Simone de Beauvoir, la voz inagotable
"Cuando me ocurre algo, siempre lo racionalizo... Esa es mi verdadera forma de sentir", decía Simone de Beauvoir. La admirable autora de El segundo sexo (1949) –manifiesto feminista que continúa siendo un referente, en tiempos del movimiento Me too–, era, "una filósofa sumamente reflexiva, que cuestionaba sin cesar los valores de la sociedad", como apunta Kate Kirkpatrick en Convertirse en Beauvoir (Paidós), una nueva biografía sobre la intelectual francesa. Y creía firmemente en que, "nos guste o no, influimos en el destino de otras personas y debemos hacer frente a la responsabilidad que ello supone".
Siempre supo que tenía algo importante que decir. "Beauvoir afirmó que ‘ninguna mujer ha vivido una vida exenta de convencionalismo y prejuicios ?". Ella los sufrió de muchas maneras y los combatió. Preguntándose sobre qué es ser mujer y analizando el impacto que la cultura y la sociedad han tenido en las mujeres, ella ayudó a que estas encontraran su lugar en el mundo", le dice por teléfono a LA NACION revista Kirkpatrick, que es profesora de religión, filosofía y cultura en el King's College de Londres.
Beauvoir aspiraba a una filosofía que pudiera ser vivida y, por ello, su principal objeto de estudio fue ella misma. "La vida –subraya Kirkpatrick– le planteaba preguntas; con su obra intentaba dar respuestas" ya fuera en sus libros de ficción o en sus tomos autobiográficos, en los cuales, según la académica británica, habría ocultado pasajes relevantes de su existencia, entre otros, sus amores prohibidos. En muchas ocasiones también le habría bajado el perfil a su propio trabajo y exaltado el de Jean-Paul Sartre, con quien mantuvo una relación legendaria, que Kirkpatrick resume como "el encuentro de dos mentes inigualables".
¿Fue una víctima de su época? "Más que una víctima, fue un producto de su tiempo. Todos lo somos... Ella nació en 1908 y, visto con los ojos del siglo XXI, es llamativo lo que hizo (dejar fuera de sus memorias ciertas cosas, como los defectos de Sartre), lo hizo por razones políticas. Ahora, no es que subestimara su obra. Ella era cruda en sus opiniones: criticaba y editaba los libros de Sartre, y defendía su propio trabajo. Pero también podía decir cosas como: ‘No soy una filósofa (el filósofo es Sarte) ?. Era muy autocrítica. Diría que había una especie de adecuación".
Beauvoir –a quien le consternaba la indiferencia de otras personas hacia sus semejantes–, tenía entonces una visión más machista de sí misma. Para empezar, su padre, un abogado que se volvió cada vez más aficionado a la juerga, le decía que ella "pensaba como un hombre", y su madre era una mujer abnegada, pero resentida, que probablemente la llevó a preguntarse a temprana edad si "uno debía vivir para los demás o vivir para uno mismo".
En su época, "las mujeres brillantes tenían que cuidarse de no brillar". Las francesas no tenían derecho a votar –lo hicieron por primera vez en 1945– ni a abrir una cuenta bancaria. En las universidades, apenas el 24% de los estudiantes eran mujeres. Kirkpatrick escribe que, simplemente, no tenían "derecho a ocupar el primer lugar". Y lo hace en referencia al día en que Beauvoir y Sartre consiguieron su entrada a La Sorbona. Él, en primera posición, y ella, en segunda, si bien uno de los jueces se inclinaba por la lucidez filosófica de Simone, para el primer puesto. Entonces, además, de acuerdo a Kirkpatrick, imperaban ideas como la de Arthur Schopenahuer, quien sostenía que "la mujer podía tener talento, pero no genio creador".
En su libro, la autora señala que hubo "algunas asimetrías"en la forma de interpretar la vida de Beauvoir y Sartre. Por ejemplo, el afán decorativo con que la prensa se refería a ella: "La gran sartrera", "Nuestra señora de Sartre", la llamaron, en los años 40, cuando ambos viajaron a los Estados Unidos, donde él era un ícono, y "la atractiva y atípica compañera que lo acompañaba le daba más caché". Kirkpatrick plantea que Beauvoir publicó ensayos filosóficos en los que exponía un existencialismo "más estudiado y elaborado que el de Sartre. Pero su contribución intelectual a ese momento filosófico y sus desacuerdos han sido ampliamente subestimados".
