Somos libres en equipo
Es muy difícil no ser individualista. Pero es peligroso idolatrar el individualismo. Haré lo posible por demostrar ambas cosas. Por mucho que le demos vueltas, somos individuos; sujetos, subjetivos, únicos. Podemos pensar desde el grupo. Podemos sacrificarnos por una comunidad, como Janusz Korczak en Treblinka, que murió con sus alumnos. Murió en comunidad y murió por otros, pero murió como individuo.
Tal es la paradoja más profunda de nuestra naturaleza. Ningún hombre es una isla, pero, en conjunto, somos un archipiélago. Es decir, las multitudes, los grupos, las colectividades, las naciones, los clubes, las asociaciones y eso que llamamos sociedad están constituidos por individuos. Somos en la individualidad, pero esa individualidad no puede existir aislada. Somos individuos en contraste con otros individuos. Somos una sociedad por las conexiones que establecemos con los otros.
He ahí el desafío: para ser individuos necesitamos de los demás; y para ser una comunidad necesitamos individuos, no entidades colmenares que se funden en una suerte de consciencia colectiva. Además, no existe tal cosa como la consciencia colectiva. Aparece en la ciencia ficción, cuando imagina civilizaciones alienígenas; acaso haya algo así entre los insectos sociales (aunque sobre esto hoy existen dudas). Pero el sello de este monumental prodigio de ser humano es la infranqueable soledad de la consciencia.
Vivimos, sin embargo, una inflamación del individualismo. Incluso en los vínculos, que es el primer y más cercano ejercicio de comunidad que practicamos a diario, parece haber, según me dicen, unos egoísmos alarmantes. Peor: vivimos una inflamación del individualismo en un clima de lemas vitoreados en masa. Algo no cierra.
Los seres humanos no podemos elegir no ser libres (esto es Sartre, claro). Ahora, si no podemos elegir no ser libres, entonces no somos libres. Es la otra paradoja de nuestra naturaleza. Individuos en la comunidad (o comunidades de individuos) y condenados a la libertad. Ambas están en la base de nuestros valores más fundamentales. Nada hay sin libertad. Ni podemos ejercer nuestra libertad fuera de una comunidad.
Suficiente filosofía. Vamos a los hechos. El otro día, no recuerdo cómo ni por qué, caí en la cuenta de que siempre hay alguien que hace algo de lo que tu vida, tu bienestar o incluso tu trabajo dependen. Vos mismo, hagas lo que hagas (excepto que no hagas nada de nada), estás contribuyendo, aunque te sientas la persona más individualista del mundo, a que otros puedan hacer a su vez su parte.
Pensá cualquier momento de tus días y de tus noches. De lunes a viernes o el fin de semana. Con frío o con calor. No hay absolutamente nada que puedas hacer de forma autónoma, por completo independiente del trabajo de los otros, autárquico y soberano.
Cierto, tendemos a percibirnos así, y el ombliguismo de estos tiempos abona esa idea. Pero hasta la tarea más insignificante requiere o ha requerido del trabajo (no diré del esfuerzo, porque no tiene que ver con eso, no pretendo estimular la culpa, sino la consciencia) de otros.
Prepararte un humilde cafecito a las apuradas esta mañana porque llegabas tarde necesitó de una compañía, constituida por un número grande de individuos, que fabricara el café (no lo sembraste ni lo cosechaste vos); alguna otra organización, tal vez una multinacional, tal vez un alfarero que acaba de arrancar su emprendimiento, fabricó la taza; usás una cucharita, quizás azúcar, una cocina a la que le llega el gas, y, por apurado que estés, te sentás a la mesa en una silla. Vestido para salir con ropa confeccionada por otros, que saben cómo hacerlo. Que hayas pagado por todo eso no cambia el hecho de que vos no sabés hacerlo. Vos solo sabés tu parte, y la sabés bien. Sos bueno en lo tuyo. Pero somos como una orquesta o una banda de rock. Somos libres en equipo.
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