Susana Lustig de Ferrer
El fallecimiento
Dolor y tristeza son las palabras que mejor describen las sensaciones que produjo el sorpresivo fallecimiento de la doctora Susana Lustig de Ferrer, el viernes 8 de octubre.
Su partida inesperada obliga una forzosa despedida a quien escribió algunas de las páginas pioneras y más importantes de la historia del psicoanálisis de familia en el país y deja a quienes la conocieron el recuerdo imborrable de una persona cuya vida fue caracterizada por una generosidad inmensa y la total entrega al prójimo.
Susana Lustig de Ferrer nació en Viena, en 1934. De madre austríaca y padre rumano, la turbulenta Europa del nazismo la obligó a radicarse con su familia en Rumania, antes de atravesar el continente para embarcarse en Portugal rumbo a América del Sur, en 1942.
Llegó con sus padres a la Argentina en 1944 y diez años más tarde obtuvo su título en Medicina, en la Universidad de Buenos Aires, profesión que ejerció con pasión.
Sin embargo, sólo una década después descubriría, ya radicada en Suiza, el amor por la actividad a la que dedicó su vida: el psicoanálisis.
El año 1955 la encontró viviendo en la Argentina nuevamente, trabajando como pediatra en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, aunque dispuesta a dar una orientación psicosomática a su práctica. Así, en 1956 comenzó a cursar los seminarios del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Fue éste el punto de partida para lo que se convirtió en su especialidad: el psicoanálisis de niños y adolescentes.
Dos años más tarde, en 1958, se casó con quien fue el compañero inseparable de toda su vida, el economista Aldo Ferrer, con quien tuvo tres hijas: Carmen, la mayor, en 1960; Amparo, que nació en 1961 en Washington DC -en donde se radicó por dos años, ya que su marido ocupaba entonces un importante cargo en el BID-, y Lucinda, en 1966. Para entonces, Lustig de Ferrer trabajaba codo a codo con una de las celebridades del psicoanálisis de niños en el país -la doctora Arminda Aberastury-, con quien investigaba tratamientos para las neurosis y psicosis de los niños pequeños, y se esforzaba por introducir las teorías de la escuela inglesa de psicoanálisis, liderada por otra celebridad, la doctora Melanie Klein. Fueron aquellos tiempos en los que también frecuentaba la Cátedra de Odontopediatría de la Facultad de Odontología de la UBA, en la que brindaba un importante aporte, desde el psicoanálisis, para el tratamiento de la boca, un área siempre conflictiva para los chicos.
Describir con minuciosidad su infatigable tarea es todo un trabajo en sí mismo. Sin embargo, quienes la conocieron prefieren destacar, entre otros aspectos, su función visionaria como cofundadora y docente de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, una institución destinada a formar en psicoanálisis a los psicólogos que no podían ingresar en la APA por no ser médicos. De aquella institución modelo surgieron las primeras generaciones de grandes psicoanalistas que dio el país.
Miembro de honor de la Asociación Médica Argentina, vicepresidenta para América latina de la Asociación Psicoanalítica Internacional, cofundadora del Departamento de Niños y Adolescentes de la APA, integrante del Comité de Formación de Nuevos Grupos Psicoanalíticos en Europa del Este, detrás de sus pergaminos y títulos y de los numerosos libros y trabajos publicados -todos ellos invalorables aportes a la comprensión de los conflictos familiares- estará para siempre en el recuerdo de sus colegas aquella profesional que en cada reunión los agasajaba con su entusiasmo y los infaltables cafés, uvas y dulces.
Sus restos fueron sepultados el domingo 10 de octubre en el Cementerio Británico, junto con los de sus padres.