Ser Belgrano Rawson
El autor de Noticias secretas de América, que acaba de reeditar Seix Barral, habla de las lecturas de niñez, de su contradictoria relación con la obra de Borges, de la atracción que sintió de chico por las armas y el rechazo que hoy le provocan. Además, se refiere al contrapunto entre la ternura y la crueldad en su obra y a la violencia en el país. En una charla en que pasa revista a los temas más importantes de su vida y su obra, el escritor enumera las palabras que le producen un estado de fascinación
El primer libro de Eduardo Belgrano Rawson que leí fue No se turbe vuestro corazón. El segundo, No se turbe vuestro corazón , el tercero también. No era para menos: me topé con alguien que escribe el castellano en castellano; es decir, con semblante, con pulso, en castellano. Después vinieron Fuegia , Setembrada , El náufrago de las estrellas La felicidad producida por el tejido de su escritura se renovó una y otra vez. Y me bajó la pregunta: ¿Cómo será el hacedor de estos libros? A partir de su foto en las solapas, me lo imaginé hosco y con ese distanciamiento de intelectual que produce un indefinible desasosiego. Imaginé fuera del tarro: encontré a un tipo accesible a pesar del sostenido aleteo de cierta timidez delatada por su voz.
Inexplicable, en el ascensor que me acercaba a su puerta me vino la fuerte tentación de preguntarle un disparate: si alguna vez había matado a alguien. Matado fuera de la literatura.
El primer detalle llamativo de su estudio es la madera recuperada de las puertas, antes profanadas con pintura. El segundo, una mochila de adolescente en su silla. Su mirada me hace preguntarle:
-Te inquieta el grabador.
-Me acordé de que con Carlos Trillo y Jorge Sallenave teníamos un programa radial y fuimos a entrevistar a Camilo José Cela con un grabador del operador. ¿Sabés que no lo pudimos hacer andar? Y el tipo, paciente, nos dijo "Vuelvan mañana"... Y volvimos, y tampoco lo pudimos hacer andar. Qué vergüenza.
-Dejaste el periodismo.
-Casi. Nos mandaban en misiones suicidas. La primera entrevista fue a Geraldine Chaplin, que venía con Doctor Zhivago y un novio torero Cómoda en la cama, se nos quedó dormida. Y agarramos y nos fuimos...
-Accidentes... María Esther Giglio cuenta que entrevistando a Bioy Casares se le hizo una galleta con la cinta. Colapsó, se puso a llorar desconsolada De pronto sintió que Bioy le apartaba el pelo suavemente y le besaba la nuca. Fulminada de amor. Los accidentes son lo mejor de los reportajes.
-A mí me faltó el grabador una vez, estábamos en la esquina de Primera Plana y me dice la que sería mi mujer, Rosario: "Ahí está el viejo Borges, queriendo cruzar la calle..." Con Vicky Walsh lo cruzamos. Rumbo a la Biblioteca Nacional, Vicky le tiraba de la lengua, y Borges abrió la canilla, no paró de cagarse en Cortázar. Aunque él fue el que lo publicó por primera vez y le tenía admiración.
-¿Cómo te llevás con don Borges?
-Relación contradictoria: me encantan su poesía y sus ensayos. Donde no estoy a su alcance como lector es en la ficción. Problema mío. Reconozco a un escritor perfecto, pero el rasgo emotivo sólo lo encuentro en su poesía.
-Nos merodea la idea de que la emoción es una claudicación que abarata el hecho artístico. ¿Te llega ese complejo nacional?
-Para mí en cualquier cosa que se escriba la emoción es fundamental y si no, desisto.
-Nombraste a Cortázar
-A mí me maravilló Cortázar de entrada. Antes ya había leído a Viñas, fue un descubrimiento Sáenz, y después cayó Rayuela en mis manos, y ya vinieron García Márquez, Rulfo, Vargas Llosa... De los 10 a los 20 años leía hasta los letreros del camino. En mi casa había una biblioteca grande, que es lo que me salvó de ser un estúpido profundo. La escuela nada me dio. Ya en la biblioteca pública seguí leyendo sin dirección: de Salgari a Shakespeare, y siempre norteamericanos: Stevenson, Hemingway, Capote... Después, Cheever, un escritor fantástico.
