¿Sobre qué escribió en sus últimos años William Burroughs, “el adolescente eterno” de las letras?
El estadounidense, que dictaminó que “el lenguaje es un virus”, dejó en fichas y libretas anotaciones de sus últimos años de vida; su atípico diario fue traducido por Luis Chitarroni
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En julio de 1996, cuando el escritor y artista William S. Burroughs (1914-1997) tenía 82 años, se organizó la muestra Ports of Entry, que homenajeaba su carrera en en el Museo de Arte de Los Ángeles, al cuidado de Robert Sobieszek. El poeta beatnik Allen Ginsberg, examante y amigo, lo acompañó durante la inauguración y, cuando la muestra fue trasladada al Museo de Arte Spencer de Kansas, en noviembre de ese año, participó de un simposio donde habló en términos elogiosos de su amigo. Burroughs, según cuenta el escritor y editor James Grauerholz en una nota introductoria al diario Últimas palabras (Granica), subió al escenario para abrazar a Ginsberg y el público los ovacionó. Esa fue la última vez que se encontrarían, porque Ginsberg murió el 5 de abril a causa de un cáncer. El autor de El almuerzo desnudo y Nova Express -admirado por artistas como David Bowie, Patti Smith, David Cronenberg, Laurie Anderson (que popularizó el lema burroughsiano “el lenguaje es un virus”) y Kurt Cobain- se despide de su amigo beatnik en estas páginas, con prólogo, traducción y notas de Luis Chitarroni.
A mediados de septiembre de 1996, en su modesta casa prefabricada de Lawrence, en Kansas, Burroughs empezó a escribir las entradas de su diario en fichas y libretas que le facilitaron sus amigos. “La salud de William todavía era buena -cuenta Grauerholz-. Habían pasado ya cinco años de su triple operación de bypass y, aunque sus reservas de energía no abundaran, de ánimo se encontraba bastante bien. Se mostraba infatigable, quería mantenerse ocupado y seguir escribiendo. Él dijo alguna vez que trataba de alcanzar la síntesis entre la pintura y los textos, sin nunca creer que hubiera dado con la fórmula”.
La primera entrada del diario de vejez de Burroughs registra la muerte de su gata, Calico Jane; en la vejez, el escritor amaba a los gatos y se arrepentía de que no hubiera sido cariñoso con ellos durante la juventud. Durante 260 días, desde el 14 de noviembre de 1996 hasta el 1° de agosto de 1997, escribió en 168 ocasiones. Sus registros incluyen episodios cotidianos y sueños, comentarios sobre libros que leía o había leído tiempo atrás (y en los que sobresale su pasión por Joseph Conrad), junto con las escenas que le sugerían; citas de lecturas, diálogos reales e inventados, arrebatos de ira, donde deploraba la estupidez humana y los lugares comunes; el desconsuelo por la muerte de sus seres queridos (su obeso gato Fletch, entre ellos, que partió semanas antes que él) y la contemplación de su propio final. Burroughs también arremete contra sus enemigos de siempre: el FBI, los odiadores de gatos, las feministas (que le hicieron la cruz luego de que matara en forma accidental a su esposa, la escritora Joan Vollmer, en 1951), los opositores a las drogas, la política antinarcóticos de Estados Unidos, los gobernantes de su país y los “faunicidas” de todas las latitudes.
“La violencia de Burroughs parece desapasionada y fría, como la de alguien que hubiera esperado toda la vida para disimular que aquello que estaba ofreciendo como almuerzo desnudo era una venganza fría -escribe Chitarroni en el prólogo de Últimas palabras-. Una venganza de una condición inaceptable para su coleccionada violencia, famosa por la afición a las armas de fuego, en particular las de bajo calibre”. Luego de un periodo de su vida caracterizado como “autodestructivo”, el escritor estadounidense enfocó sus experimentaciones con las drogas, el arte y la escritura en la creación de una obra donde conviven la ciencia ficción, el surrealismo, el mesianismo y la diatriba. “Burroughs, el escritor más osado del siglo XX, el adolescente eterno con ciudadanía de veterano, el hombre que consignaba, con una inmediatez y una alarma superiores incluso a las de Pynchon, la conformidad oronda y la inestabilidad de lo creciente y lo peligroso, se ocupa de desaparecer muy lentamente, como una especie de sagrado anticuario que se conformara en rechazar todo lo fatuo, y asimilar a su estilo único de relojero despreocupado lo inabarcable de las dimensiones encarnadas y oníricas del pasado, el presente y el futuro”, agrega Chitarroni.
Las anotaciones postreras del escritor permiten acercarse a la mente de uno de los “profetas”, ya no de la “contracultura”, sino de la post-humanidad.
A continuación, una selección de fragmentos del diario de William (Bill) Burroughs.
2 de diciembre, 1996. Lunes
Los enemigos tienen dos notables defectos:
1. No tienen sentido del humor. No importa cuánto se insista.
2. Carecen totalmente de comprensión de los asuntos arcanos, y sintiéndose al mando de todo lo que controlan, no comprenden aquellos otros que presentan amenaza, como la destrucción por cualquier vía. En consecuencia, callan sus intenciones. No pareciera importarles ya, pero mejor unas últimas palabras: “lo conseguimos”.
Son amenazantes, incluso bajo las propias reglas que su ficción impone.
¿Por qué no permitir que los villanos se retiren sin pagar, sin su medida de whisky?
