"Siento la responsabilidad de tocar obras contemporáneas"
En 2008, Elena Bashkirova presentó en Buenos Aires Intermittences , de Elliott Carter; ahora, con Daniel Barenboim, su marido, hará la versión para dos pianos de las Cinco piezas opus 16 , de Schönberg
Para la pianista rusa Elena Bashkirova, la música fue siempre algo familiar. En principio, vive rodeada de ella. Además de sus actividades como intérprete, dirige el Festival de Música de Cámara de Jerusalén, que fundó en 1998. Pero la música es familiar en un sentido mucho más literal; en ese festival suele tocar el violinista Michael Barenboim, el hijo que tuvo con Daniel Barenboim, su marido, y que integra también la Orquesta West-Eastern Divan.
Esa familiaridad con la música le viene a Bashkirova ya desde su infancia. Su padre, y también su primer maestro, es Dmitri Bashkirov, pianista y profesor en el Conservatorio Tchaikovski de Moscú. Aunque se formó en Rusia, Bashkirova parece situarse un poco al margen de las escuelas de la época en ese país, representadas por Heinrich Neuhaus, y también por Sergéi Rachmaminov primero y luego por Emil Gilels y Sviatoslav Richter. "Estudié con mi padre, que era discípulo de Alexander Goldenweiser, un maestro verdaderamente importante -cuenta en un inglés con un acento eslavo lejano y encantador-. Pero no creo que exista una ´escuela rusa´. Es una mezcla de diferentes influencias, pero en última instancia todas proceden de Liszt. Quizás Neuhaus fuera una línea y Goldenweiser, otra... Mi padre fue un gran maestro justamente porque no se conformó con la influencia de una sola escuela; estaba muy abierto a otros movimientos. Fui muy afortunada: recibí una buena educación, alejada de todo dogmatismo."
-Usted tiene en común con Daniel Barenboim la circunstancia de que sus primeros maestros fueron sus padres. ¿Conoce él a Dmitri Bashkirov?
-Sí, por supuesto. Lo conoce muy bien. En realidad, él conoció a mi padre mucho antes de conocerme a mí. Creo que cuando tenía más o menos 12 años, fue a escuchar un concurso en el que participaba mi padre, que era todavía muy joven y soltero. Ganó el premio y Daniel estaba entre el público. Luego se vieron varias veces más.
-En su última visita a Buenos Aires, en 2008, usted presentó Intermittences, de Elliott Carter, y ahora hará la versión para dos pianos de las Cinco piezas para orquesta op. 16 de Schönberg. ¿Siente la responsabilidad de ofrecer obras poco escuchadas?
-Sí. Y siento además la responsabilidad de tocarlas bien, de tocarlas lo mejor que pueda, para que el público las comprenda y las disfrute. Estoy convencida de que la responsabilidad al tocar piezas contemporáneas debe ser mayor que cuando se toca un repertorio clásico, sobre todo porque no suelen tocarse tan seguido. Una pieza de Schönberg, por ejemplo, debe ser tocada con la misma pasión y el mismo trabajo con los detalles que Brahms o Mozart. La causa del divorcio entre el público y la música contemporánea reside no sólo en que la música es difícil sino en que no suele estar bien tocada. Por otro lado, hay muchas clases de música contemporánea. Pero creo que el gran desafío consiste en conseguir que el público se sienta interesado por piezas que pueden resultar exigentes en una primera audición. Deben ser tocadas una y otra vez hasta que el público se acostumbre a ese sonido y no le resulte extraño. La música de Schönberg es todavía considerada moderna y contemporánea y mucha gente le tiene miedo. Pero es ridículo. ¡Es una música que tiene cien años! Y, sin embargo, en muchos aspectos es más complicada y moderna que algunas obras que se escriben hoy. La única receta es tocar, tocar y tocar.
-En Buenos Aires se presentará con Daniel Barenboim y quizá también con su hijo Michael, que integra la orquesta del Diván ¿Cómo es la experiencia de hacer música en familia?
-Éste es un acontecimiento especial, muy poco común. La idea de hacer música en familia es muy atractiva, muy linda, pero la verdad es que en el momento en que uno empieza a ensayar tiene que olvidarse de todos los lazos familiares. La única meta es hacer música lo mejor que se pueda entre colegas, entre colegas muy estrictos, y doblemente estrictos si uno de los tres es nuestro hijo, que es por lo demás un músico magnífico.
-¿Suelen tocar juntos?
-No. Mi marido y yo no tocamos nunca juntos. Hicimos una excepción con Schönberg y esa obra que ya tocamos en dos conciertos. Quisimos hacerla porque es hermosa y muy poco escuchada. En cambio, los dos tocamos bastante con nuestro hijo Michael. No conozco demasiados violinistas con los que a Barenboim le guste tanto tocar. Estuvimos juntos en el proyecto de la West-Eastern Divan y también en el Festival de Música de Cámara de Jerusalén, que yo organizo. En general, me gusta más tocar música de cámara. Pero es exactamente lo que le decía: en cuanto empezamos a tocar, dejamos a un lado los vínculos familiares.
-Tal vez a partir de ahora decidan actuar más seguido en público.
-Veremos... Hace mucho tiempo que estamos juntos. Son ya treinta años. Nuestro hijo mayor tiene veintisiete. Y durante todo este tiempo sobrevivimos bastante bien sin hacerlo. Alguna vez, muy, muy cada tanto, podemos tocar juntos. Pero necesitamos una vida privada. Es mejor no meter todo en la misma olla. Hay que mantener las cosas separadas.