Cuando Sartre murió, en 1980, ella casi no apareció en sus obituarios, o lo hizo como un apéndice, mientras que, tras su muerte, seis años después, todas las necrológicas se referían a él. "Es algo que sorprende sobremanera", dice Kirkpatrick, quien ha destinado más de diez años a estudiar el trabajo, tanto de Beauvoir como de Sartre. Para la redacción de esta biografía, que le llevó tres, echó mano de diarios desconocidos de Simone, cuando ella era aún una joven medio mojigata, que alguna vez pensó en convertirse en monja –más tarde dejó de creer en Dios- y que, tras la trágica muerte de Zaza, su mejor amiga, se cuestionó si valía la pena vivir. "A una se le ha dado la vida y, por tanto, está obligada a vivir de la mejor forma posible", concluyó, en esos días oscuros.
Al comienzo de su relación con Sartre, cuando ambos pactaron mantener un "amor esencial" entre ellos, pero con la coexistencia de amantes "contingentes" y el compromiso de contarse todo, Beauvoir –que era apasionada y se entregaba por completo a sus experiencias–también tomó otra determinación: "Amaré a cada uno como si fuera el único, tomaré de cada cual lo que me ofrezca, y yo le daré todo lo que pueda darle".
En las 445 páginas de Convertise en Beauvoir, hay referencias a diferentes amores, gracias a cartas como las que Simone le envió a Claude Lanzmann, y que salieron a la luz cuando el fallecido director de Shoah (1985) –su conviviente por siete años y al único que trató de "tú"–, vendió a la Universidad de Yale, poco antes de morir, en 2018. "Hay manuscritos en francés que aún no han sido publicados. Es muy probable que se siga encontrando y publicando nuevo material sobre Beauvoir", comenta Kirkpatrick.
La relación de Beauvoir y Sartre, en tanto –rodeada de amigos, amantes y ex, algunos compartidos, a los que ellos llamaban "la familia"–, sobrevivió a muchas cosas, hasta la muerte de él: entre otras, a grandes romances paralelos, como el de ella con el escritor estadounidense Nelson Algren y el de Sartre con Dolores Vanetti, una coleccionista norteamericana. ¿Qué era lo que realmente los unía? "Un cierto tipo de amor. Una amistad intelectual intensa. Los dos se hacían preguntas profundas que intentaban contestar, como: ¿Puede haber significado en el mundo sin un Dios?, o ¿cómo influye el amor de uno en la vida de los otros? Cosas que los atribularon a ambos en sus vidas. Desde que Beauvoir y Sartre se conocieron, en 1929, compartían gustos literarios. Se produjo un intenso diálogo, generador de ideas. Ninguno se cansó de esas conversaciones. Él le propuso matrimonio a unas cuantas mujeres. Y todas veían a Beauvoir como una amenaza". Al revés, también: Sartre era un peligro para los amantes de Beauvoir.
Sobre Sartre, Simone escribió: "Lo llevo en el cuerpo y en el corazón, y, sobre todo (pues en mi cuerpo y en mi corazón podría llevar a otros), es el amigo incomparable de mis pensamientos". Una imagen da cuenta de lo compenetrados que estaban: cada vez que dejaban de verse y volvían a encontrarse, Sartre la saludaba con entusiasmo, inmediatamente le planteaba algo, y ella lo desmenuzaba y le respondía. "Ninguno de los dos habría llegado a ser lo que fue de no haber sido por su forma de dialogar, por la suma de los actos de ambos", afirma Kirkpatrick.
¿Se puede hablar del gran amor de Beauvoir? "Yo creo que amó de forma diferente cada vez. Con Algren podemos atestiguar ese amor, porque hay cartas que se escribieron ambos. Lo mismo ocurrió con (el periodista Jacques-Laurent) Bost. Pero con Lanzmann, solo están las cartas que le dirigía ella a él, entonces no tenemos un registro parejo de la intensidad de ese amor".
