Sergio De Loof, el Almodóvar argentino
Caminaba por la playa, en Miramar, cuando sonó el celular. "Quiero que te conozca el mundo", le anunció Victoria Noorthoorn. La actual directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires tenía entonces a su cargo la cocuraduría de la 7ª Bienal del Mercosur, y convocó a Sergio De Loof para organizar un desfile inaugural.
Meses más tarde, en 2009, el mítico "rey del under" porteño sorprendía a artistas y curadores internacionales con una de sus festivas producciones en el centro de la escena regional. Entonces debió convencer en "portuñol" a cuarenta modelos que desfilaran semidesnudos, con trajes realizados por él con papeles y otros materiales descartables.
"Esto es el poder de América Latina. Nos tenemos que querer más, porque somos divinos", decía un año después a la nacion en arteBA, donde realizó otro desfile presentado por la galería Daniel Abate. Esta vez, uno de los modelos encontró tan inspirador su estilo "trash rococó" que decidió avanzar por la pasarela recostado boca abajo sobre el piso, empujándose con las piernas.
Algo similar le había ocurrido tres décadas antes, cuando los actores de una obra de teatro lo abandonaron porque no les daba indicaciones. "Yo me creía Warhol, cualquier cosa me venía bien. Soy pésimo director pero hago buen scouting. Al convocar a locos, tenés el éxito asegurado", señala a LA NACION revista este diseñador de moda, videasta, fotógrafo, estilista, escenógrafo y pintor, que desde la década de 1980 impulsó espacios nocturnos como Bolivia, Morocco, El Dorado y Ave Porco. La avidez de libertad de la postdictadura encontró allí un terreno fértil para la performance.
"Soy el Almodóvar argentino. Porque logré reunir a toda la jungla de la calle, darles contención a quienes no la tenían. Lo interesante eran los personajes que yo acercaba", observa el hombre que lloró como un niño al escuchar el célebre discurso de Lucrecia Martel en homenaje al director de cine español. Ahora, él es el homenajeado en el Moderno, con su primera antológica en un museo.
Haciendo equilibrio entre el arte, la moda y el diseño, hacia fines del milenio cofundó la revista Wipe, dedicada a la movida cultural porteña. Dos décadas más tarde convocó a sus colegas a que donaran obras para colaborar con otro proyecto, La Guillotina, un "comedor fashion" inspirado en la Revolución Francesa. Como se recaudaron 37.000 dólares en lugar de los 100.000 necesarios, De Loof decidió gastarse el dinero en el Belmond Copacabana Palace de Río de Janeiro. "Hay gente que me acusa de haberlos estafado", confiesa sin pudor.
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