Siri Hustvedt: "Los científicos deberían leer más humanidades"
"¡Siri! ¡Argentina!", grita Paul Auster luego de atender el llamado telefónico desde Buenos Aires. Siri Hustvedt (Minnesota, 1955), novelista y ensayista, vive en Brooklyn con su pareja, el célebre autor de Leviatán y La música del azar. Con entusiasmo, Hustvedt cuenta que en 2019 se publicará en Estados Unidos e Inglaterra una nueva novela suya. Se llamará "Memorias del futuro". Acaba de terminar de escribir, además, un artículo sobre neurociencia y estética que presentará en Berlín y, por primera vez, agrega, escribirá una obra de no ficción poco convencional. Ya tiene previsto el título: "El arte y la ciencia de ser una mujer difícil". "Espero que se entienda el chiste", agrega.
En la Argentina, mientras tanto, se publicó su primera novela, Los ojos vendados (Seix Barral), que en su momento (1992) mereció el reconocimiento de la crítica estadounidense y de colegas notables como Don DeLillo . Protagonizada por una joven estudiante de Literatura en una Nueva York indiferente y azarosa, la novela de Hustvedt ya contenía el germen de una obra lúcida y sensual. Consagrada con novelas como Todo cuanto amé (2003) y El verano sin hombres (2011) , que fueron best sellers, la autora de ascendencia noruego publicó en 2017 un extraordinario volumen de ensayos sobre feminismo, arte y ciencia, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral), donde discute ciertos lugares comunes de la cultura contemporánea.
–¿Cómo vive las últimas conquistas feministas (#MeToo, Time's Up)? ¿Cree que nos estamos acercando a un momento de igualdad entre varones y mujeres?
–Al menos en parte, #MeToo fue una reacción a la virulenta misoginia del nuevo presidente de Estados Unidos , Donald Trump, pero luego se extendió por todo el mundo. Es un paso adelante para el feminismo. A pesar de los intentos de convertirlo en una campaña puritana o antimasculina, creo que el mensaje esencial es simple y se basa en los antiguos principios de la Ilustración: soy dueña de mi cuerpo, sea cual sea mi sexo o género. Tú no y no tienes derechos sobre mi cuerpo sin mi permiso expreso. Si elijo entregar mi cuerpo, lo hago libremente, no porque me obliguen o esté bajo amenaza. Pero el respeto por los cuerpos de las mujeres es una parte de la historia. Es vital que nuestras culturas comiencen a reconocer que denigramos todas las cosas que se consideran femeninas y elevamos aquello que consideramos masculino. El intelecto es masculino; el cuerpo, femenino. La razón es masculina; la emoción, femenina. Debemos detener esta tontería y comenzar a reconocer que esos prejuicios no son aislados sino constantes. Han sido integrados en nuestros procesos de pensamiento.
–¿Cuándo comenzó su interés por las neurociencias y qué le aporta a su tarea como narradora?
–Cuando miro hacia atrás en mi vida de lectora, me doy cuenta de que mi fascinación por la neurología comenzó en mi adolescencia, cuando comencé a leer relatos neurológicos de estados místicos: la conexión entre la religiosidad y la epilepsia, por ejemplo. Cuando escribía mi tesis doctoral en la Universidad de Columbia sobre Charles Dickens, comencé a interesarme por los déficits lingüísticos que aquejan a las personas con varios tipos de afasia. Tengo migraña y me interesaron los síntomas y la hipersensibilidad que acompañan la enfermedad. A mediados de la década de 1990, comencé a sentir que, aunque tenía una base sólida en literatura, filosofía, historia y cierta familiaridad con las ciencias sociales, carecía de educación en biología. Mi interés coincidió con una explosión de investigación en neurociencia , y empecé a estudiar. Me tomó años de trabajo, pero tengo un fuerte conocimiento práctico de la neurociencia. La ciencia ciertamente ha entrado en mis historias. Mi novela más reciente, El mundo deslumbrante (2014), está llena de referencias filosóficas y científicas sobre la cuestión mente/cuerpo. La ficción escrita participa de nuestros ritmos corporales, latidos cardíacos y respiración, la música del lenguaje del escritor y sus verdades emocionales, pero también de todos los libros que un autor ha leído, ya sea literatura clásica o ciencia o cómics.
–¿Por qué cree que las áreas intelectuales y científicas están tan separadas?
Vivimos en un mundo de creciente especialización: la cultura de los expertos. Hay poco interés en realizar un aprendizaje amplio. Si te pasaste la vida estudiando el hipocampo en el cerebro (vinculado a la memoria) y nunca te molestaste en examinar la historia de la filosofía de la memoria, nadie te objetará. Sin embargo, en mi opinión, tu trabajo será deficiente. Creo que los científicos deberían leer humanidades y los humanistas deberían leer ciencia porque ese aprendizaje ayuda a resolver problemas en sus propios trabajos. Hay razones sólidas para avanzar en la interdisciplinariedad, aparte de que eso hace que las personas sean más completas. Debido a que los métodos de las ciencias y las humanidades son diferentes, porque se basan en supuestos diferentes, la división puede crear alienación y, a veces, enojo. Mi solución es el pluralismo. Es posible ver el mismo problema desde múltiples puntos de vista. No se llegará a una sola respuesta, pero se puede alcanzar lo que llamo "una zona de ambigüedad enfocada", que ayuda a formular buenas preguntas.
