Sigrid Nunez: “Me pregunto muchas veces si la literatura está perdiendo su fuerza”
La escritora estadounidense dedica su nueva novela, “Cuál es tu tormento”, al duelo y a la amistad; “todos atravesamos un momento complejo, de miedo e incertidumbre”, dice
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Su voz inspira paz. El tono con el que teje su expresión, aunque hable de la furia y de odio, brinda armonía. Sigrid Nunez (Nueva York, 1951), ganadora del National Book Award en 2018 por su novela El amigo, regresa con una novela sobre el duelo y sobre la amistad: Cuál es tu tormento (Anagrama). Desde su casa de Manhattan, en un mediodía helado, despliega su gran calidez vía Zoom en un diálogo con LA NACION. Todos y cada uno de nosotros lleva consigo un dolor o libra una batalla en su interior, una pugna que lo inquieta, lo atemoriza, lo hiere. La pregunta del título, inspirado en una frase de la filósofa y mística Simone Weil, recorre esta novela. Nunez no quiere predicar. No busca que nadie rescate a nadie, sino que propone algo tan valioso y necesario como aquello que lleva a cabo la protagonista de Cuál es tu tomento: escuchar al otro. Profesora de escritura creativa en las universidades más prestigiosas de su país, además de ficción escribió Siempre Susan, Memorias sobre Susan Sontag (publicado en castellano por Errata naturae), sobre el vínculo entrañable que tuvo con quien fuera su suegra. Sigrid, Susana y su hijo David, vivirían durante algunos años, desde 1976, en el mismo piso neoyorquino: “Fue ella quien me inculcó este entusiasmo que tengo por la vida”.
–Al comienzo de la novela aparece un orador, un catedrático, que realiza algunas afirmaciones un tanto incómodas o radicales sobre el futuro de la humanidad ante un auditorio. Se refiere al inminente fin de nuestra especie ante el cambio climático. ¿Cuán cerca está usted de este narrador?
-La idea que quise transmitir con este personaje y su punto de vista es todos atravesamos un momento complejo, de miedo e incertidumbre, con el cambio climático y la destrucción ecológica. Hay una variedad de sentimientos y uno de ellos es la furia. Furia contra la industria de los combustibles fósiles, furia contra los políticos, furia contra quienes no escucharon a quienes alertaron sobre esto hace décadas… Quería crear un personaje que presentara todo esto de modo extremo, pero su modo de exponerlo es tan agresivo y hostil que nadie lo va escuchar. Pero respeto completamente lo que dice.
–También este orador propone algo polémico al pronunciar que traer hijos a un mundo que se desmorona es una acto egoísta.
-No creo que nadie puede decirle a los demás que no deban o no tener hijos, pero sí sé que hay personas que, ante el desastre ecológico, deciden no tenerlos. Y aún más triste que esto, sé que hay personas con hijos pequeños que lamentan haberlos tenido. Esto es lo doloroso.
–La empatía es un sentimiento humano, siempre ha existido, pero, últimamente, pareciera que lo hemos redescubierto y se lo menciona constantemente en textos de ficción y de no ficción. ¿Somos cada vez más empáticos con los demás?
-Puedo hablarte de lo que veo en los Estados Unidos, donde hay una situación catastrófica, donde hay una gran división en la sociedad. Las personas no se hablan entre sí. El odio está en ascenso. Sé que algunas personas que están en bandos diferentes políticamente, que se dicen cosas horribles, si vieran a alguien ahogándose, arriesgarían su propia vida para salvar a esa persona. Es un instinto. No te preguntas en ese caso: ¿Es un simpatizante de Trump? Quiero decir, que no hemos perdido la empatía, pero sí es cada vez más difícil escuchar a los demás.
–En algunos países surgieron en el último tiempo instituciones gubernamentales para acompañar a personas solas, para paliar esta pandemia silenciosa que es la soledad. En Japón, en el Reino Unido, por ejemplo, hay “Ministerios de la Soledad”. ¿Por qué hoy la soledad es más atroz que antes?
-Hay una paradoja: gracias a la tecnología y las redes sociales las personas se pueden conectar mejor que antes y parecería que habría menos soledad. En la pandemia se pudieron reunir y ver a sus amigos y a su familia, pero, en general, creo que las redes sociales han empeorado la sensación de soledad. En el pasado, por ejemplo, se le daba más importancia a la vida en la comunidad y las personas en un entorno rural que se reunían para construir un granero. O para bailar. En los Estados Unidos, por ejemplo, los viernes por la noche, las personas se reunían a bailar en muchos lugares del país, pero las redes sociales le han dado un mordisco a nuestra vida social.
–Recién mencionaba las comunidades en las que las personas se reunían a bailar, y pienso en David Foster Wallace, quien frecuentaba estos grupos, y a quien menciona en la novela. ¿Lo conoció?
