Sobre la utopía como una especie del arte
En 1891, Oscar Wilde escribe un breve ensayo que expone su utopía de una sociedad basada en el individualismo, el placer y la alegría: El alma del hombre bajo el socialismo era el título. A pesar de la reivindicación literal del socialismo, el pequeño libro es una crítica despiadada de todo tipo de sociedad autoritaria.
El ensayo comienza exponiendo esta paradoja: la mayoría no puede dar lo mejor de sí porque desperdicia su energía ayudando o compadeciéndose por los que sufren. Sólo el socialismo puede liberarnos de la piedad. Los pobres tienen razón al despreciar la caridad porque los embrutece. Pedir limosna corroe el alma. "Recomendar el ahorro a los pobres es a la vez grotesco e insultante. Es como aconsejar el ayuno a un hambriento."
Wilde es muy explícito respecto del socialismo que propone: se opone al autoritarismo, ya que esclavizaría a toda la sociedad y sería peor que el estado actual de las cosas, en el cual una gran parte no está sometida a la indignidad de la pobreza ni carece de libertad. El socialismo que proponía Wilde en 1891 era una especie de anarquismo utópico, completamente comprensible entonces porque ninguna experiencia política socialista de gran envergadura había sido jamás llevada a cabo.
La desaparición de la propiedad, de la familia, del matrimonio, del sometimiento de la mujer y de los celos es algo que a Wilde le parece absolutamente positivo. Cree que una sociedad libertaria de tal tipo permitiría que cada individuo fuera un artista.
Como Nietzsche, Wilde cree que lo más importante es llegar a ser uno mismo y piensa que ese socialismo libertario sentaría las bases políticas para que el mayor número de personas pudiera lograrlo.
Para Wilde, más anarquista y liberal que socialista, el mejor gobierno es la ausencia de gobierno. En uno de los párrafos más felices de este breve libro (plagiado con admiración por James Joyce en el Ulysses), Wilde escribe: "Hay tres clases de déspotas. El déspota que tiraniza el cuerpo, el déspota que tiraniza el alma y el déspota que tiraniza el cuerpo y el alma. Al primero lo llamamos Príncipe. Al segundo, Papa. Al tercero lo llamamos Pueblo".
Para liberarse de estos tres déspotas, Wilde propone un nuevo helenismo: un espacio político-cultural en el que el arte y la vida logren vivirse en estado de alegría y creatividad perpetuas.
Está enunciando así el programa que las vanguardias expresarán treinta años más tarde y que recién se vivirá a pleno en la década de 1960, cuando Andy Warhol y los Beatles pongan al mundo de la cultura patas para arriba.
Wilde propuso construir un nuevo mundo. Pero ese nuevo mundo debía transformarnos a cada uno, como persona, en alguien mejor y más feliz. Aun sin conocerlo, Wilde ya critica al comunismo real que se implantará a partir de la Revolución Rusa de 1917 y que se desmoronará con la caída del Muro de Berlín.
En El retrato de Dorian Gray, un personaje dice que daría cualquier cosa con tal de poseer un alma bella, y otro le responde: "Es una buena base para fundar una nueva ética".
Eso era: que cada uno pueda transformarse en artista de su vida.
El autor es crítico literario y periodista
@rayovirtual