-¿Quién te enseñó a leer?
-Me acuerdo de que le insistía a mi viejo con una publicidad que decía que en tres meses aprendías a leer con Upa Yo le leía el aviso para aprender a leer... Aprendí de golpe, así como nunca aprendía a hacer cuentas.
-Esto que contás sucede en...
-San Luis. Viví allí hasta que terminé mi secundario y vine a Buenos Aires Mi padre no vive, qué joven murió mi viejo, a los 42, y qué joven enviudó mi vieja, a los 38.
-¿Qué le pasó?
-Nada, cáncer del sistema linfático. Se enfermó en marzo y en julio ya estaba muerto. Era profesor de filosofía pero nunca pudo ejercer porque no estaba afiliado al peronismo; eso lo convirtió en un antiperonista acérrimo. Por supuesto, a los pocos meses de la Revolución Libertadora, ya la detestaba. Fue comando revolucionario en el 55, pero en el sitio de honor de sus libros estaba Operación masacre.
-¿Qué hacía un profesor de filosofía que no podía serlo?
-Era empleado bancario y criaba pollos. Con todas las deficiencias de un intelectual se metió en un negocio ruinoso, el criadero de gallinas. Cuando murió yo heredé eso y lo tuve que manejar. Con mis 12 años, realmente fue para mí un calvario, yo detestaba las gallinas y los pollitos.
-Los pollitos producen ternura.
-Rodolfo, no hay cosa más imbécil que un pollito metido en una criadora. Que le pica el ojito a otro porque tiene alimento ahí y éste sangra y es una carnicería... Crueles los pollitos A la mañana vas y te encontrás con que se han apiñado toda la noche y cuarenta han muerto asfixiados. Para peor, un día cae un amigo a comprar una polla de pedigree y yo, orgulloso. Se le ocurre abrirle el pico y me dice: "¡Difteria!" ¿Y qué es eso?, digo yo. "Mirá, la única manera de afrontar la difteria es que curés cada animal, que le saqués con una pinza de cirugía las placas y le apliqués una solución yodada tres veces durante tres días".
-¿Y?
-Y bueno, yo empecé con la pinza. Terminé y le dije a mi vieja: "Mirá, yo, con las gallinas ¡ni al horno!"
-Aparte de pollitos, ¿de tu viejo qué te quedó?
-De esos doce años, ¿cuánto lo habré conocido? Cinco. Me quedan las largas caminatas mientras me deslumbraba con un cuento que iba armando ahí. ...l jamás escribió nada, no así mi vieja, que influyó en mí como narradora. Ella tenía un espíritu aventurero; muerto mi viejo, la recuerdo pidiéndome que le enseñara a tirar con un Winchester de repetición. Ella hacía mierda las botellas y yo no le pegaba una. También le enseñé a andar en bicicleta.
-No se le habrá dado por el paracaidismo.
-Hacía cosas vedadas para una mujer de la época, fumaba a escondidas de mi viejo... ...l era un tipo muy rígido, pero no me pegó nunca. Era absolutamente pacífico, aunque tenía armas. Un amigo me recordaba cuando lo llevé al cuarto de él y saqué el Colt 38 y le hice una exhibición de ruleta rusa. Por supuesto, yo no era pelotudo
-Y después le echamos la culpa al diablo.
-En realidad uno es un imbécil, y de esas cosas terribles en San Luis teníamos a montones... Me acuerdo de dos mellizas vecinas, una le metió un tiro en el estómago a la otra, jugando. Un arma en la casa es irresistible para un chico. Encima, mi viejo me llevaba al tiro al blanco, y yo iba con el 38 en la cintura. Me sentía poco menos que Jessie James.
-¿Qué hiciste con el Colt 38?
-Lo cambié por un 22, que era con el que me enseñaba a tirar mi viejo. Después lo di. Al tiempo vino un primo a regalarme un Smith & Wesson 32; le rogué que se lo llevara.
-Muchos, con el miedo histérico por la inseguridad, enarbolan la necesidad de tener "armas defensivas".
