Silvia Plager: "Nadie cree en que la locura puede desatarse hasta que se desata"
Una amiga médica que visitó Shanghái le contó a Silvia Plager que en esa ciudad china había existido un gueto judío durante la Segunda Guerra Mundial. A ella está dedicada la nueva novela de la autora de La rabina y Las mujeres ocultas del Greco, por mencionar dos títulos de una obra que incluye novelas, relatos e incluso recetas de cocina judía. En Pequeña Viena en Shanghái. La vida de una familia austríaca en el gueto judío de Hongkou (Plaza & Janés), un grupo heterogéneo de desplazados desembarca en una ciudad de costumbres y leyes extrañas para ellos. El cambio de registro respecto de su novela anterior, Complacer, sorprende.
La autora, que criticó la decisión de invitar a Rita Segato a brindar el discurso de apertura de la 45ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, señala que a los escritores argentinos se les da poco espacio en la agenda pública. "Las editoriales están en un momento de crisis y, salvo cuatro o cinco nombres que aparecen en los medios, los demás tenemos poca difusión. ¿Cómo se enteran los lectores de los libros que se publican y que les podrían interesar?", se pregunta.
En su nueva novela, la autora vuelve a confirmar su talento para contar una historia de supervivencia y vitalidad en medio de una tragedia histórica. "Me hizo bien escribir la novela –dice a LA NACION–. Dudaba de que pudiera retener esos conflictos en esa geografía. No es un libro sobre las diferencias cultuales ni sobre la Segunda Guerra Mundial, es una novela con muchas historias de personajes que se encuentran en un territorio desconocido".
-¿Cómo llegó a vos la información sobre una cuestión histórica poco conocida como la del gueto judío en Shanghái?
-La novela no hubiera nacido si no fuera por una amiga médica que acompañó a su marido a un congreso en esa ciudad. Cuando regresó, me dijo que tenía que escribir una novela sobre los judíos en Shanghái. No era la primera vez que me decían algo así, pero no todo lo que me cuentan lo escribo. Y yo ni sabía que había existido una comunidad judía allá. Ella empezó a mandarme links con notas e información; tenía una ansiedad tan grande que me fue contagiando.
-Al final te atrajo el tema.
-Empecé a comprar libros y me pasé ocho meses leyendo, leyendo y pensando, porque quería que sonara natural en la escritura. El tema me atrajo. Soy hija de inmigrantes y primera generación en la Argentina. Mis padres eran jóvenes, emigraron en los años 20: de Alemania mi madre y de Polonia mi padre. Mucha gente que tuvo la posibilidad de escapar, entre ellos músicos, científicos, artistas, médicos, que tuvieron que huir con lo mínimo y enfrentar pestes y enfermedades. Pero era eso o morirse de la manera mas terrible. No había mucha alternativa. Como siempre, nadie cree en que la locura puede desatarse hasta que la locura se desata. Y empecé a leer sobre esos inmigrantes judíos y sobre ese cónsul chino, al que luego declararon "justo entre las naciones" por la gente que había salvado, que no tenía la más mínima idea de lo que pasaba, porque los chinos y japoneses no sabían lo que era el antisemitismo. No se puede odiar lo que no se conoce. El cónsul Chiune Sugihara, cuando lo sacaron del consulado, se alquiló un departamento en Viena y siguió dando visas. En lo más oscuro de una época siempre hay gente que enciende luces.
-¿Encontrabas los personajes para la novela en los libros de historia o le diste forma sola a ese gran clan protagónico?
-Al gran clan lo ideé yo. Tengo un espíritu absolutamente ecuménico, sin renunciar a mi propia herencia. Es muy fácil decir: "Yo no soy tal cosa". Algo sos. Como los que dicen que no se meten política. Sí, puede ser, pero la política se mete con vos. No puedo negar quién soy, ni quisiera negarme. Todo lo que tenga que ver con el antisemitismo me toca muy de cerca. Yo podría haber sido una de esas niñas violadas, torturadas, asesinadas. Mis abuelos paternos murieron en la Shoah y mi marido no tiene un solo familiar vivo. Al llegar al país, mis padres se naturalizaron argentinos y no querían saber nada de Europa pero, como escribió Rilke, los antepasados están dentro de nosotros como sangre que bulle. Los querés negar, pero los tipos aparecen. Quise escribir una novela en la que aparecieran todas las dificultades de los emigrados judíos: el que cree, el que no cree. Nadie podía entender lo que sucedía. El creyente no podía entender que Dios castigara de esa manera monstruosa y los no creyentes no podían creer que el mundo fuera así.
-Esta es tu primera novela "oriental".
-No me preguntes por qué, pero siempre tuve una gran fascinación por la literatura china y japonesa. Y por el cine chino y japonés, mucho antes de que esta novela estuviera en mis planes. Nunca viajé a Oriente. Soy más viajera de sillón que real. Quizás por el exotismo o porque a la Argentina llegó lo mejor del cine chino y japonés, igual que la literatura, siempre estuve pendiente de esa cultura tan diferente de la nuestra. Me sirvió mucho para escribir Pequeña Viena en Shanghái. Los mundos ajenos nos enriquecen. Así como los judíos tenían ese drama tremendo, los chinos pobres también eran víctimas. porque tenían que aguantar a los chinos ricos que los explotaban y a los japoneses, que habían ocupado el territorio. Y encima venían otros pobres como ellos, otros desesperados, que querían hacer las mismas tareas que ellos hacían.
-¿Por qué, después de varios años, volviste a escribir una novela de temática judía?
