Soda Cirque: Séptimo Día, un golpe emocional en la gran fábrica de sueños
La gran compañía canadiense debutó anoche en el Luna Park con su tributo al grupo argentino; se ofrecerán 70 funciones y las entradas están prácticamente agotadas; el espectáculo seguirá en Córdoba y América latina
Estamos en la gran fábrica de sueños. Envueltos en una luz crepuscular, hipnotizados por el pulso de la música, abandonados al vaivén de esa marea que trae la melancolía. Estamos reunidos en una ceremonia pagana, un viaje, otro más, llevados por la voz de ese hombre que jamás se ha ido del todo y que ahora -corpórea, firme, un susurro en los oídos- nos devuelve a la adolescencia, a lo mejor de ese tiempo ido: la efervescencia, la movimiento afrodisíaco del cuerpo, la energía devastadora de quien sabe que la vida se devora de un mordisco.
Bailamos sobre escombros hace más de treinta años, cuando ya había agonizado la dictadura y quedaban los restos y las marcas de ese oscuro naufragio, y bailamos de nuevo ahora, en la fiesta dionisíaca, impulsados por la música y por los estímulos de esta construcción audiovisual -una máquina demoledora y perfecta- que está algo más cerca de la escritura teatral que del lenguaje circense. Se extraña un poco la carpa, digámoslo, se añora la entrañable arena del circo que siempre evoca el anhelo de regresar por un segundo a la inocencia de la infancia.
Teatro de la memoria
Es la noche de estreno de Séptimo día: no descansaré, la primera de setenta funciones (la última de ellas tendrá lugar a mediados de mayo) que reunirá a más de 300.000 personas y que será apenas el comienzo de una gira que se extenderá a Córdoba primero y a distintas ciudades latinoamericanas después. Es el comienzo de un sueño.
Se entiende que buena parte de las entradas se hayan agotado en este tramo extenso, a juzgar por el fervor de las primeras reacciones en la noche del debut. Está como sello de garantía la excelencia del Cirque du Soleil , desde luego, que tiene como responsable de la dirección a Michel Laprise, quien ha atenuado la carga de destreza física del espectáculo para concentrarse en un diseño teatral que no conspire contra la banda sonora.
Ese dispositivo visual trae algunas señales del universo pop, marcas indispensables de una estética que fue la de los años ochenta: raros peinados como torres, príncipes, colores que estallan sobre el escenario. Son signos de un mundo burbujeante, efervescente, pura vitalidad y humor.
Hay, desde luego, cuatro o cinco momentos en los que asombran la acrobacia y otros prodigios físicos (especialmente, las proezas aéreas) y otros que ne medio de la penumbra traen el hechizo de los ilusionistas (la danza acuática en la pecera). Pero lo que se impone al encantamiento de estas maravillas es la extraordinaria banda sonora.
Septimo día: no descansaré es una suerte de teatro de la memoria. Desde que se puso en marcha el proyecto en las oficinas de Toronto, Zeta Bosio y Charly Alberti realizaron casi una tarea de exhumación arqueológica: revisaron viejas cintas, grabaciones encontradas que se dispusieron a oír una y otra vez, buscaron matices y rarezas.
Todo suena un poco mejor ahora que entonces, todo prueba de manera contundente que la obra de Soda ha madurado sin perder frescura. Y esa banda sonora trae recuerdos, imágenes que creíamos perdidas, un pasado que sentíamos remoto y sin embargo está ahora con nosotros, teñido por la melancolía pero a la vez vívido, potente.
Se entiende entonces que la compañía canadiense haya elegido, como lo hizo anteriormente con Los Beatles y Michael Jackson, este repertorio imperecedero. Allí están "Persiana americana" y "Signos", "En el séptimo día" y "Hombre al agua", entre tantos, como testimonio sonoro de una época y sobre todo como prueba de la cumbre artística alcanzada por el trío. El sonido, impecable pese a las ingratitudes de la caja sonora, permite apreciar toda la riqueza de la composición (armónica, melódica, rítmica) y la precisión de la ejecución.
Está, desde luego, la voz. Una voz que es puro milagro: redonda, límpida, sensual. La voz produce además el reencuentro (otro más) con el gran prestidigitador, el hechicero de esta tribu. En esta ceremonia pagana, la multitud la escucha conmovida, reunida en derredor de ese portento que tiene una rara presencia física, que llega desde el fondo de la memoria y sin embargo cobra una sonoridad nueva y se nos antoja está entre nosotros, como si un hilo invisible uniese aquel pasado que creíamos olvidado para siempre con este presente que no es tan sólo nostalgia, aunque todo se observa (se escucha) con un nudo en la garganta y una punzada en el corazón. Esa carga emocional, devastadora cuando se avizora el cierre con "De música ligera", es la clave del espectáculo. En ese fin de fiesta -el canto a voz en cuello, miles de celulares en lo alto titilando como luciérnagas en la semi penumbra e iluminándolo todo- se cifra uno de los sentidos del espectáculo: la ilusión de regresar a la adolescencia y celebrarla, la fe (¿otra ilusión?) en que esa voz no nos ha dejado del todo, sigue acá entre nosotros, abrigándonos, acunándonos, haciéndonos sentir un poco menos solos.
Una cita ineludible
Había, por lo menos, un núcleo íntimo cuya presencia se esperaba en el debut mundial de Séptimo día. Era el corazón más personal del mundo de de Gustavo Cerati. Allí estaban entonces sus hijos, Benito y Lisa, su madre, Lilian Clark, y su hermana, Laura, una suerte de guardiana de la obra musical de Cerati en este espectáculo. Desde luego, no faltaron tampoco los compañeros de muchas rutas, los otros dos vértices del trío que fue Soda Stereo: Charly Alberti y Zeta Bosio. Pero por supuesto ellos no fueron los únicos que no faltaron a la cita del Cirque du Soleil en el Luna Park. Hubo además un círculo más amplio y más público. Estuvieron, entre otros, Valeria Mazza, Gabriela Sabatini, el músico Juanchi Baleiron, y los periodistas Jorge Lanta y Marcelo Zlotogwiazda. Aunque se especuló en su momento con la presencia de Mauricio Macri, el presidente no asistió a esta primera función.
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