Solana Chehtman, la argentina que ayuda a cambiar el paisaje cultural de Nueva York
Este jueves, en la tercera Cumbre Internacional de Ciudades Culturales, que se desarrolla en la Usina del Arte, habrá un debate sobre la intervención en espacios públicos y la relación con la ciudadanía. Moderado por el arquitecto, periodista y artista Miguel Jurado, participarán del encuentro José-Manuel Gonçalvès, director de Centquatre, en París; Laia Gasch, asesora de la vicealcaldesa de Cultura e Industrias Creativas de Londres; Viviana Cantoni, subsecretaría de Gestión Cultural de la ciudad de Buenos Aires; el artista Leandro Erlich; el director de Theatrum Mundi, John Bingham-Hall, y Solana Chehtman, que fue hasta el viernes pasado vicepresidenta del área de impacto social de la ONG Amigos del High Line. Desde mediados de mes, será directora de programas cívicos de The Shed, un nuevo centro de arte de Nueva York.
El High Line es un parque público "híbrido", donde conviven personas, esculturas y jardines, que se construyó sobre las vías de un tren que atravesaba la ciudad de Nueva York, a más de diez metros del nivel de la calle. En los años 80, las vías quedaron en desuso y, en la década de 1990, desde el gobierno de esa ciudad se pensó en que lo más conveniente sería demolerlas.
"Dos vecinos de Chelsea se opusieron y pidieron que se reutilizaran –cuenta Chehtman a LA NACION–. Luego de organizar asambleas con vecinos y obtener respaldo público y financiero, se lanzó un concurso internacional de diseño para convertir las vías en un parque". En 2009 se inauguró el primer tramo de ese espacio público híbrido, donde conviven paseantes y obras de arte, y en junio se abrirá un cuarto tramo, el último del High Line. El parque tiene una milla y media de extensión y fue diseñado por el estudio de arquitectos Diller Scofidio + Renfro y el paisajista Piet Oudolf, y fue construido por la firma de James Corner.
En el High Line, las personas pasean, hacen deportes, leen, se reúnen y participan de diferentes programas comunitarios. Hay una serie de reglas, que la mayoría respeta: no se puede ingresar con perros ni andar en bicicleta, no se puede fumar ni escuchar música a un volumen elevado. Para el desarrollo de los programas fue convocada Chehtam, que se ocupó de atraer a diferentes públicos al parque. "Advertimos que las personas de medianos y bajos recursos de la zona no frecuentaban el High Line, e iniciamos acciones para conectar con ellos", cuenta. Muchas iniciativas siguieron los caminos del arte y la cultura, como las series de perfomances de artistas locales de distintas comunidades, con las que el público se sintió representado y vivió una experiencia transformadora.
Además, otros artistas indagan por fuera del parque en las historias de ancianos mayores, trabajadores y extrabajadores de los barrios, personas de las minorías LGBT y afroamericanas. Esos relatos se harán visibles mediante un sistema de señales de tránsito en las calles. Hoy, el 85% de los participantes de programas del High Line es neoyorquino.
"Me interesa el modo en que el espacio público sirve a una pluralidad de audiencias por medio de la cultura", señala Chehtam. Al ser consultada sobre ese aspecto de la gestión cultural en la Argentina, responde que todavía se puede hacer más. "A la gente hay que atraerla con historias relevantes", concluye.
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