Silvina Bullrich, la escritora que pagó el precio de ser best seller
Agresiva y acostumbrada a salirse con la suya, la autora argentina fue exitosa contando lo que mejor conocía: la decadencia de su clase social
Silvina Bullrich fue la escritora argentina más exitosa, la que obtuvo más fama y la que más libros vendió. Con el modelo explícito de los best sellers norteamericanos, logró montar una especie de industria unipersonal que producía a razón de un libro por año. Aparecían antes de Navidad y el público los consumía en la playa durante el verano. Era una autora talentosa, pero, como no se privó de reconocer muchas veces (porque lo decía todo, o casi todo), las presiones del mercado fueron desviando su camino.
¿De qué hablaba? De lo que conocía bien. Había nacido el 4 de octubre de 1915 y su mundo era el de las viejas casonas tradicionales, las estancias, las herencias, los viajes a París. Y, por supuesto, el de los amantes, las traiciones, la indiferencia de los hijos, lo difícil que resulta vivir y crecer para una mujer. O sea, en gran medida, de ella misma. Era ella la que vendía. Una mujer punzante que desmenuzaba con agudeza a su propia clase y, de paso, permitía a sus lectores entrometerse en ese mundo. Sabía esto y lo explotó durante años. Ganó bastante dinero, algo que le importaba muchísimo porque a pesar de los brillos no era rica. Además, le gustaba provocar. Era una aristócrata y estaba orgullosa de serlo. No renegaba de su clase social, sino que se lamentaba por la pérdida de un imaginario: ese proyecto de país culto, rico y europeizante, con abuelos que viajaban a Europa con la vaca en el barco.
Con dolor e ironía observó la decadencia de sus valores de la infancia y frecuentemente habló de una "oligarquía débil" y de "una clase dirigente que no supo serlo". Más adelante, tomó como tema la plata fácil, el ascenso de la vulgaridad, los coches estruendosos y la ropa de marca. Y descubrió que esa mirada irónica terminaba siendo la razón de su éxito y su fama.
Era agresiva, y en ocasiones, desagradable. Pero también fue valiente y, en cierta forma, feminista. Ella, que apenas había aprobado sexto grado porque según su madre "en el secundario los profesores preguntan cosas verdes sobre el cuerpo humano", decidió que iba a ser escritora, libre e importante. Tuvo los hombres que quiso, se divorció cuando nadie lo hacía y afrontó una convivencia sin papeles. Nunca trató de ocultarlo, al contrario. Se quejó, reclamó, escribió artículos. Abrió caminos, aunque siempre en su estilo particular.
Muchas lectoras se sintieron identificadas con la señora que, en Bodas de cristal, hace un balance de su matrimonio. Pero el gran éxito le llegaría en 1964 con Los burgueses, en la que trascendió el ámbito intimista. Entretenida, ingeniosa y nada complaciente, la novela describe un almuerzo en una estancia donde se festejan los 90 años del abuelo, miembro de una familia tradicional. Sofisticado y amante de las artes, el anciano fue vendiendo sus campos uno a uno, pero aún mantiene una fortuna que logra desesperar a sus herederos, decadentes reflejos de su clase. Es en estas nuevas generaciones, a las que muestra superficiales, esquemáticas y ordinarias, donde Silvina intenta reflejar la decadencia de un proyecto nacional. Los burgueses resultó finalista en el premio Rómulo Gallegos (que obtuvo Mario Vargas Llosa con La ciudad y los perros), fue uno de los éxitos de venta más grandes de la literatura argentina y terminó de convertir a su autora en el personaje que ya se venía perfilando. En esa misma línea publicó Los salvadores de la patria, donde describe la decadencia de las clases gobernantes.
En esos años, Marta Lynch escribió La alfombra roja y La señora Ordóñez, y Beatriz Guido, Fin de fiesta y El incendio y las vísperas, donde también incursionan en temas políticos y sociales. Más allá de sus diferencias, las tres se potenciaron mutuamente y fueron las autoras emblemáticas de una época que, por cierto, ayudaba. El país estaba todavía ajeno a las desgracias que sobrevendrían, y las novelas de autores nacionales que indagaban en nuestra realidad eran best sellers: Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, y Rayuela, de Julio Cortázar.
Volver a las fuentes
En 1968, ya interrumpido el sistema democrático, Silvina retomó la literatura intimista con un nuevo éxito fulminante: Mañana digo basta. Luego vendrían Los pasajeros del jardín, Los monstruos sagrados y, a partir de mediados de los 70, sus títulos más superficiales y apurados: Reunión de directorio, La bicicleta, Escándalo bancario.
En sus últimos años seguía siendo la autora más vendida, pero también era consciente del precio pagado. "He cumplido con mi destino de escritora, lo que me reprocho es que ese destino no sea más grandioso y que no me haya esforzado más", declaró en distintas oportunidades. Murió en 1990 en el Hospital Cantonal de Ginebra, el mismo donde murió Borges. Siempre preocupada por su imagen, había viajado para internarse en la clínica de rejuvenecimiento La Prairie, donde sufrió una descompensación.
Después de muerta fue absolutamente ignorada. Últimamente la editorial Mardulce volvió a publicar Teléfono ocupado, pero fue una reivindicación de la escritora, al margen del éxito comercial. Con su sinceridad habitual, ella ya lo había dicho: "Sé que no voy a perdurar en la literatura, mi éxito es un éxito del presente. Me veo empujada a publicar rápidamente porque me apremian el público y la editorial".
Bullrich reeditada
- Aunque la mayoría de las novelas de Silvina Bullrich están descatalogadas y sólo se consigue en librerías de usados, el sello Mardulce volvió a poner en circulación Teléfono ocupado, pequeña joya olvidada de 1956 que combina la observación de la clase alta porteña con la interioridad femenina.
Cristina Mucci
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