Un escándalo
En 1947, Beauvior dio una serie de conferencias en los EE.UU. También recorrió bares afroamericanos de jazz y otros tugurios del brazo del atormentado Algren, quien, en sus cartas, le escribía: "Amor es lo menos que podría darte". Durante ese viaje, la filósofa se cruzó con un libro inspirador, An American Dilemma: The Negro Problem and Modern Democracy. Era un estudio del sueco Gunnar Myrdal sobre los obstáculos que enfrentaban los afroamericanos y que a Beauvoir le sirvió como un reflejo de la "opresión" que vivían las mujeres.
"¿Qué ha significado para mí ser mujer?", se preguntó Beauvoir en El segundo sexo. Y desentrañó ideas y mitos que había aceptado como naturales desde la infancia. Hasta entonces, los filósofos hablaban sobre el hombre y la condición humana. "¿Había algo parecido a la condición femenina?", se cuestionaba ella. "En 1945, Maurice Merlau-Ponty, un autor conocido, escribió sobre la fenomenología del cuerpo, asumiendo una perspectiva única: que era masculino. Cuatro años después, Beauvoir brindó una visión del cuerpo femenino, que era muy diferente. Ella se refirió al cuerpo y al lenguaje, a los tabúes que necesitaban ser confrontados. Y los confrontó. Fue muy valiente", enumera Kirkpatrick. A propósito, planteó, por ejemplo, cómo las mujeres son cosificadas, cómo están condicionadas por sus cuerpos sobre los cuales, todavía hoy, se hacen toda clase de juicios.
Por sostener cosas como que "las mujeres eran educadas en la creencia de que para tener valor deberían ser amadas por los hombres" o que eran consideradas seres inferiores, o sea, objetos, Beauvoir fue, en palabras de Kirkpatrick, "objeto de sarcasmo. Le rebatían ideas por el mero hecho de ser mujer".
Cuando el primer tomo de El segundo sexo salió a la venta, en junio de 1949, la tildaron de "díscola, insatisfecha, ninfómana". Fue un escándalo. El escritor Fraces Mauriac la llamó "pornógrafa". Pese a los insultos, en la primera semana se vendieron 20 mil ejemplares. Por el segundo tomo, que se lanzó en noviembre, Albert Camus la acusó de "poner en ridículo a los franceses". La trataron de resentida. Y se le insinuaron "maniacos sexuales".
En sus páginas, Beauvoir señaló que "la biología no es el destino". Tampoco, el matrmonio o la maternidad. E incluyó su famosa frase: "No se nace mujer, se llega a serlo", es decir, dejó claro que el "ser mujer" obedece a una construcción cultural, no biológica. El segundo sexo fue prohibido por el Vaticano. Entonces, ni la autora "sabía que el libro sería considerado un clásico y que en él se inspirarían diversos movimientos políticos".
¿Qué le deben las mujeres a Simone de Beauvoir? "Diría que impactó a aquellas que la han leído, a nivel privado (ella escribía para diferentes tipos de mujeres, incluidas las que, a diferencia de ella, no habían tenido la posibilidad de instruirse). En Francia, hubo un impacto palpable de su figura, mientras ella vivía. Cumplió un rol en el derecho a la contracepctión y participó en campañas a favor de las madres solteras. Culturalmente, a muchas mujeres les abrió un camino a través del lenguaje: a mujeres que venían de entornos marginales les dio el vocabulario para nombrar las injusticias, los prejuicios, lo que les estaba pasando", responde Kirkpatrick.
La académica cree que uno de los mitos "más importantes" que habría que derribar con respecto a Beauvoir es el que sea recordada en términos de su vínculo amoroso con Sartre. "Ella cuestionó precisamente la idea de que el destino de una mujer era el amor: ya fuera un amante o un hijo. El amor como éxito de la mujer, mientras que el hombre podía triunfar en el ámbito artístico o profesional y en el privado, y la mujer no. De Beauvoir vivió una vida no convencional. Sin embargo, predomina esta mirada de que ella tuvo éxito en su relación con Sartre, porque duraron muchos años. En realidad, habría que recuperar cómo ella abrió caminos para millones de mujeres en el mundo".