Sergio Chejfec: “Todo lo vinculado con lo visual está muy fatigado”
El escritor argentino radicado en Estados Unidos publicó Apuntes para un panfleto, libro en el que se propuso lo auditivo como eje
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Llegó al país hace días, pero no sale: espera que se cumpla su cuarentena. Es que Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), si bien argentino, vive en New York desde 2005. Como antes en Venezuela, donde residió por 15 años cuando se fue en 1990. Vuelve a la Argentina, al menos una vez al año. A pesar de tanto allá y acá, el tono de Chejfec suena sin tinturas caribeñas o neoyorkinas. Aunque podrían estar, considerando su lugar como docente en el Programa de Escritura Creativa en Español de NYU (Universidad de Nueva York). También docente en dos cátedras de maestrías: la de Escritura Creativa (Untref) y la de Literatura Argentina, UNR. Sus dos primeros libros, Lenta biografía y Moral, se publicaron el año en que se fue, 1990. Algunos de sus títulos: Sobre Gianuzzi, Modo linterna, Teoría del ascensor. Entre otros reconocimientos, recibió el premio Konex, fue becario de la Fundación Guggenheim (USA) y residente en Civitella Ranieri (Italia).
Hay un Se dice de mí asociado a la escritura de Chejfec: el lugar de la forma, con lupa a su sintaxis. Eso que bien puede leerse en Apuntes para un panfleto (Gog & Magog), último libro. Desde la cuestión de los géneros, no está pensado desde la unicidad; entonces, clave de novela, ensayo y con impronta poética. Lo auditivo es el corazón del libro. “Lo sonoro está más abierto a impregnarse de matices”, dice Chejfec. Entonces, ruidos, sonidos, músicas del lenguaje.
-¿Podría decirse que en este libro vuelve a aparecer esto de correr la frontera de los géneros?
-A veces los géneros son como una forma de facilitar, tanto la escritura como la lectura. Un formato muy claro hacia donde apuntan, tanto las expectativas de la escritura mientras se va auto produciendo -hipotéticamente la conciencia del que escribe-, como también una especie de máquina que va modelando las expectativas del que lee. En ese sentido, el género podría decirse que es como una máquina reflex: con poca energía puede generar y producir un tránsito muy fluido y constante, trátese del género que se trate. Hay un contrato, un acuerdo entre el hipotético lector y el escritor. Esos modelos se encuentran con lectores o autores a los que nos gusta ese mecanismo y es más significantes para ellos tratar de intervenir en una manera como más lateral. Tratando de encontrar como cierta porosidad en esos géneros.
-¿Porosidad en el sentido de las texturas de cada género?
-Sí, de encontrar superficies más permeables a lo que se quiere hacer, que es de por sí difuso. A mí me cuesta un poco contestar en términos positivos, porque creo que cualquier escritor termina también escribiendo como producto de una negociación, entre lo que quiere escribir y lo que puede escribir. Yo siempre escribí de una manera más bien reflexiva, tratando de significar el desarrollo de la conciencia, no sólo el de una peripecia, una historia o una anécdota. En ese sentido, el que pretende hacer eso se encuentra con circunstancias como textuales que evaden la peripecia y la acción, se abre a una zona más ensayística vinculada con la reflexión, la digresión. Con las posibilidades de seguir indagando a partir de las mismas señales que produce la historia que se cuenta.
-Lo sonoro está en primer plano en el libro
-Está el asunto de los ruidos y lo sonoro, sí. Como una dimensión de lo que un relato debería representar, a la que yo presto mucha atención. Me parece que todo lo vinculado con lo visual está muy fatigado. Es una manera de tornar a lo que uno escribe como más elocuente; quizá más persuasivo, en el buen sentido de la palabra. Lograr como una altura verbal que sea compatible con una voz más apagada, más baja. Me parece que lo visual es como un poco efectista. En cambio lo sonoro está más abierto a impregnarse de matices. Y me parecía que el universo del comienzo del relato, donde hay alguien que escribe y está acompañado del sonido de la radio, era particularmente envolvente. Tratar de explorar esa forma de crear un ambiente, una atmósfera, porque me parece que pueden tener más posibilidades literarias compatibles, espero, con mi forma de escribir, más vinculada a las implicancias de lo que se busca decir.
La potencia de lo sutil
Vuelve aquí a aparecer Samich, personaje que ya cruzó otros títulos del autor. “Pero cambia, nunca es el mismo”, dice Chejfec. En Coda, al final del libro, se lee: “Pienso que algún sabio podría descubrir la profunda singularidad de la figura de Samich. Para ello debería considerar la aptitud radiofónica del personaje, una presencia incansablemente envolvente, y su constante disposición a la emisión en voz baja”.
-¿Cómo surgió el título del libro?
-Hay una editorial independiente de New York, Ugly Duckling Presse, que edita casi exclusivamente ensayo, poesía y cierto tipo de publicaciones. Ellos, con la idea de hacer algo con la vieja tradición del panfleto, o sea, un texto con fuerte intervención política, estética, religiosa, pidieron a 20 autores que escribieran un panfleto y yo agarré viaje. Pensé que me había equivocado, porque mi estilo es difícilmente panfletario. Apuntes por un panfleto, como una manera de recurrir a la palabra apunte para disolver un poco la asertividad contenida en la palabra panfleto. Esa especie de negociación interna dentro título entre lo taxativo del panfleto y lo difuso de la palabra apunte.
-Vivir afuera y a la vez publicar acá, ¿en qué plano entran esas geografías?
-Cuando salí de la Argentina fue en 1990. Apenas había salido la primera novela, luego la segunda, Moral, por lo tanto, lo que escribí fuera de esos dos textos, los escribí afuera. El hecho de vivir fuera configuró en cierto modo mi forma de escribir como un poco distanciada, difusa, medio zombi. No sé cómo habría seguido escribiendo de haberme quedado. Muchas veces sentí como esa cosa. La distancia geográfica para mí era la de mi propia comunidad, de mi propio país, como una especie, no sé si un estímulo, pero algo que formaba parte como de herramientas imaginarias.
-¿En qué sentido imaginarias?
-Con la idea de configurar un idioma particular que no fuera el de la calle real, entre comillas, pero tampoco inventado. Una especie de idioma más conversacional, una especie de construcción de un imaginario falso, impuesto por la geografía. Nunca fui demasiado nostálgico de la Argentina porque no me fui obligado, ni perseguido ni exiliado. Cuando uno se va con circunstancias que tienen que ver con decisiones propias, uno puede extrañar, pero ese sentimiento no se traduce en una nostalgia dolorosa, porque si sufrís, volvés y ya.
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