Stendhal: el padre de la novela moderna que dio nombre a ese trastorno que solo la belleza puede provocar
Hace 180 años moría en París el autor de “Rojo y negro” y “La cartuja de Parma”, clásicos donde la historia se transfigura de modo lírico; fue también cronista de viajes y filósofo dedicado al amor
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“Estaba en una especie de éxtasis ante la idea de encontrarme en Florencia y por la proximidad de aquellos grandes hombres cuyas tumbas acababa de visitar. Absorto en la contemplación de la belleza sublime… Había llegado a aquel punto de emoción en el que uno experimenta sensaciones celestiales… Todo le hablaba tan vívidamente a mi alma. Ah, si tan solo pudiera olvidarlo. El corazón me palpitaba, lo que en Berlín se conoce como ‘nervios’. Mi vida se drenaba. Caminaba con miedo de caerme”, consignó el francés Marie-Henri Beyle, Stendhal para la posteridad, en 1817 en Roma, Nápoles y Florencia, original ensayo donde los recuerdos personales se entremezclan con las anotaciones del viajero, y en el que utilizó por primera vez el seudónimo de Stendhal. El autor de Rojo y negro y La cartuja de Parma, dos de las novelas más modernas del siglo XIX, dio nombre al síndrome que fue descrito como un trastorno psiquiátrico por la doctora florentina Graziella Magherini. En la década de 1970, Magherini observó a cientos de pacientes que experimentaban mareos, palpitaciones, alucinaciones y despersonalización al contemplar obras de arte como las esculturas de Miguel Ángel y las pinturas de Sandro Botticelli. “Eran ataques de pánico causados por el impacto psicológico de una gran obra maestra y de viajar”, dijo Magherini en 2019 sobre el síndrome de Stendhal.
Marie-Henri Beyle nació en Grenoble, en 1783; murió en París, como Stendhal, hace 180 años. Huérfano de madre desde 1789, creció con su padre, al que consideraba tiránico, y su tía. Republicano y anticlerical, aprobó la ejecución del rey Luis XVI e incluso celebró la breve detención de su padre. En su juventud, viajó a París para ingresar en la Escuela Politécnica, pero enfermó y no se pudo presentar al examen de ingreso. Gracias a Pierre Daru, su protector, entró a trabajar en el Ministerio de Guerra. Enviado por el ejército como ayudante de campo del general Claude Ignace François Michaud en 1800, descubrió Italia, “único país donde crece la libertad”. Abandonó el ejército en 1801.
De regreso en París, asistió a salones y teatros; siempre enamorado de una mujer diferente, no era siempre correspondido. En ese entonces, decidió convertirse en escritor, guiado solo por las lecciones de la experiencia y la sensibilidad (”no regirse nunca quia magister dixit, ridiculizar a los que dan reglas en literatura”, prescribió). Daru le consiguió un nuevo puesto como intendente militar en Brunswick, donde permaneció entre 1806 y 1808. Admirador de Napoleón, ejerció cargos oficiales y participó en las campañas imperiales. En 1814, tras la caída de Napoleón, se exilió en Italia, fijó su residencia en Milán y recorrió la península. Sus tres primeras obras son de carácter biográfico e historiográfico, dedicadas a Haydn, Mozart y Rossini, entre otros.
Publicó en 1826 su primera novela, Armancia, a los cuarenta años, dando inicio al periodo más fecundo de su vida. En ella estableció los núcleos a los que volvería en sus dos grandes novelas, relatos y en el ensayo Del amor. Condenada por el crítico Charles Augustin Sainte-Beuve como carente de inventiva, Armancia fue reivindicada por André Gide en el siglo XX.
“Stendhal es un novelista reconocido por dos de sus novelas que se transformaron en clásicos, Rojo y negro y La cartuja de Parma -dice a LA NACION la escritora, traductora y profesora María Andrea Donnini-. Ambas tienen un tema que las vincula y es el amor. En 1822 publicó un ensayo célebre sobre este tema, Del amor, en donde habla acerca de la pasión amorosa, las mujeres, el matrimonio, y explica el inicio de este sentimiento a partir del concepto de la belleza. Si se dejara por un tiempo una rama seca en una de las minas de sal de Salzburgo, al retirarla, estaría llena de bellos cristales de sal que le darían una apariencia diamantina: tal el primer estadio del amor, en la que solo se puede ver una belleza esplendorosa en la persona amada. Llamó ‘cristalización’ a tal estadio del enamoramiento”.