¿Y por qué tomarían whisky? ¿Por qué no compartirían los gustos de un SWAT por la marihuana, la damajuana, las cortesanas o las sotanas?
En cualquier caso, tienden a exagerar el valor de las cartas que juegan. El noventa y nueve por ciento son comadrejas biliosas.
15 de diciembre, 1996. Domingo
Extrañar a un gato es extrañar a tu gato, extrañar parte de uno mismo.
Duele físicamente, como un miembro amputado. Allá arriba, en el sofá, o allá abajo, cerca del lavabo, ella comía siempre. Duele.
Como Wordsworth, ese viejo pederasta, dijo alguna vez:
“Ella murió y me dejó
este bosque, esta calma, esta escena muda.
La memoria de lo que ha sido,
y nunca más será”.
[...]
Muchas disciplinas espirituales establecen la obtención del silencio como único requisito para la madurez. Borren la palabra. Castaneda, en Las enseñanzas de Don Juan, señala la necesidad de suspender el monólogo interno –borren la palabra– y da indicaciones precisas para alcanzar el mutismo.
Toda organización adquiere sus epítetos. Feministas: justicieras por cuenta propia –capaces de creer cualquier mentira que se les diga, sin sentido del humor– y sin honor ni mínima decencia o dignidad en su trato con el “sexo opuesto”. Aburridísimas.
Ahora el macho –un John Wayne de mandíbula cuadrada, bigotudo, estúpido, poco sensible–.
En cuanto se ganan las acusaciones, nacen los estereotipos.
11 de enero, 1997. Sábado
¿Estado de la Unión? Una inconmensurable desdicha. ¡Un millón de dólares destinado a estudios para el uso médico del cannabis!
Puedo ahorrarles la inversión: [alivia] glaucoma, estimula el apetito y elimina náuseas en los últimos estadios de abstinencia por morfina y quimioterapia. Tónico de uso general sin efectos secundarios. Confiable afrodisíaco: si llegara a desearse. No sufra más de una erección a destiempo, ni aun [en] posibles encuentros con la Reina u otros dignatarios.
(Qué manera de sembrar la desgracia en enemigos y diplomáticos, de situarlos en lo más bajo.)
El cannabis bajo control estatal. En definitiva, una ilimitada gama de usos.
Si [el] reporte es favorable [este] será, por supuesto, descartado como pornografía. Un reporte bajo Nixon, quien dijo de [Timothy] Leary que era “el hombre más peligroso de los Estados Unidos” –peligroso para embusteros innatos como Nixon, Bush, Reagan y–
“a menudo el público soñoliento, etcétera, se retira a sus camas”.
Y en sueños se mantendrá.
Aún 3 de abril, 1997. Jueves
Allen Ginsberg está muriendo de un cáncer de hígado.
“Entre dos y tres meses”, dicen los profesionales, y él responde: “trato de no pensarlo, pero supongo que serán menos”.
Agrega:
“Pensé que estaría aterrado, pero estoy anhelante”. Espero no lo sofoquen con agotadores cariños. “Allen escribe poemas: está inspirado”.
Los comienzos de la vida vinieron a este mundo en cometas. [Ginsberg murió dos después.]
3 de mayo, 1997. Sábado
Acabo de terminar un libro que se llama Extinct, sobre megalodontes. Grandes [tiburones] blancos, de casi 30 metros de largo. Muy inteligentes.
Cuentan con mi afecto. Hubiera odiado ver cómo matan a estas nobles bestias, con dinamita.
¿Así que de vez en cuando se comían un ser humano? El problema estuvo en su moderación.
Pero de las hondas trincheras, ¿qué comida extraían?
Mi afecto siempre estará con el tiburón. Al menos es sincero y honesto en sus obras, mientras el Homo Sapiens las disimula o baila un cancán digno de vejaciones.
15 de junio, 1997. Domingo
“Gloomy Sunday”, domingo melancólico.
La canción del suicidio, prohibida en todas partes. Incluso, apresaron a sus intérpretes. Todavía emerge de las rejillas del metro y las bocas de las alcantarillas... un viejo mendigo, con un violín hecho a mano, tartamudea: “domingo melancólico”.
Yo creo que debería ser censurada: es cursi y artificiosa.
¿Lamentó Cristo en algún momento su crucifixión? Claro que sí: pero el show debe continuar.
¿Dónde?
Consideren a las personas de brillante piel verde:
“Mi color nada significa”.
Deja que el tránsito avance, pero nada más.
Los negros son diferentes a los blancos. Ya la mirada de sus ojos es diferente, lo sé. Caminando por una calle oscura, mi distintiva mirada en alto, me topé con una mujer negra. Me echó mirada y dijo:
“Hola, señor Fausto”.
18 de julio, 1997. Viernes
El Congreso de la Nación y el Odio.
Tantas [oposiciones] en Norteamérica, hundidas en la más ruin y espiritual ignorancia, envueltas en estólidas [y malintencionadas] prácticas contra cualquiera, contra los potenciales enemigos que el Homo Sapiens se gana cada segundo.
Sí, y aquí escribo con seguridad sabiendo que, comparativamente (y en otros países), esto es bien distinto. Aunque podría añadir, quizá, que mi seguridad es precaria.
El camino de pólvora está trazado. Solo resta encender la mecha.
30 de julio, 1997. Miércoles
¿El amor? ¿Qué es eso?
El analgésico más genuino que existe:
El AMOR.
[Burroughs murió tres días después.]
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