Stéphane Mallarmé, el poeta de la oscuridad que aspiraba a la transparencia
A 180 años del nacimiento del autor que influyó en el arte, la danza y la música del siglo XX su enigmática obra habilita nuevas lecturas, ideas e interpretaciones
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“Solo conseguía producir muy poco, pero ese poco, apenas saboreado, quitaba el gusto de otra poesía”, escribió el ensayista y filósofo francés Paul Valéry sobre uno de los poetas del siglo XIX más influyentes a lo largo del siglo XX. Bautizado Etienne Mallarmé, pasó a la historia de la literatura como Stéphane Mallarmé. Hoy se cumplen 180 años de su nacimiento, en París. Huérfano de madre a los cinco años, quedó al cuidado de sus abuelos maternos. En su infancia soportaría otra pérdida, la de su hermana menor, en 1857 (décadas después, moriría Anatole, su hijo). Escribió sus primeros ensayos poéticos a los quince años, influido por Victor Hugo, Théophile Gautier y su admirado Charles Baudelaire.
Mallarmé estudió inglés para leer a Edgar Allan Poe en el idioma original y en 1863 se convirtió en profesor de ese idioma. La poesía ya era una vía de escape. Estrenó sus credenciales de “parnasiano” al publicar sus primeros poemas en Le Pamasse contemporain en 1866. A partir de esta fecha, comenzó a colaborar en otras revistas literarias, mientras seguía enseñando. Su obra, como hizo notar Valéry, es breve. Una edición local y accesible es Obra poética, publicada por Colihue y con traducción del poeta Miguel Espejo.
Publicó Herodías en 1864; un año después, La siesta de un fauno -que sirvió de inspiración a Claude Debussy para componer el Preludio para la siesta de un fauno-; Los dioses antiguos (1879), Álbum de versos y prosas (1887), Páginas (1891), y en 1897, Divagaciones y Una tirada de dados jamás abolirá el azar, una de sus obras maestras. Luego de su muerte se dio a conocer Igitur, que Mallarmé había dejado sin terminar en su juventud y que fue definido como cuento, poesía en prosa y drama. Curiosamente, uno de sus primeros proyecto versaba sobre la nada y el último, sobre el azar, al que el autor consideraba otra forma de la nada.
“Mallarmé, uno de los grandes del siglo XIX, representa la culminación y al mismo tiempo la superación del simbolismo francés -dice a LA NACION la escritora Graciela Aráoz, Gran Premio de Honor 2021 de la Fundación Argentina para la Poesía, junto con Alejandro Nicotra-. Fue antecedente claro de las vanguardias que marcarían los primeros años del siglo XX. Se ha considerado habitualmente a Mallarmé como iniciador de la llamada ‘poesía pura’. En realidad, habría que distinguir la poética de Mallarmé, con toda su complejidad. Para él, el problema reside en la expresión del nivel trascendental, de la forma pura, partiendo de que el lenguaje cotidiano es de por sí impuro, contaminado, ya que pertenece al nivel del entendimiento. Mallarmé consideraba la poesía un lenguaje insustituible: era el único lugar en que el Absoluto y el Lenguaje podían encontrarse”. Aráoz cita las palabras de Paul Verlaine: “Preocupado de verdad por la belleza, consideraba la claridad como un don secundario, y siempre que su verso fuera numeroso, musical, raro, y cuando era necesario, lánguido o excesivo, se burlaba de todo con tal de agradar a los delicados, cuyo representante más difícil era él”.
¿Qué escritor, crítico o filósofo en Francia se privó de abordar el legado de Mallarmé? De Paul Claudel a Jean-Paul Sartre (para quien fue el primer poeta laico), pasando por Maurice Blanchot, Julia Kristeva y Alain Badiou, muchos ofrecieron sus perspectivas del escritor. También Jacques Rancière, que lo caracterizó como el primer poeta democrático. “Invento una lengua que debe brotar necesariamente de una poética muy nueva”, había escrito Mallarmé a fines del siglo XIX. Esa lengua exigía nuevos intérpretes. Roland Barthes lo comparó con un personaje de William Shakespeare. “Mallarmé, una especie de Hamlet de la escritura, expresa cabalmente ese momento frágil de la historia en que el lenguaje literario se conserva únicamente para cantar mejor su necesidad de morir”, se lee en El grado cero de la escritura.
“¿Hay un puesto para Mallarmé en una ‘historia de la literatura’? -se preguntó el pensador Jacques Derrida-. Dicho de otro modo, y ante todo: ¿su texto tiene lugar, su lugar, en algún cuadro de la literatura francesa? ¿en un cuadro? ¿de la literatura? ¿francesa? Casi un siglo ya [de la muerte del poeta] y solo estamos empezando a entrever que algo ha sido tramado (¿por Mallarmé?, en todo caso según lo que por él pasa, como a su través) para burlar las categorías de la historia y de las clasificaciones literaria, de la crítica literaria, de las filosofías y de las hermenéuticas de toda especie”.
