Sjón: "Las islas son espacios dramáticos y tener ese drama a mano es muy útil"
Invitado al Filba, el autor de El zorro ártico cuenta las fortalezas y vulnerabilidades de su patria; su amistad con Björk: "Ella con la música y yo con la literatura compartimos el mismo espíritu"
Por su personalidad retraída, es posible que Sjón no vaya a caminar por las calles de Buenos Aires con una camiseta de la selección argentina de fútbol. El autor islandés confiesa que es un amante de la literatura argentina y, por cómo habla al respecto, hay que creerle. "Este país es una de las mecas de la literatura mundial. Leí a muchos autores argentinos: Cortázar, Silvina Ocampo, Sabato, Pizarnik, Alberto Manguel y Luisa Valenzuela; hace poco descubrí a Ricardo Piglia: ¡es fantástico! Ni hablar de Borges, un autor clave para nosotros en el Norte, porque, con sus ojos ciegos, él miró en nuestra dirección: el hecho de que desde un lugar tan lejano reconociera nuestra herencia literaria nos dio confianza para trabajar con esos antiguos textos germánicos y nórdicos de una manera completamente contemporánea. Él amaba nuestra literatura y fue imposible no devolverle ese amor".
Nacido en 1962 como Sigurjón Birgir Sigurðsson, publicó su primer libro de poesía a los 16 años y ya entonces adoptó el nombre artístico de Sjón -apócope de su nombre, que, en islandés, significa "visión"-. Si este detalle de color recuerda a su compatriota Björk, no es mera casualidad: la cantante y el escritor son amigos desde la adolescencia; en Reykjavik fueron parte de un movimiento experimental que se propuso "sacudir la sociedad islandesa". "Crecimos en un lugar muy aislado. En nuestro país, siempre se pensaba que las cosas excitantes pasaban en otro lado y no nos sentíamos parte del mundo. Nuestra generación fue diferente: confiábamos en nuestra obra. No tuvimos ningún problema en salir al mundo y decir: «Esto es lo que hacemos, ya conocemos lo que hacen ustedes, ahora tengamos un diálogo». No sentimos ningún complejo de inseguridad. Cuando vivís en una isla, podés ver el océano como una pared o como un camino. Y cuando creés que descendiste de los vikingos sabés que el agua no es un obstáculo", explica satisfecho.
Por esos años, como integrante de la banda musical surrealista Medusa, Sjón leía sus poemas en los intervalos; más tarde, escribió la letra de "Luftgitar", hit de The Sugarcubes, el grupo de rock alternativo que llevó a Björk a la fama mundial antes de su carrera solista. Ése no fue su único trabajo conjunto: en 2000, ella propuso a Sjón al director Lars von Trier para componer las letras de "I've Seen It All", el tema principal de la película Bailarina en la oscuridad, nominado al Oscar.
Su potente carrera en las letras, que comenzó con la poesía, se consolidó con la ficción. Ganador del Premio de Literatura del Consejo Nórdico en 2005 por El zorro ártico (suerte de Pulitzer escandinavo), conquistó a la crítica y a sus lectores más allá de la isla en la que nació con un estilo único: económico y preciso en palabras, pero explosivo en detalles y riqueza visual, quizá lo que más se le celebre sea que rescató del olvido mitos y leyendas del folklore islandés, llevando ese universo y todos sus seres fantásticos, oscuros y retorcidos a historias totalmente contemporáneas, rara vez lineales y jamás predecibles.
Inquieto y prolífico, llegará por primera vez a la Argentina para participar del Festival de Literatura Internacional de Buenos Aires (Filba) la semana próxima, tras haber entregado su manuscrito para el muy publicitado Future Library Project.
-El año pasado cumpliste un sueño personal: reunir a escritores nacidos en islas para hablar sobre qué los hace distintivos. ¿A qué conclusión llegaron?