–¿La crisis de la literatura se debe al negocio del entretenimiento?
–Creo que hay agentes y editores que creen que ese es el caso: "Netflix está matando las novelas". En el siglo XIX, las novelas no competían con las películas, la televisión e Internet. La impresión es que todo pasado fue mejor, pero es importante recordar que desde que la alfabetización masiva se convirtió en un hecho, siempre hubo entretenimiento popular, historias que a menudo imponen, en lugar de desafiar, perogrulladas culturales, clichés e historias que se venden muy bien. En el metro veo a los neoyorquinos leyendo libros todo el tiempo, desde la Biblia hasta Virginia Woolf . No creo que los libros se desvanezcan. El texto simbólico no desaparecerá. Nunca pensé que mis libros fueran para todos; sería una ingenuidad creer eso. La lectura es un acto colaborativo, una reunión en la página entre la voz del escritor y la conciencia encarnada del lector.
–En la Argentina recién fue publicada su primera novela, ¿cómo se siente con ese libro?
–Fue publicada en español hace años pero solo en España. Por casualidad, mi editor estadounidense acaba de volver a publicar Los ojos vendados en una nueva edición, así que la leí otra vez después de muchos años. El veredicto es que todavía estoy orgullosa del libro y lo defiendo. Lo escribí cuando tenía poco más de treinta años.
–¿Recuerda por qué decidió convertirse en escritora?
–Sí, tenía trece años. Sucedió a la noche en una casa en Reykjavik, Islandia, donde mis padres habían alquilado una casa para el verano. Estaba leyendo David Copperfield, de Dickens, y me conmovió profundamente. Emocionada, detuve la lectura, caminé hacia la ventana, miré los techos de las casas y los edificios de la ciudad, aún completamente visibles bajo el sol de medianoche, y pensé: "Si los libros pueden hacerle esto a una persona, entonces esto es lo que quiero hacer. Quiero escribir". Empecé en ese entonces y nunca más dejé de escribir.
–¿Qué peso tiene en su país la opinión de los intelectuales en el debate público?
–Estados Unidos sigue siendo un lugar ferozmente antiintelectual . Esto es irónico, ya que fue fundado por intelectuales (aunque eran hombres blancos que, lamentablemente, no terminaron con la esclavitud en ese momento), pero la fuerte corriente de odio populista hacia las élites tiene una larga y robusta historia en mi país y se puede ver en la exclusión del debate público no solo de los "expertos" sino también de verdaderos intelectuales, escritores, poetas y artistas.
–¿El psicoanálisis es una forma de autoconocimiento para usted?
–¡Oh, sí! Esta extraña forma de diálogo (en mi caso durante años) ha sido una ruta hacia el autoconocimiento como liberación genuina. Si se es capaz de comprender cómo se desarrollaron los patrones neuróticos inconscientes, o al menos idear una narración razonable de por qué se pueden haber desarrollado, es posible dejar atrás esos patrones y cambiar.
–En su trabajo, los artistas a veces cumplen roles sintomáticos o son vistos como agentes de cambio, ¿es eso una metáfora de la actividad artística en general?
–Estoy muy interesada en las cualidades transformadoras del arte, probablemente porque fui cambiada por obras de arte de todo tipo. Las grandes obras de arte nos ayudan a ver el mundo de nuevo, pero también nos dan una sensación de profundo reconocimiento, una sensación de "¡esto sí que es verdadero!". Y, sin embargo, ese reconocimiento no podría haber existido sin esa obra de arte particular. Lo que llamamos "arte" es antiguo en la historia humana. Durante decenas de miles de años las personas han estado representando sus mundos. Este impulso de hacer cosas y compartir esas cosas con los demás está más evolucionado en nuestra especie. Somos seres creativos.
–¿Cómo es la vida de una escritora en pareja con un escritor?
–Viví con el escritor en cuestión durante treinta y siete años y siempre fuimos el primer lector y editor de cada uno. Conocí a Paul cuando estaba en la escuela de posgrado, trabajando en mi doctorado. Él estaba escribiendo su primera obra en prosa, La invención de la soledad. Nuestra compañía literaria e intelectual ha evolucionado a lo largo de los años, y seguimos intensamente interesados en lo que el otro está haciendo. Confieso que a menudo me sorprende el sexismo que enmarca nuestra relación, no desde adentro sino desde afuera. Me asombra toda la desinformación en los medios que atribuye mi conocimiento académico de, digamos, psicoanálisis o neurociencia o Jacques Lacan o Mijaíl Bajtín a Paul cuando él no está en absoluto familiarizado con esas ideas. Me llevó mucho tiempo entender que el hecho, como lo expresa Paul, de que soy "la intelectual de la familia" no cae bien en la imaginación popular. Aunque publico en revistas académicas y científicas y doy conferencias varias veces al año en todo el mundo, esa realidad fue totalmente reprimida o minimizada. Tal descrédito del trabajo de las mujeres no es nuevo, pero todavía es extraño. Afortunadamente, esto no es y nunca fue un problema entre nosotros. Me atrevería a decir que si lo fuera, no estaríamos envejeciendo tan contentos juntos.
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