“Sólo” o “solo”: 10 años de insumisión en la RAE por una tilde
Hace 10 años una revisión de la Ortografía de la lengua española abrió una herida en el seno de la Real Academia Española (RAE), que una década después no se ha cerrado. Su director, el jurista Santiago Muñoz Machado, reconocía en una entrevista que la Academia no estaba dividida por el rechazo al lenguaje inclusivo, pero sí por la tilde del adverbio "sólo" y de los pronombres demostrativos (como "éste"). "Ahí no tenemos consenso", explicó a El País Semanal. Hace 10 años la recomendación fue aplicada de inmediato por medios de comunicación y editoriales en sus libros de estilo, mientras un grupo de académicos se negaba a comulgar con su propia norma, y así siguen.
"Fue innecesario", explica Luis Mateo Díez, académico en la silla I. "La tilde es contundente. Lo de antes estaba mejor que lo de ahora. Seguiremos insistiendo. Sería el colmo que todos asumiéramos esa norma: es bueno que no estemos de acuerdo", sostiene Díez, uno de la docena de académicos insumisos (de un total de 43), que resisten y ordenan a sus editoriales que mantengan la tilde en sus libros, a pesar del giro que dio en 2010 la institución.
Ese año, los lingüistas de la RAE —casi la mitad de los académicos de número— dieron un paso adelante, borraron el acento gráfico y sorprendieron a los autores. Los sillones se polarizaron entre técnicos y creadores. "No me preocupa. Yo la mantengo y no hay ninguna razón para cambiar. No soy muy académico, pero cada académico lleva su camino propio, incluso para enfrentarse a la RAE", explica Francisco Rico. Quien se sienta en la silla p dice que la tilde le ayuda a aclarar y distinguir.
Ambigüedad relativa
Ese es el punto de desencuentro de criterios. "Los casos de ambigüedad son muy limitados. La tilde diacrítica no es necesaria. Hay que operar con reglas técnicas, aunque a algunos académicos les enseñaran otra cosa en la escuela", señala Salvador Gutiérrez, responsable de la nueva Ortografía que revolucionó la Academia. El académico publicará en unos meses, en la revista de la casa, Crónica de la Real Academia Española, un artículo que valora esta década sin tilde. "Espero que dejen el empecinamiento, porque no tienen argumentos técnicos con los que defenderse. Solo son criterios sentimentales y una ortografía no se hace así. Sería un gravísimo error que la RAE operase al margen de la ciencia", indica Gutiérrez.
Javier Marías aclara que sí hubo argumentos en contra de la Nueva Ortografía, a los que Gutiérrez no respondió: "Yo mantengo la tilde en ‘guión’ y en ‘sólo', entre otras. No voy a hacer caso de lo que diga un filólogo, con todos mis respetos. Para mí son medidas absurdas que han generado mucha confusión. Los creadores no pretendemos tener la última palabra, pero solo faltaría que nosotros no pudiéramos escribir lo que nos diera la gana. Y en la RAE cada cual atiende a las reglas con las que está de acuerdo. La Nueva Ortografía no me parece acertada, así que no seré dócil ni asumiré lo que mandan ellos. Confío en que un día eso se rectifique por el bien de la lengua española".
La lista de la paradoja académica incluye al poeta Pere Gimferrer, que en Las llamas (Fundación José Manuel Lara, 2018) mantiene el acento gráfico: "Pero sólo el latir del fulgor y el furor y el desprecio de la luz/ desgarrarán los labios de la noche". Francisco Brines nunca ha renunciado a la tilde, como en este verso de Para quemar la noche, de 2010: "Como si el mundo fuese sólo un exceso vano en nuestras solas existencias". Lo mismo ocurre con Arturo Pérez-Reverte en Sidi (Alfaguara, 2019); o Luis Goytisolo, en Chispas (Anagrama, 2019). También los Tiempos recios (Alfaguara, 2019) de Mario Vargas Llosa se aferran a la tilde.
De resistentes a conversos
Ni José Luis Sampedro ni Francisco Nieva defendieron la nueva pauta que, como apunta Gutiérrez, no es tan novedosa: desde 1952, la RAE señala que debe aplicarse el "sólo" únicamente en casos de ambigüedad. Y desde 1959 las publicaciones de la Academia lo han eliminado. Sin embargo, han pasado 10 años y la norma no se acepta de manera unánime en la institución: "Tardará, pero poco a poco irán entendiéndolo", añade Gutiérrez. Uno de los académicos que ha asumido la regla es Antonio Muñoz Molina. "Las modificaciones ortográficas me parecen superfluas, pero creo que es adecuado acatarlas, por mantener la unidad de la lengua".
Soledad Puértolas también ha renunciado a la tilde. "Con el tiempo lo he dejado, aunque a veces lo necesito poner. La norma es un tanto confusa. Los lingüistas redactan, pero los escritores no miramos con su óptica. Es lógico que haya dos grupos: no podemos confundir a los técnicos con los creadores. Está bien que ellos hagan sus normas, pero somos los creadores los que tomamos las decisiones", apunta la autora de Música de ópera (Anagrama, 2019), novela en la que los pronombres y los adverbios ya aparecen rasurados. A la académica en la silla g le gusta que el debate se mantenga abierto porque, dice, eso le mantiene libre.
La decisión del dramaturgo Juan Mayorga, el último académico en llegar, es clara: arrancará las tildes en la revisión de su teatro breve, que publicará La uña rota: "Cada uno es dueño del lenguaje y es muy interesante que haya voces discordantes. Es sano que haya académicos que discrepen de la Academia, porque ni una tilde es insignificante. Me interesa la intensidad del debate".
LA EXCEPCIÓN DE LA AMBIGÜEDAD
La tilde diacrítica tiene como misión distinguir palabras átonas de tónicas, pero cuando la RAE encargó a los lingüistas la 'Nueva ortografía', en 2010, aclararon que tanto el adverbio como el adjetivo "solo" son tónicos. Lo mismo para los pronombres demostrativos. Aunque en aquella recomendación insistían en que no era necesario el acento gráfico ni cuando existía la ambigüedad, en la 23ª edición del 'Diccionario de la lengua española' (2014) sí se permite tildar estas formas en caso de riesgo de ambigüedad (un ejemplo: Estoy solo contigo). Por si fuera poco embrollo, los propios lingüistas dicen que una interpretación literal de la norma de 2010 autorizaría a prescindir o no de la tilde.
El País.
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