"Si comemos solos frente a las pantallas volveremos tres millones de años atrás"
De gustibus non disputandum. La milenaria afirmación conduce a las observaciones sobre la comida, no hacia los gustos, sobre los cuales no se admite discusión, sino hacia los cambios en las modalidades en los que humanos procuran su nutrición. En esos cambios se detuvo el historiador inglés Felipe Fernández Armesto en Historia de la comida. Alimentos, cocina y civilización (Tusquets), un nuevo ensayo de su autoría en el que afirma que "el compañerismo del fuego de campamento, de la olla y de la mesa común, que ha contribuido a unir a los humanos en una existencia colaborativa durante al menos 150.000 años, podría desaparecer".
Profesor invitado en universidades e institutos de investigación, Fernández Armesto es autor de gran cantidad de trabajos vinculados a la historia con una perspectiva sociológica y cultural distintiva.
"Si abandonamos la mesa familiar, si comemos solos frente a las pantallas o caminando por las calles, volveremos a una etapa de la historia de los homínidos precivilizatoria: a un sistema de vida parecido al de hace dos o tres millones de años, de homínidos carroñeros que comían desesperadamente, sin pensar en las posibilidades de emplear la mesa para crear sociedad, fomentar afecto, y planear un futuro mejor", afirma el investigador en diálogo con LA NACION.
No obstante, Fernández Ermesto constata que "no puede haber vida sin comida" así como "es imposible imaginar una economía sin dinero y la reproducción sin amor". De ahí que resulte "legítimo considerar la comida como el tema más importante del mundo: es lo que más preocupa a la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo".
Las causas que, según el investigador, contribuyen a la gradual desaparición del hábito de comer son "cambios sociales paradigmáticos" que "ya están ocurriendo" como "la desvinculación familiar, los bandazos intergeneracionales, la anomia, el rechazo de la tradición, el abandono del humanismo en el buen sentido de la palabra, el predominio de un individualismo existencialista que se considera ajeno a la necesidad humana de mantener relaciones vivas con otros humanos de carne de hueso". A esos fenómenos se sumaron luego, sigue el ensayista, "cambios tecnológicos que facilitan el abandono social: una red electrónica que no te aprieta la mano ni te besa la cara; formas de entretenimiento solitario, sin intercambios emocionales con otras personas".
En su libro Fernández Ermesto trata la historia de la comida como un tema inseparable de otro tipo de relaciones de los seres humanos entre sí y con la naturaleza, y traza conexiones en cada etapa entre la comida del pasado y la forma en que se come hoy. Lo hace identificando ocho revoluciones en la historia de la comida, que afectaron otros aspectos de la historia de la humanidad.
A pedido de LA NACION el investigador sintetizó los grandes cambios en la nutrición. "El primero, que define en cierto sentido nuestra humanidad y nos distingue de casi todos los demás primates, fue el carnivorismo, que no sabemos cuándo ocurrió, pero tal vez hace dos o tres millones de años entre nuestros antecesores homínidos", comenta. Y agrega: "Supongo que debemos calificarlo de beneficio, o por lo menos de necesidad, ya que nuestra especie, y las de nuestros antepasados remotos, tenían y tenemos relativamente poco acceso a alimentos vegetales humanamente digestibles. Para sobrevivir, hubo que ampliar los límites de nuestra sustentación".
Desde entonces, afirma, los cambios más conspicuos han sido tres. "El inicio de la agricultura, que fue un desastre para la mayoría de sus protagonistas expuestos a nuevas enfermedades, dependientes de unos alimentos muy restringidos y sometidos a regímenes explotadores para organizar la mano de obra; luego intervino la gran revolución ecológica de hace unos 500 años, intercambiando alimentos entre los continentes y a través de los océanos, lo que aumentó enormemente la cantidad y la variedad de comida disponible en la mayor parte de la tierra". Más cercano a la actualidad, "la industrialización y masificación de los productos y el consumo trajo nuevas consecuencias funestas: baja de calidad, riesgos de adulteración y efectos ecológicos desastrosos. Vamos suavizando tales consecuencias, pero ahora nos encontramos frente a otro reto: la modificación genética, que no sabemos todavía si saldrá por bien o mal, o, a lo mejor, una mezcla de las dos cosas".
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