Sergio Bizzio: “Para ir al encuentro del dolor, necesito saltar en el trampolín del absurdo”
Una nueva novela corta de Sergio Bizzio (1956), Diez días en Re (Literatura Random House), se suma a un listado de títulos del autor que, junto con la reedición de Gravedad (interZona), se pueden encontrar en las librerías. Próximamente por Mansalva saldrá En esa época, la novela de ciencia ficción gauchesca que obtuvo el premio Emecé 2000/2001. Desde los años 2000, a esa constante pasión novelesca que creó fábulas imborrables como Rabia y Aiwa, el escritor nacido en Ramallo añadió colaboraciones para el cine, el teatro, la música y la pintura. Dirigió cuatro películas y, en 2017, con el grupo Mondongo presentó Tres, una serie de instalaciones atravesadas por imaginarios tan ruinosos como poéticos.
En Diez días en Re, una pareja de recién casados viaja de luna de miel a una playa. Poco después de poner un pie en la isla, Carlos descubre que no ama a Irina, su hermosa y flamante esposa. En esa estadía, la incertidumbre, el humor y el misterio espesan los velos de los personajes sobre deseos propios y ajenos. Poeta antes de ser narrador, Bizzio escribe con la conciencia de un “extraviado experto”, como se dice sobre uno de los insólitos personajes de la nouvelle.
–Tus nuevas novelas se acercan cada vez más al formato de la novela corta. ¿Por qué?
–¿Por qué no? Como lector también prefiero la novela corta. Prefiero Bartleby a Moby Dick. Releí Moby Dick unas semanas atrás y me encanta, pero me llevó tres o cuatro días. Es una lectura con cortes comerciales. Yo quiero hacer piedras preciosas, novelas claras, transparentes, despojadas y también breves, que puedan leerse de un solo bocado.
–No es la primera vez que hacés referencia a la claridad y el despojamiento. ¿Qué significan para vos?
–Claridad es el mínimo de oscuridad, como dicen los chinos. Quiero que lo narrado se vea. No importa si se entiende o no, no pienso en el sentido, solamente en que lo narrado sea claro, porque entonces uno ve más de lo que hay a la vista. No hay nada más sugerente que la claridad. Yo no siento ningún interés por las novelas ultraescritas. Son obra de acumuladores. Es como abrir la puerta de un desván y que se te caigan encima millones de cosas innecesarias. O esos estilos tan cerrados en los que el lector se asfixia. El despojamiento es la máxima sofisticación.
–¿Por qué el humor queda a cargo del narrador en general en tus ficciones y el drama del lado de los personajes?
–¿Sí? Puede ser, no lo había notado. Si es así, a lo mejor se debe a que el narrador juega, pero los personajes tienen que vivir.
–Podría decirse que es lo que sucede en Diez días en Re, con la desolación de los protagonistas.
–Sí. Un hombre en su luna de miel, en una isla, que de pronto se da cuenta de que no ama a su mujer. Es una sorpresa, no es el resultado de una sospecha. Es repentino. ¿Qué puede esperarse de semejante revelación? Para mí, sin embargo, ese momento no tuvo más que un valor atmosférico. Lo que me atrapó fue que el personaje, al darse cuenta de que no la ama, no pueda bajar el brazo después de responder al saludo que le hace ella desde lejos cuando está a punto de meterse al mar. Sin ese detalle, que establece el tono de la novela, no hubiera podido seguir adelante. Escribir una novela sobre el dolor, con el tono del dolor, no es para mí. Yo necesito otra clase de estímulos. Para ir al encuentro del dolor, antes necesito saltar un poco en el trampolín del absurdo. Supongo que eso es lo que llamamos una manera personal de contar. Esa es mi manera.
–A cada novela nueva últimamente le sigue (o le antecede) una reedición. ¿Es un plan autoral o editorial?
–No tengo ningún plan. Lo que sí tengo es mucha suerte de que haya editores que quieran reeditar mis libros.
–¿Leés a tus contemporáneos?
–Todo lo que puedo, todo lo que me mandan y todo lo que mi presupuesto me permite comprar. Me gusta mucho Pablo Katchadjian, me parece que está a años luz de toda su generación.
–¿Qué le falta, además de lectores, a la literatura que se escribe en el país?
–No sé qué le falta pero creo darme cuenta de algunas cosas que le sobran. Ansiedad por gustar, egocentrismo y pavoneo, profesionalismo. Esto es muy general, por supuesto. Hay excepciones. Si todo el mundo fuera tocado por el verdadero arte, un mal libro sería la excepción.
–¿En qué trabajás actualmente?
–Terminé tres cuentos largos que voy a publicar juntos. Aparte de eso, abandono algo todos los días.
–Leí que empezás por una imagen. ¿Cómo se puede abandonar una imagen?
–Sí, empiezo por una imagen, no por una idea. Pero es una imagen que poco a poco va haciendo foco en una idea. La historia es una segunda intención, a veces el estilo es una segunda intención, pero yo sé que tarde o temprano van a aparecer si la imagen consigue entusiasmarme. Así que en el comienzo está todo lo demás. Por eso yo nunca siento que fracaso en mitad de una novela. Yo fracaso en el comienzo. Y fracaso muy seguido, abandono algo casi todos los días, lo que me angustia y me fastidia. Pero bueno, me consuelo pensando que sería mucho peor abandonar en la página cien.
–De todas las disciplinas artísticas, ¿cuál es tu favorita?
–Son dos. La literatura, que contiene a todas las artes, y la música, que puede no incluirla.
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