Sergio Renán: figura clave de la cultura, se destacó en cine y teatro; su gestión en el Colón fue inolvidable
Sergio Renán había logrado esa hazaña que se les reserva a muy pocos elegidos: vivir muchas vidas en una sola y que todas esas vidas resultaran finalmente fieles a una única persona y reconocibles como parte de ella. Esas varias vidas se cerraron anteanoche, en el Sanatorio de los Arcos, cuando Renánmurió a los 82 años después de varias complicaciones de salud que lo acompañaron durante el último tiempo y que le impidieron incluso asistir, el mes pasado, al estreno de su puesta de L'elisir d'amore en el Teatro Colón.
Solía repetir una frase de su padre: "No alcanza con ser un gran hombre. Hace falta además que el mundo se entere". Muchos empezaron a enterarse de Renán a partir de principios de la década de 1960, cuando actúo en la película La cifra impar, de Manuel Antín. Una década después vendría La tregua y el brillo en el cine y la televisión [ver aparte]. Su última aparición pública había sido justamente en la presentación durante el Bafici de una versión restaurada de esa película Pero en realidad el origen de itinerario artístico había sido la música, y, en un círculo perfecto, también sería su final, con sus tareas como régisseur de las últimas décadas. A los trece años, ya tomaba clases de violín con Jacobo Ficher. Esa intimidad con la música -probablemente el arte que más amaba- fue lo que hizo posible su formidable tarea en la puesta en escena de la lírica.
La dimensión artística de Renán existe por sí misma, pero no se la puede comprender del todo si se la separa del hombre que era y de la época de Buenos Aires en la que se formó. Muy culto, con esa variedad de la cultura que no puede confundirse con la información, y a la vez, como se suele decir, con mucha "calle". Leía continuamente literatura, especialmente ensayo y ficción (prefería la lectura de libros a las de los diarios, que había abandonado hacía mucho), conocía como nadie el repertorio clásico, y, en el mismo registro, hablaba de Racing Club, su querida Academia, o de tango. Unía dos cosas que en cualquier otro habrían resultado inconciliables: la distancia que impondría la discreción, la reserva, y la mayor generosidad, el mayor cariño. Nada le gustaba más que reunirse con amigos -amigos que podían transitar por carriles distintos- y siempre se hacía tiempo para conversar. Era una especie de porteño que se extinguió con él.
Su obra mayor
Pero esta singularidad de su carácter no se limitaba al círculo estrecho de sus gustos y sus relaciones personales. Esas dos temporalidades que había en él -algo que venía de otra época y la preocupación por la más inmediata actualidad- tuvo un correlato en la que -al margen de películas, direcciones teatrales y puestas de ópera- fue posiblemente su obra mayor: la tarea al frente del Teatro Colón.
Aunque jamás fue peronista, en 1989 se le ofreció el cargo de director general y artístico del Colón. Esa gestión renovadora y audaz cambió no sólo la historia de la sala, sino, más en general, la vida cultural de la ciudad.
Aquí hay que mencionar, en primer lugar, la creación del Centro de Experimentación. El CETC fue antes que nada una idea, una gran idea que Renán tuvo hacia 1990, cuando le ofreció al compositor Gerardo Gandini que llevara al Colón las actividades y los conciertos dedicados a la música de vanguardia que solía presentar en el Instituto Goethe. Sin sala, el primer concierto, que incluyó Pierrot Lunaire, de Arnold Schönberg, se realizó en el Centro Cultural Recoleta. Luego vino el espacio, con Gandini como director, que es ahora un lugar imprescindible.
En esa época logró además que el Colón recuperara un lugar dominante en el mundo. Quería un Colón que jugara en las grandes ligas. Esto implicaba no sólo traer a las estrellas (y fueron muchas, de Leonnie Rysanek a Mstislav Rostropovich pasando por Karita Mattila); fue además una época pródiga en descubrimientos, entre los cuales el más espectacular fue el de la soprano Renée Fleming. Una baja de último momento obligó a Renán a buscar un remplazo para su puesta de Las bodas de Fígaro. Escuchó la voz de Fleming en una mala grabación en cassette y aun así eso le bastó para decirse por ella para el papel de la Condesa. Fue el nacimiento de una diva.
Renán pagó también deudas del teatro con el repertorio del siglo XX, como el estreno de la versión completa (con el tercer acto) de Lulu, de Alban Berg, con dirección de Stefan Lano. O, en un plano distinto, la creación del Abono Contemporáneo, el estreno (en un programa compartido) de Europera V de John Cage. O el encargo de La ciudad ausente, la obra maestra de Gandini con libreto de Ricardo Piglia que marcó para siempre la escritura para la escena en Argentina.
No había un solo de rasgo de populismo en ninguna de sus gestiones, tampoco en sus puestas. Esto resulta especialmente claro en los últimos trabajos que realizó para el Colón. Por ejemplo, en la comparación entre La flauta mágica de 2011 y La Cenerentola, de 2012. En la segunda dominaba un humor extremadamente sutil, pero a la vez muy terrenal, muy rossiniano. Acá hay un punto importante que revela la sensibilidad del artista: en la La flauta... había asimismo humor, pero de otro tipo. El humor mozartiano no se confunde del todo con el de Rossini. Renán dominaba esos matices, en la ópera, en el cine y en la vida, mejor que nadie.
En 1997, Renán quedó fulminado por un dolor punzante en el abdomen. Se despertó dos meses después, curado de una pancreatitis que suele ser letal. Quienes lo conocían, habían alimentado, por simple cariño, la ilusión un poco infantil de que era inmortal. Vinieron después las complicaciones de un cáncer en las cuerdas vocales que parecía curado y las dificultades para hablar. La dignidad y el ánimo con los que enfrentaba la enfermedad son un ejemplo no menor que su faena artística. Trabajó hasta el final, con el apoyo, de Adriana, su pareja, una mujer también excepcional. Llegó a dirigir, en mayo, el ensayo general de L'elisir d'amore y tenía ya proyectos en el Colón para 2016 y 2017. Fue una vida plural bien vivida.
Nadie que lo haya conocido podrá dejar de recordarlo, pero aun el recuerdo personal de quienes lo conocieron terminará borrándose: nada de eso afectara la permanencia de una figura y de un obra cuya condición irremplazable y crucial seguirá creciendo con los años.