-Fue, como decís, un sueño hecho realidad. Hubo autores de Indonesia, Cerdeña, Japón, Antigua (Caribe), las Shetland (Escocia), Cabo Verde, Creta, Terranova y Labrador (Canadá) y Groenlandia, así que tuvimos un espectro muy amplio de lo que una isla puede ser. Y aunque teníamos experiencias históricas y culturales distintas, encontramos algo muy fuerte en común: todos coincidimos en que en las islas las comunidades son pequeñas y compactas, entonces la estructura social se hace extremadamente clara, casi transparente. Quien vive en una isla puede entender a la perfección los mecanismos de una sociedad, y eso, para un escritor, es un privilegio total. Además, todos teníamos historias de personas encerradas en las islas, como también de personas desterradas y otras que llegaron por la fuerza, como en el caso de los esclavos en el Caribe. Sumado a esto, las islas también tienen una enorme vulnerabilidad, no sólo por una cuestión geográfica, sino también geopolítica: todas las islas, en algún momento de la historia, fueron conquistadas, porque los extranjeros sintieron el derecho de invadirlas y llevarse algo de ellas. En definitiva, las islas son espacios dramáticos y, como autor, tener ese drama a mano es muy útil.
-¿Influye en tu proceso creativo la certeza de que, como máximo, 330.000 personas pueden leerte en tu idioma, es decir, en tu expresión más auténtica?
-Trabajo de manera muy colaborativa con mis traductores y lo disfruto, aunque cuando empecé a escribir nunca imaginé que mis obras pudieran trascender las fronteras de mi país. El zorro ártico se publicó en casi 40 idiomas. Jamás pensé que una historia situada en las montañas de Islandia durante el invierno, a fines del siglo XIX, pudiera ser leída en rincones remotos del mundo por lectores culturalmente tan diferentes.
-Si hablamos de arte experimental en Islandia, es imposible no pensar en Björk...
-Ambos venimos del mismo momento cultural de la historia islandesa. A fines de los 70 y principios de los 80, creamos un pequeño movimiento de gente muy joven que creía que nuestra sociedad necesitaba una buena sacudida y que la mejor forma de lograrlo era el arte y la creatividad más experimental que pudiéramos hacer. Eran tiempos de la Guerra Fría y todos los artistas estaban obligados a tomar partido, izquierda o derecha; si no eras favorecido por uno de estos bandos políticos, no podías crecer como artista. Nosotros nos revelamos contra eso, creamos nuestro propio mundo. Se trataba de abrirse a lo que estaba pasando a nivel creativo en el extranjero, pero con una fuerte creencia en nuestra tradición. Finalmente, eso nos llevó a tomar nuestra propia tierra. Björk era una de estas personas. Pero me cuesta mucho hablar de ella, porque es una amiga de casi toda la vida y, además, hablar de lo que hizo es hablar de lo que yo hago. Aunque hayamos ido en distintas direcciones, ella con la música y yo con la literatura, compartimos las mismas raíces y el mismo espíritu.
Una inmersión en el mundo de Björk
Una invitación a sumergirse en el universo sonoro y visual de Björk: ésa es la propuesta de la exhibición de videos y obras digitales creadas por la artista islandesa que se inaugura hoy en la Usina del Arte, en el marco del festival Ciudad Emergente. Björk Digital es un proyecto de la cantante que llega a Buenos Aires después de presentarse en ciudades como Tokio, Sidney, Montreal, Londres, Los Ángeles, México y Barcelona.
De carácter inmersivo, la exposición tiene dos ejes: una serie de videos en formato de 360 grados para ver con cascos conectados a celulares y dos estaciones para experimentar la realidad virtual.
La muestra ofrece un recorrido guiado por cinco estaciones y una pequeña recepción donde se explica el concepto del proyecto de Björk. Recorrer las cinco salas lleva, aproximadamente, una hora. El público ingresa en grupos de veinte personas, cada quince minutos. La primera parada está dedicada al álbum Biophilia y a la aplicación que desarrolló Björk: hay tablets para explorar ecosistemas sonoros. En las siguientes tres salas están instalados los videos digitales para disfrutar en 360 grados. Las dos últimas están dedicadas a las experiencias inmersivas e interactivas que permite la realidad virtual. Allí es posible "tocar" al avatar de la artista. El bonus track es una sala de cine donde se proyectan todos los videos de la compositora.
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