“El amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”, definió Stendhal. Y: “El hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más hermosa de su vida”.
Stendhal postulaba la existencia del amor entre (y por) las naciones. “La belleza es otro tema recurrente en su libro de viajes por Italia: Roma, Nápoles y Florencia -agrega Donnini-. Cuando cuenta su visita a la iglesia de la Santa Croce, dice que, obnubilado por la belleza que lo rodeaba debió salir a tomar un poco de aire fresco. Había sucedido una revelación, un mundo nuevo se le había presentado a partir de la contemplación de la belleza. No fue hasta 1979 cuando la psiquiatra italiana Graziella Magherini nombró a un conjunto de padecimientos psicofísicos bajo el diagnóstico de ‘síndrome de Stendhal’. La médica, en el hospital Santa María Nuova de Florencia, dedicó algún tiempo al estudio de pacientes extranjeros que comenzaban a experimentar una serie de manifestaciones psicofísicas durante sus recorridos por la ciudad: todas tenían como denominador común la contemplación de la belleza de la ciudad. El mismo Sigmund Freud pasó por un trance semejante en la Acrópolis al contrastar las imágenes de la civilización clásica griega que habían grabadas en su inconsciente durante su niñez se contrastaron con la magnificencia del paisaje que veía en vivo”. En 1996, el director italiano Dario Argento tituló El síndrome de Stendhal el thriller de 1996 en el que se investigan una serie de crímenes cometidos en la Galleria degli Uffizi. “Solo resta hacer un poco de memoria para saber si alguna vez lo hemos experimentado en carne propia”, concluye Donnini, que acaba de publicar su primer libro de poemas, De amor (Ediciones en Danza).
En 1831, Stendhal publicó su primera gran novela: Rojo y negro, donde perfila a un personaje universal, Julien Sorel, que trata de abrirse camino de las clases populares hacia la alta sociedad con el singular método de la complacencia (la novela fue llevada al cine en 1954 por Claude Autant-Lara, con Gérard Philippe como Julien Sorel). En 1939, llegaría La cartuja de Parma, novela de aventuras y romance protagonizada por el joven patricio italiano Fabrizio del Dongo durante los últimos años del dominio napoleónico en Europa. Honoré de Balzac y Leon Tolstoi la consideraron sublime; es el caso de una novela histórica que se transfigura en poema novelesco. Ambas obras están “basadas en hechos reales”, un recurso privilegiado por el escritor francés. El derrumbe de la monarquía en Francia, el auge de Napoleón y la implementación del régimen conservador que sobrevino luego de su caída contextualizan sus ficciones.
“Paul Valéry escribió: ‘Con Stendhal no se terminará jamás’ -recuerda la escritora y psicoanalista Silvia Beatriz Bolotin Kogan-. ¿Cómo asirlo, entonces? Alguien tan escurridizo, tan temeroso de quedar cautivo entre las redes del Otro. ¿Imaginamos, no obstante, a los concurrentes de capillas stendhalianas, invadiéndolo todo con inciensos de su saber? Escuelas literarias, como partidos políticos, tras un mismo objetivo de insertarlo entre los suyos, cincelando una extraña imagen en el espejo del autor”. Para la autora de Figuras en goce vertiginoso (Lugar Editorial), el escritor francés, “en un intento en desmarcarse con la imagen de su estilo, se erige con su narrativa omnisciente mientras construye al ser en búsqueda del refugio entre libros con sus autores preferidos: Corneille, Petrarca, Cervantes, quienes lo lanzaron entre sueños heroicos sin fin”.
“Tal vez, Don Quijote guiaba su letra mientras Stendhal esbozaba lo negativo del universo del Renacimiento, y en ese instante, su escritura alcanzaría una prosa del mundo, resultado de una errancia, aunque inesperadamente se instalaba en una pesadilla, como cuando entre paradojas de un cuerpo, su voz se silenció por siempre al caer en una vereda de París -señala-. Pareció oírse al escritor del amor en su obra La cartuja de Parma: ‘Confesaremos que nuestro héroe no era tan fuerte en ese momento. No obstante, el miedo venía hacia él….’. Como en una comedia de sí mismo, en esa cultura de sí mismo que en Stendhal se convierte en una fiesta mozartiana”. A los 59 años, Stendhal murió en la madrugada del 23 de marzo de 1842, víctima de un accidente cerebrovascular.
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