Llega la tercera temporada de Stranger Things (estará colgada en Netflix a partir del 4 de julio) y el gancho que dejó la segunda no es solo un mecanismo dramático (el Monstruo Sombra no se ha ido y acecha desde el "Upside Down", funesto y tormentoso lado B de Hawkins, el ficcional pueblito de Indiana donde se desarrolla la trama), sino que también se manifiesta en forma de pregunta: ¿hasta dónde podrán estirar la cuerda los hermanos Matt y Ross Duffer, creadores y showrunners de la serie? Fenómeno de público y de crítica la primera temporada, beneficiada por ese tremendo envión la segunda (aunque con la sorpresa atenuada a pesar de funcionar como una especie de continuación de la anterior), a la tercera entrega de capítulos, ambientada en 1985, no le queda otra que enfrentar esa encrucijada. Aunque el productor ejecutivo haya adelantado que habrá, por lo menos, dos temporadas más.
Por un lado, vistos los tráilers aparecidos a la fecha, queda claro que hay cosas que a la serie le funcionan y no cambian: la apelación nostalgiosa a los 80 (Winona Ryder, que interpreta a la madre de los chicos Byers, incluida), música acorde y muy bien elegida, fiestas, ropas y parque de diversiones coloridos, una campaña de marketing que este año suma grandes nombres (ver recuadro) y ese espíritu sci-fi vintage que le dio encanto y le sumó fans en todo el mundo. Pero, por otro, se le presenta un desafío: el de sostener una trama que vaya más allá de apariciones fantasmales desde mundos subterráneos, científicos malvados, aperturas y cierres de portales o fenómenos paranormales.
Quizá la clave esté en algo que los propios creadores de la serie vienen señalando con insistencia a los medios especializados: los traumáticos acontecimientos del pasado, donde los chicos ya dieron pruebas de su valentía, marcan solo un aspecto de su personalidad, ya que ahora deben enfrentarse a un monstruo menos mortal, pero acaso más artero: la pubertad. Según Matt Duffer, esta vez la dupla creativa quiere "explorar el tema del cambio", a lo que agregó: "La temporada se lleva a cabo durante el último verano, antes de la escuela secundaria. Los niños están creciendo, y esa transición va a ser complicada, incómoda y dolorosa. ¿Son capaces de crecer sin separarse?". Una pregunta válida que viene aderezada con elementos que necesariamente refieren a cierta futura disociación: Eleven, la heroína que encarna Millie Bobby Brown, es ya oficialmente hija del sheriff Hopper, el personaje de David Harbour, y está, como era de prever, en una relación amorosa con Mike (Finn Wolfhard); lo mismo sucede con Lucas (Caleb McLaughlin) y Max (Sadie Sink). Y hay más: inesperadamente, Dustin (Gaten Matarazzo) y Steve (Joe Keery), el galanazo que perdió el corazón de Nancy (Natalia Dyer) a manos de Jonathan (Charlie Heaton), se han hecho mejores amigos, desarrollando lo que en las ficciones norteamericanas se denomina "bromance", un claro intento de los Duffer de utilizar a la dupla como comic relief y que Matarazzo aprueba.
El balance incluye, por supuesto, aquello que hizo famosa a Stranger Things, lo que Matt Duffer llama "terror unidimensional": el Monstruo Sombra –una variante inspirada en un ente demoníaco del juego Dungeons & Dragons–, que hizo su aparición en la segunda temporada y se perfila como el villano en esta (en la primera fue el Demogorgon). Matt Duffer habla de ello: "Es cierto que Eleven cerró el portal, pero todavía está vivo en Upside Down. ¿Encontrará otro camino hacia Hawkins? Es solo una cuestión de tiempo". Mientras tanto, Harbour asegura que esta temporada es "conmovedora" y Millie Bobby Brown jura que se asustó mucho cuando supo qué sucede en el capítulo final. Habrá que creerles.
Una mina de oro
Las grandes marcas explotan la nostalgia por los 80. Un suceso que esta nueva temporada de Stranger Things disparó con velocidad y expansión. Si no, ¿cómo se explica que Coca-Cola lance una edición limitada de su fallida New Coke, aquella modificación de su fórmula original, elaborada en 1985, y que duró solo 79 días en el mercado? ¿O que Lego agregue a su catálogo la casa de los Byers, ocho miniaturas de los personajes principales y un set del Upside Down? También Ikea y H&M se prendieron a la movida: hay mobiliario y objetos para recrear el living de los Byers (en Ikea), mientras que la tienda de ropa lanzó una colección cápsula con indumentaria y accesorios dedicados a la serie.