Sinceridad, un análisis de los años 70
HEREDEROS DEL SILENCIO Por Gabriela Cerruti (Planeta)
PODRIA decirse que este libro es la historia de la sinceridad. Gabriela Cerruti explora y diseca con despiadado oficio a esa generación que fue adolescente durante la dictadura. Que vio sin ver y escuchó sin oír. Y en el caso de Gabriela el bisturí es todavía más incisivo: "Cuando yo tenía catorce años mi mejor amiga era la hija de un torturador. No de un torturador cualquiera: el padre de María Elena era Jorge "El Tigre" Acosta, jefe del Grupo de Tareas de la ESMA", comienza diciendo en el primer párrafo de una narración que no da tregua al lector.
De la mano de una Gabriela adolescente transitamos por Punta Alta, apenas separada por una vía de ferrocarril de la Base Naval de Puerto Belgrano, y revivimos aquellos años setenta donde cuesta creer que "no sabíamos" pero donde, también, la realidad superó en infinitas oportunidades a la más terrorífica ficción. Un universo donde, en una familia llegada del Viejo Mundo, como los Cerruti, el terror de los padres a que sus hijos anduvieran "en algo" se materializó en vigilancia constante ("Mamá había decidido que la única posibilidad de que no hacíamos nada raro era que estuviéramos la mayor parte del tiempo en casa") que, sin embargo, no enturbió la lucidez con la que luego Gabriela se convirtió en una militante de los ochenta, con toda la carga de culpa y maniqueísmo que también ello implica.
Resulta conmovedor recordar aquel país de La Biblia de Vox Dei, de los fogones tercermundistas después de la misa vespertina.
Es apasionante recuperar la Guerra de las Malvinas desde el patio del Normal de Señoritas donde las chicas se preguntaban cómo sería una guerra sin dejar de recordar, desde la ignorancia, que los mayores siempre habían sostenido que a la Argentina "le hacía falta una guerra" para valorar todo lo bueno que sus habitantes no sabían apreciar.
Activa militante católica, Cerruti ejerce aquello de la recta intención cuando señala hasta qué punto una sociedad "donde los cambios de gobierno se reflejaban en casa más por los vaivenes económicos que por las convicciones ideológicas" pierde el rumbo y se convierte en cómplice silencioso de una página atroz que jamás debería haber sido escrita y que quizá todavía sea importante revisar para conocernos a fondo.
Probablemente porque las nuevas emociones de la Democracia fueron muchas y costó incorporarlas en una sociedad sin experiencia cívica, es tan importante el testimonio de quien, como Cerruti, emerge en los ochenta con innumerables interrogantes y dilemas: "En ese momento no entendía que a casi todos nos pasaba lo mismo. Parecía ser la única que durante la dictadura no había estado presa, exiliada o luchando por una causa justa. Era imposible que no supiera, todos sabían, y de repente la certeza de que sabía fue tan fuerte que no me quedó otro remedio que recordar que yo también había estado militando en los grupos de derechos humanos y peleándome contra los militares".
Este relato tan valioso nos explica también que en nuestro universo latinoamericano no sólo hay héroes y demonios sino también seres humanos tan espléndidos como desamparados. (244 páginas.).
Magdalena Ruiz Guiñazú
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La Nación