nacionalismo y Tagore”, el escritor argentino reflexionaba sobre un volumen con tres conferencias de su colega bengalí. “Bernard Shaw rechaza el capitalismo, que condena a los unos a la pobreza y a los otros al tedio; parejamente Rabindranath Tagore rechazaba el imperialismo, que disminuye a los oprimidos y al opresor. La cultura oriental y la occidental se conjugaron en este hombre, que manejó los dos instrumentos del inglés y del bengalí; en cada página de este libro conviven la afirmación asiática de las ilimitadas posibilidades del alma y el recelo que la máquina del Estado inspiraba a Spencer”. Las obras completas de Tagore superan los treinta tomos.
La mayoría de sus libros fueron traducidos al español -en ocasiones, parafraseados- por Zenobia Camprubí de Jiménez, esposa del influyente escritor español Juan Ramón Jiménez, uno de los tantos amigos literatos del poeta. “Jardinero, tu noche es como una noche feliz de vivos sueños -no sé si larga o corta-, cuyo amanecer le dejara al alma, todavía, en los ojos del cuerpo, la realidad alegre de las estrellas”, se mimetizaba Jiménez en el prólogo con el tono de esta obra bucólica y espiritual. Tagore profesaba una suerte de panteísmo místico en el que Dios se manifiesta a través de seres, acciones y cosas. En la Argentina, la mayoría de los libros del autor se consigue hoy solo en librerías de usados, en las populares ediciones de la colección Biblioteca Clásica y Contemporánea de Losada.
La túnica argentina
Ocampo registra muchas anécdotas y experiencias compartidas con Tagore durante su permanencia en las barrancas de San Isidro, Mar del Plata y Chapadmalal. “De todas ellas, la que más me gusta es la de la túnica -dice a LA NACION la investigadora María Celia Vázquez-. Me encanta la historia, pero mucho más cómo está contada por ella; al componer el relato, convierte el episodio en un affaire cuyos ingredientes son el secreto y la impostura. Llamativo también es el tono entre gracioso y divertido que recrea, como si estuviese narrando una travesura. Advertida del estado ruinoso de las prendas del poeta bengalí y de la necesidad de que cuente con ‘ropa de lanita más abrigada’ ante el advenimiento del frío, Victoria inmediatamente busca la solución chez Paquin, sucursal Buenos Aires”. La autora de Victoria Ocampo, cronista outsider observa que si bien Ocampo no dudaba en ofrecerle lo mejor a su huésped, también era consciente de que el gesto tenía algo de inadecuado. “Si la túnica hindú como prenda alegoriza el ascetismo propio de la vida espiritual, la decisión de que fuera confeccionada por modistos de alta costura resultaba un contrasentido”, agrega Vázquez.
“No me preocupaban los comentarios de la gente, sino el partido que hubieran sacado los maledicentes que se escandalizarían ante un Tagore vestido por Paquin gracias a mí”, escribió Ocampo. “En un paso de comedia le propone un juego de complicidad a Alice, la modista -relata Vázquez-. Para evitar el escándalo, deben mantener en secreto la identidad del modelo. Así es como la túnica se metamorfosea en un traje para un baile de disfraz. Pero la impostura desborda el pacto de confidencialidad. Victoria jamás reveló el secreto a la ‘víctima’ del engaño y nunca se arrepintió de haber urdido ese complot; al contrario, mantuvo intacta la felicidad de haber podido ofrecerle lo que ella más quería. Aparte de la maestría literaria, la historia pone en escena que sobre el don se impone el darse el gusto, aunque ella sea una mujer occidental sudamericana y él, un profeta hindú”. Tagore murió en 1941, a los ochenta años, en Santiniketan.
Un poema de Rabindranath Tagore
Si acaso piensas en mí, te cantaré cuando el anochecer lluvioso
suelta sus sombras por el río, arrastrando, lento, su luz vaga hacia el ocaso;
cuando lo que queda del día es ya demasiado poco para trabajar o jugar.
Te sentarás sola en el balcón que da al sur, y yo me pondré a cantarte
en el cuarto oscuro. El olor de las hojas mojadas entrará por la ventana,
en el crepúsculo creciente, y los vientos tormentosos
clamorearán en los cocoteros.
Traerán la lámpara encendida al cuarto, y entonces me iré yo. Y tú, quizá, entonces, escucharás la noche,
y oirás mi canción cuando esté yo callado.
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