Concebía sus poemas como partituras y aun como coreografías. “Hablar de Mallarmé es también hablar de poética -señala el escritor, investigador y profesor Lucas Margarit-. Pensar la escritura desde la materialidad misma que implica el espacio. Quizá podamos sospechar que el acercamiento a la materia proviene de aquellas piedras de jade sobre las que ha construido sus imágenes poéticas o incluso en la bruma de la palabra. Esa materia en su poética se manifiesta también como un libro, al que hay que leer con un cuchillo en la mano. Dice Mallarmé: ‘El repliegue virgen de un libro, por lo demás, se presta a un sacrificio que hizo sangrar el rojo canto de los tomos antiguos’. Como un anticuario reconoce no solo la superficie de las cosas, sino también aquello que esa superficie presupone, como la lectura que se detiene en la piel del poema y extiende sobre el papel poroso palabras como una partitura que enfatiza el ritmo del ‘golpe de dados’. Es en este juego entre la materia y lo visual donde el poema de Mallarmé se sostiene y es el libro el que le da su cuerpo”.
En 2004, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona organizó la megaexposición Arte y utopía. La acción restringida, dedicada a analizar el efecto de Mallarmé en el arte moderno. Tomaba su título de un ensayo del poeta publicado en Divagaciones. Se exhibieron novecientos trabajos y documentos en donde la huella de Mallarmé era evidente. Cine, fotografía, pintura, teatro, danza y música en obras de Edouard Manet (que retrató al poeta), Georges Braque, Marcel Duchamp, Erik Satie, Maurice Ravel, John Cage, Sergei Eisenstein, Buster Keaton, Antonin Artaud, Jean-Luc Godard, Man Ray y Pierre Boulez, entre otros. En literatura, las influencias reconocidas por la crítica van desde W. B. Yeats y James Joyce hasta René Char y José Lezama Lima. A diferencia de Hugo y Baudelaire, la “acción restringida” de Mallarmé no operaba sobre la política ni la sociedad sino sobre el carácter expansivo del lenguaje, el acto poético y el “instrumento espiritual” más eficaz: el libro.
Fueron célebres los encuentros literarios en su casa en la rue de Rome, en París. “Mallarmé vive dos aconteceres controvertidos y distintivos de París, capital de la modernidad del siglo XIX: las reformas urbanas de Haussmann y la construcción de la Torre Eiffel -dice Vivian Acuña, profesora, arquitecta y directora de Salón de las Palabras, a LA NACION-. Durante veinte años los parisinos padecen el polvo, la demolición, el derrumbe y la desaparición de barrios y calles estrechas; desquicio, angustia, desolación; la caída de todos los valores se presenta en el poema ‘El azul’. Mallarmé será un flâneur que partirá de París a Londres, Avignon, en una búsqueda incesante de lo inhallable, como se lee en el poema ‘Angustia’: ‘Yo huyo, pálido, exhausto, viendo en todo un sudario, / y temiendo morir cuando me acuesto solo’. París, referente de Europa; París, desasosiego de la ciudad moderna y su soledad. París, umbral de una nueva experiencia poética. La Torre Eiffel es rechazada por la tradición. Es intolerable la exhibición de la técnica, su espacio vacío, el manifiesto silencio de su inutilidad. A su vez, Mallarmé se desliza en el espacio vacío del blanco silencio del poema, con sus pausas y la libertad de sus versos. ¿Poeta oscuro o la proyección de los designios de una gran ciudad?”. Mallarmé murió a los 56 años en Fontainebleau, a escasa distancia de la Ciudad Luz.
Un poema de Stéphane Mallarmé
Brisa marina
Leí todos los libros y es, ¡ay! , la carne triste.
¡huir, huir muy lejos! Ebrias aves se alejan
entre el cielo y la espuma. Nada de lo que existe,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
ni la madre que, amante, da leche a su criatura,
ni la luz que en la noche mi lámpara difunde
sobre el papel en blanco que defiende su albura
retendrá al corazón que ya en el mar se hunde.
¡Yo partiré! ¡Oh, nave, tu velamen despliega
y leva al fin las anclas hacia incógnitos cielos!
Un tedio, desolado por la esperanza ciega,
confía en el supremo adiós de los pañuelos.
Y tal vez, son tus mástiles de los que el viento lanza
sobre perdidos náufragos que no encuentran maderos,
sin mástiles, sin mástiles, ni islote en lontananza...
¡Corazón, oye cómo cantan los marineros!
Traducción de Andrés Holguín
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