Sigmund Freud, detective y víctima
Freud detective y Freud en carne viva. Con cierto atraso, llegó este año la serie austríaca Freud (Netflix), cuya primera temporada se estrenó en 2020. No es una biopic sino una ficción de detectives en la que el investigador de crímenes es Sigmund Freud, en su juventud, es decir, en el período en que, por medio del método de ensayo y error, descubrió y elaboró la teoría y la práctica del psicoanálisis. La plataforma no dudó en convertir a Freud en un émulo de Sherlock Holmes. El tratamiento de diván tiene mucho de thriller y avanza por hipótesis.
Hay otra especie de biopic cinematográfica del médico vienés, mucho más ilustre y muy anterior, pero restringida a un corto y esencial período de su vida, que también tiene Freud como título. En esta película, me detendré.
Desde 1943, John Huston, el gran director de El tesoro de Sierra Madre (1948) y Los muertos (1987), pensaba tomar a Freud como tema de una de sus producciones. Sólo se ocuparía de los años en que su protagonista, recién graduado como médico, había descubierto los pilares de la teoría psicoanalítica, es decir, entre 1885 y 1890. Los mismos años que tomaría la serie de Netflix. Desde el primer momento, Huston pensó en Montgomery Clift, con quien había trabajado en Los inadaptados (1961), para el rol protagónico.
Monty ya había observado durante el rodaje aquella vez que Huston solía tomar a una persona del elenco como víctima (en Los inadaptados había sido nada menos que Marilyn Monroe). Y un amigo se lo había advertido cuando aceptó ser Freud: Huston podía ser terrible en la filmación. “Lo sé muy bien –dijo Montgomery Clift–, pero lo podré manejar”. Su admiración por el director era declarada y también recíproca.
El director le encargó el guion nada menos que al filósofo y escritor Jean-Paul Sartre, que le entregó más de 700 páginas. Por supuesto, había que cortar. Los cortes del pensador francés no fueron suficientes; los que hizo la producción no convencieron al autor, que se retiró de la filmación y pidió que su nombre no figurara en los créditos. Finalmente, el guion fue escrito por Charles Kaufman y Wolfgang Reinhardt, aunque sufrió alteraciones durante el rodaje. Clift debía memorizar de nuevo y rápidamente el material corregido, algo muy difícil para él por razones de salud que había ocultado.
Los nuevos guionistas conservaron elementos del trabajo de Sartre. Por ejemplo, éste había creado un personaje Cecil, que interpretaría Susannah York, inspirado en distintas pacientes de Freud. Cecil fue conservada en la versión definitiva. Curiosamente el director no era consciente del grado de deterioro físico y mental en que había caído Monty, víctima de una grave enfermedad de tiroides, que sólo sus íntimos conocían. El rodaje se atrasó mucho. Clift no podía mantenerse en pie por el alcohol y las píldoras recetadas por clínicos y psiquiatras, estaba casi ciego, no podía memorizar sus líneas y balbuceaba. Tenía cataratas precoces, un mal que se aceleró cuando lastimó uno de sus ojos con su sombrero. Las tomas se repetían una y otra vez hasta que, por prueba y error, Monty lo lograba, y Huston lo ensalzaba, tras maltratarlo. Nadie se atrevía a decir que el mismo director había enloquecido; malgastaba el presupuesto y perdía su propio dinero en el juego.
Lo que los personajes vivían en la ficción se repetía de modo caótico y distorsionado, pero real, en el set de Munich, sesenta años después: Monty-Sigmund se psicoanalizaba, visitaba psiquiatras y se atiborraba de pastillas ¿en la realidad? Detalle no menor: Clift tenía que decir e interpretar textos que no eran inocuos sobre el descubrimiento de la sexualidad infantil y el complejo de Edipo. Esos hechos ocurrían de nuevo para Freud y para el actor cuando decía sus líneas. Monty ya los había revivido en los consultorios de sus psicoanalistas. Las sombras renacían bajo los focos, el alcohol y las drogas.
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