-No pensaba volver a hacerlo. Para mí, ya estaba terminada esa "obsesión" con La rabina e incluso con Las mujeres ocultas del Greco. Incluyo esta última porque está ambientada en la Inquisición y porque me identifiqué con el Greco porque él fue un desplazado. Por ser cretense, que venía de una isla pobre, fue una especie de judío. La rabina también surgió de una anécdota de un amigo que había viajado a Estados Unidos y vio a una rabina en una sinagoga. Mi familia no era practicante; mis padres no iban a las sinagogas, salvo si se casaba alguien.
-¿Investigaste mucho para la novela actual?
-No hablo de investigación porque no es mi rol, como puede ser el de un historiador. Yo me fundamento para hacer una obra de ficción. Como decía Roger Pla, hay que saber para olvidar. Leo, leo, leo, pero después eso tiene que estar al servicio de la trama. Todo lo que aparece como pintoresco tiene que estar al servicio de la historia. Si pusiera solo lo pintoresco, sería mejor escribir un libro de turismo.
-También se advierte un fuerte tono antibélico en la historia de los refugiados.
-A pesar del todo horror que narro, trato de mostrar lo ridículo, la locura monstruosa que desencadena el odio. Cuando el tema entra en vos, le buscás la vuelta personal. Ahora hay otra manía juedofóbica, que es denunciar al Estado de Israel cuando se producen choques con los palestinos. En Bahrein, apareció una ley que permite castigar a homosexuales y a mujeres adúlteras con la pena de muerte, y no veo a nadie haciendo una manifestación en la puerta de la embajada. Algunos dicen que eso es "cultural". Para mí no es cultural torturar a mujeres o tirar a homosexuales desde lo alto de un edificio.
-¿Creés que está muy arraigado el odio al judío en el país?
-Sí. La gente no entiende que Israel es un país que me va a aceptar si quisiera huir, en el caso de que me persiguieran. El que tiene cerca la historia de la persecución lo sabe. La idea de Israel es la de un refugio. Antes no había refugio. Leonardo Padura lo cuenta en una de sus novelas: durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos ya habían pagado para entrar en Cuba e igual no los dejaron entrar. Acá tampoco. En Israel, el día de mañana otros van a tener un lugar donde no van a correr riesgos. Veo que existe antisemitismo en todos lados. El ser humano tiene el tropismo de echarle la culpa al otro del mal que padece. Jean-Paul Sartre dijo que si el judío no hubiera existido lo habrían inventado. Nunca tuve un pensamiento guético pero veo mucho antisemitismo en la prensa local, en la cobertura del conflicto entre Palestina e Israel.
-Los personajes femeninos son muy importantes en tus novelas.
-El personaje de Hannah es la bisagra entre el mundo viejo y el nuevo. Creo en la fuerza transformadora de las mujeres, pero no en el feminismo histérico. Los construyo desde la cultura, a mi manera, desde la proximidad con el otro. Con mi abuela y mi madre, viví en una especie de matriarcado sin darme cuenta. Buscar al otro como enemigo me cansa. No quiero hacer una guerra con los hombres, quiero sentarme a reflexionar con ellos acerca de nuestros derechos. Ni tampoco necesito empezar a acordarme si alguien hace treinta años me tocó el traste. Una violación es otra cosa y estoy de acuerdo en que no hay que callarse más. Aunque no lo logré, siempre quise corregir la realidad; entonces trato de corregirla desde la literatura. Por eso mi novela tiende hacia la armonía y la comprensión entre personajes de distintos países. Es la única manera de sobrevivir.
-Como en muchos de tus libros, el placer sexual y la comida están en primer plano.
-Creo en la celebración de los sentidos. No se puede escribir y describir una época sin contar lo que se come. Y en la guerra la gente tenía mucho sexo y hacía el amor y tenía hijos, para aferrarse a la vida. Y comía, cuando podía. ¿Qué te iban a decir mientras afuera estallaban las bombas, "no te comas dos huevos fritos que te van a caer pesados"? En lo personal, la vida ascética no me gusta.
-¿Tenés muchos amigos escritores?
-Tengo amigos y colegas. Un amigo periodista decía que en el país los escritores estaban militarizados. El "escritor coronel" se junta solo con los escritores coroneles, y el soldado raso con sus pares, aunque muchos después declaman fraternidad e igualdad. Pienso que los escritores somos como una cadena montañosa, en la que hay picos altos y otros más bajos. No todos llegan a ser la cumbre más alta de esa cadena. Me conformo con ser parte de la cadena montañosa.
-¿Tus hijos leen las novelas que publicás?
-Sí, Ariel y Débora son muy lectores, aunque ella lee un poco menos de literatura por su trabajo periodístico. Mi hija siempre recuerda la historia de que a mi hijo los amigos podían cargarlo porque yo los llevaba al cine a ver Unos días en la vida de Oblomov o les compraba novelas en historietas y fascículos de arte. Todavía no leyeron la novela nueva.
-¿Qué opinión tenés sobre la política cultural actual?
-Tengo la sensación de que se confunde la cultura con el espectáculo. Salvo cuatro o cinco escritores, los demás no somos tenidos en cuenta. No hay apoyo suficiente a las editoriales ni tampoco hay difusión en los medios de los escritores argentinos. Dalmiro Sáenz me decía que, cuando publicara un libro nuevo, tenía que armar un despelote grande para atraer a los lectores, como inventarme un amante o desnudarme en el Obelisco. Pero es más fácil que se vendan los libros de las vedettes que los de los escritores. ¿Vos ves a muchos escritores en el programa de Mirtha Legrand?
Para agendar
El viernes 3 a las 18, Silvia Plager será entrevistada por Patricio Zunini en el stand 1722 del Pabellón Amarillo de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
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