Sexualidad, ironía y clase social: por qué una inteligencia artificial no soportaría a Virginia Woolf
Itziar Hernández Rodilla, experta en la gran escritora británica, celebra que asistamos a cierto redescubrimiento de su literatura
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La vida de la traductora Itziar Hernández Rodilla (Bilbao, 1976) se cruzó con la de Virginia Woolf en 2017. “Fue un encargo de la editorial Akal. Había trabajado con ellos en otros proyectos y me llamaron para traducir toda la obra de Virginia Woolf”, recuerda la también profesora de la Universidad Complutense de Madrid. Allí, imparte traducción general del alemán; literaria del inglés; y jurídica del italiano. Esas son las tres lenguas con las que trabaja, aunque también maneja el francés y algo de griego moderno. Recientemente, Hernández Rodilla ha quedado finalista en unos premios pioneros de traducción de cómics, convocados por Huescómic, con la novela gráfica Girlsplanning de Katja Klengel (Roca).
-Virginia Woolf escribió nueve novelas; decenas de relatos; cientos de ensayos y un voluminoso diario. ¿Cuántos ha traducido?
-Por el momento, cuatro novelas, un relato y dos ensayos. Acabo de terminar los cuentos de la señora Dalloway [La señora Dalloway recibe para Cátedra] y, además de Las Olas [para Akal], estoy trabajando en una colección de ensayos que he seleccionado en torno a la figura de la escritora.
-¿Es difícil traducirla?
-Sí, es una mujer que escoge las palabras con precisión y aplica un ritmo endemoniado. Tras mucho leerla y documentarme, se hace un poco más fácil; esa sensación a veces me preocupa por si se me escapa algo. Entonces, reviso de nuevo. Aunque he hecho camino con la señora, no me termino de fiar.
-Casi forma parte del Círculo de Bloomsbury.
-Del círculo no, pero sí de la Virginia Woolf Society de Gran Bretaña [que cumple cuarto de siglo este año]. Es curioso lo que ocurre con Woolf: todo el mundo siempre ha sabido quién es, pero se ha tenido una imagen de ella algo anticuada, casi decimonónica ―cuando era una mujer avanzada a su tiempo, una moderna―. En los setenta se convirtió en icono del feminismo con Un cuarto propio y parecía que no había nada más.
-¿La considera feminista?
-Aunque ella no era activista sufragista, colaboró con el movimiento, que en ese momento no demandaba el voto universal, sino para las mujeres de cierta clase. Por otro lado, es consciente de que cuando habla de mujeres, piensa en las que tienen dinero. Se implica en la educación de las proletarias, pero enseguida se centra en editar y escribir. Podríamos decir que es feminista y clasista.
-Sin embargo, también habla sobre mujeres pobres.
-Sí, reflexiona sobre qué habrían hecho esas mujeres si hubiesen tenido recursos: ella es adinerada, pero se esfuerza por salir de ese marco. Aunque no siempre le sale bien: en Al faro narra los días de limpieza de una casa y celebra el mérito de las limpiadoras que mantienen la propiedad viva. A la vez, se pregunta cómo no se aburren de cotillear, de trabajar o de pensar en qué hacer de comida. Tiene esa ambigüedad. Quiere ser buena, pero le cuesta.
-¿Asistimos a un reboot de Woolf?
-Aunque siempre ha formado parte de la alta literatura, ahora se valora más la calidad de su escritura. Es una excelente ensayista. Además, la novela contemporánea se basa mucho en algo que ella ejecutó de manera ejemplar: la novela psicológica. En el siglo XIX, una novela contaba lo que hacían o decían los personajes, pero no lo que pensaban. Ella ―el Círculo― empezó a hacerlo.
-Tuvo que ser muy rompedor.
-Sin duda. Pero no solo eso: también la autoficción se relaciona con Virginia Woolf. E incluso hay críticos que la vinculan con el boom latinoamericano. En El Aleph, de Borges, hay un pasaje, que es claramente Orlando. Ella pone una semilla que germina más tarde. Actualmente, hay cierto aire de redescubrimiento que comienza con la novela de Michael Cunningham ―y después la película― Las horas. También ha ayudado que sus derechos de autora prescribieran en 2021 y que no haya que pagar a sus herederos. A ello se ha sumado la censura: el reciente veto a la representación de Orlando [cancelada por el Ayuntamiento del pueblo madrileño de Valdemorillo, gobernado por PP y Vox, al considerarla una obra LGTBI].
-¿Cree que Orlando es LGTBI?
R. Para mí, es la más feminista de todas sus obras: Orlando demuestra que no hay diferencias ―de pensamiento, miedos, inquietudes…― entre hombres y mujeres más allá de la ropa; es decir, de lo superficial, lo social. No es más que la historia de una mujer que quiere hacer lo que le dé la gana y vestirse como le dé la gana. Entiendo el simbolismo y la complicidad con el colectivo LGTBI con esta historia, pues la autora prescinde del género para referirse a las personas. Sería una obra no binaria, ¡ves cómo es moderna!
-¿Y lesbiana o bisexual?
-Esto es aventurarse: si tuviera que decir algo, diría que ella y su marido eran más asexuales que otra cosa. En ese matrimonio había, desde muy pronto, un acuerdo para no acostarse. Su íntima amiga Vita [Sackville-West] contó que habían tenido relaciones en dos ocasiones. Leyendo la correspondencia entre ellas, nunca he encontrado nada más allá de una relación muy estrecha y cercana. ¿Se acostaron? No lo sé. Creo que Virginia Woolf tenía problemas para tener relaciones sexuales completas.
-Uno de los usos masivos de las inteligencias artificiales es para traducir, ¿qué se pierde ahí?
-Lo primero, derechos de autor. No me gusta llamarlo inteligencia artificial porque es más bien un tipo de plagio. La IA funciona con textos que ya existen, que tienen derechos y que no están pagando. Además, se pierde la sensibilidad humana. Una IA no capta la ironía ni es capaz de seguir el ritmo, por lo que no podría traducir a Virginia Woolf; no la soportaría.
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