-Sí, lo vi en persona, pero no lo conocí realmente. Su muerte fue un gran shock para mí porque no sabía que padecía de depresión.
–Hay un personaje de su novela que dice: “¿Quién tiene tiempo hoy para leer libros largos?” ¿Cuál piensa que es hoy el lugar de los libros, o, más específicamente, de la literatura, en Occidente?
-En la actualidad, por ejemplo, hay una gran variedad de clubes de libros o de lectura. Asistir a estos encuentros es importante porque además crea comunidades, las fortalece. Creo que hoy las personas no están dispuestas a hacer esa tarea tan compleja que es la de comprometerte con la literatura. Sí es cierto que se publican muchos libros y que las personas leen mucho, pero también se ha perdido la atención. Lo veo en mis alumnos, alumnos de literatura o que escriben, pero no pueden prestarle gran atención a un libro, a un texto. No están tan interesados en el arte de la literatura, sino en la información que allí encuentran. Me cuestiono a menudo si la literatura está perdiendo su fuerza.
–Todos los maestros humildes dicen que aprenden de sus alumnos. Como profesora de escritura, ¿qué aprende usted, específicamente, de ellos?
-Todo el tiempo analizamos algo que ellos han escrito o publicado, qué funciona y qué no. Esta exposición tiene que tener un efecto positivo en mi propia manera de escribir. Además, yo no tengo hijos, vivo en una pequeña órbita social con gente de mi generación. Pero, como tengo alumnos de todas partes del mundo, jóvenes, aprendo a partir de su trabajo y de su escritura qué significa pertenecer a otra generación.
–Hablando de mentores, de profesores, usted conoció y fue muy cercana a Susan Sontag. ¿Dónde advierte la presencia, la huella, el legado de Sontag en su propia vida y en su obra?
-Conocía Susan cuando ella tenía 42 años y yo promediaba los 20. Ella ya era muy famosa a esa edad. Había escrito libros, había hecho películas. Y yo no había logrado nada. Para mí, ella fue una inspiración porque tomaba la vida de un escritor de modo extremadamente serio. Como una religión. Su enseñanza fue que debía considerar a la escritura no como una carrera, sino como una vocación, como si fueses un sacerdote o una monja, con mucha disciplina. O como un atleta. Y me enseñó que lo que escribís lo hacés por el bien de la literatura y no por tu ego. Además, ella tenía una gran variedad de gustos: le gustaba el cine, la danza, el teatro, la ópera. “¿Nunca has visto Las bodas de Fígaro?”, de repente me preguntaba, y ya sabés lo que cuestan los tickets de ópera, pero ella me invitaba. Pero también lo hacía con cosas que no eran culturales: “¿Nunca comiste sushi?”, decía y me llevaba a cenar. Me molesta entonces cuando la gente dice que ella era una snob o elitista. En absoluto. Cuando alguien me dice que soy entusiasta, en realidad, fue ella quien me contagió estas ganas, esta apertura. Se lo debo a ella.
–¿Son quizá las nuevas generaciones, los más jóvenes, paradójicamente, más conservadores? Me refiero a la cultura de la cancelación.
-La verdad es que me confunde un poco esta situación. Porque además creo que hasta los líderes de la cultura de la cancelación están confundidos y que cada uno de los bandos utiliza el mismo hecho para decir algo con distintos significados, el mensaje opuesto. La izquierda y la derecha no se hablan. Soy una gran defensora de la libertad de expresión y creo que no podés “lavar” las cosas. No se puede volver atrás y revisar todo, pero sí mirar hacia el futuro y considerar cuál puede ser el efecto de tus palabras en un grupo determinado. Creo que lo que sí hace falta, antes que la cancelación, es una reforma.
–¿A qué se refiere? ¿Me podría dar un ejemplo?
-Por ejemplo, las disculpas. ¿Por qué no funciona más el concepto de perdón? Alguien se equivoca, dice algo incorrecto, chistes ofensivos, y se lo despide de su trabajo. Si esto ocurre, al echarlo, lo que estás diciendo también es que nadie debería contratarlo. Y si esto ocurre, ¿de qué va a vivir? ¿Cómo alimentará a su familia? Y, ¿por qué su familia debe ser humillada? ¿Qué hacemos con estas personas? ¿Deben ahorcarse? Si el rol de la justicia social se resiste a aceptar disculpas, y en creer en la posibilidad de la redención, ¿cuál es su rol?
–¿Cuál es su idea de felicidad?
-Creo que está muy cercana a la paz y a la calma. Creo que tiene que ver con que puedas lograr en la vida aquello que deseás sin dañar a nadie, sin la presión de tener que ser o parecerte a otra persona.