-Yo siento un rechazo total, total. Y detesto la caza, no puedo matar un animal ni siquiera para comerlo. En San Luis las liebres son muy apetitosas y uno no es de fierro, pero nunca cazé una liebre.
-No me cierra tu familiaridad con las armas.
-No sé qué hacían esas armas ahí. Mi viejo, Joaquín Eduardo, se hubiera matado antes de dispararle a alguien. Entonces éste no era un país en armas; las armas no eran para ser desenfundadas.
-¿Cuándo se rompió eso?
-¿Tal vez con los bombardeos de Plaza de Mayo? De cualquier modo, nunca sentí que viviera en la casa del Llanero Solitario. Las armas estaban escondidas, pero yo me metía en todo y era difícil mantener algo lejos de mi nariz. A las pistolas 45 las encontré en el fondo de una bolsa de alimento para las gallinas.
-Voy a soltarte una pregunta que me nació en el ascensor. Belgrano, ¿alguna vez mataste a alguien?
-¡No! Nunca. No, mi experiencia con las armas fue entre los 10 y los 14. No volví a ellas... Yo me crié casi huérfano, porque con tu madre es distinto. Te vas independizando demasiado, aunque tuviéramos una buena relación... El otro día pensaba: qué maravilla mi vieja, nunca me rompió las bolas, no me hizo ir a piano, ni a lavar los platos Ella tuvo que conseguirse un par de trabajos porque quedamos en la vía, mi viejo no tenía jubilación, nada. ...ramos una familia seca, con dos hermanas y yo.
-¿Nombre de tu mamá?
-Sara, nombre judío, pero era criolla. Sara Morales. Devoraba las novelas policiales, no se perdía película de monstruos, tomaba partido por el monstruo... [ se tapa la cara en la carcajada ] Ella quería escribir radioteatro; tenía una imaginación de escritor que nunca se consumó. Cuando nos vinimos a Buenos Aires paramos en una pensión de Callao y Corrientes. Para mí fue un pequeño paraíso, tenía 18 años y allí conocí a un cubano, paracaidista en la invasión de Bahía de los Cochinos, dos años prisionero de Fidel; acá vendía pollos San Sebastián. Rosa de Miami salió de ese tipo.
-Volvamos a tus olores primordiales.
-Siempre me acompaña el olor a jarilla mojada. Allí la lluvia era, antes, un acontecimiento, escaseaba el agua. A menudo escuchaba: "Ojo con baldear la vereda porque viene Soriano y te mete una multa". Soriano era el padre de Osvaldo, vivía a la vuelta. Con Osvaldo jugábamos ...l se puso de novio con la Martita Cuello, una vecina.
-¿Y por qué le temían a Soriano padre?
-Era inspector de Obras Sanitarias El caso es que en aquella época San Luis era una tierra seca y supongo que ese carácter mediterráneo a mí me llevaba irremediablemente hacia el mar. No recuerdo mayor impresión que cuando llegué a Mar del Plata, a los 15 años: vi y olí el mar por primera vez. Eso y el olor del subterráneo de la línea A son dos cosas que me acompañan. En la Avenida de Mayo, cuando vos pasás por una de las bocas, está ese olor.
-¿Y el olor de la línea C?
-La línea C no lo tiene, o tendrá otro. El de la A es inconfundible. No es un olor, es una fragancia. De aquella llegada guardo episodios mágicos, como descubrir el Vascolet.
-Insignificancias deslumbrantes.
-...ramos de pueblo, para nosotros ir a Mendoza era llegar a California. San Luis era una aldea ventosa donde andaban los burros a la noche por la calle, soplaba el chorrillero, un viento que te ponía de culo.
-Un chiste mendocino decía que en San Luis eran tan pobres que los milicos tenían el sable pintado en el uniforme.
-De hecho, el primer semáforo que tuvimos funcionaba a botón; había un policía al lado que lo pulsaba. Y el primer letrero luminoso que tuvimos, de Bonafide, ¡lo bendijo el obispo! Eso sí, los mendocinos venían con deleite porque los riachos, los bosques, la sombra eran gratis. En cambio yo veía en tu provincia esos arbolitos bajo los cuales los mendocinos hacen picnic, ¡no te tirarías a morir ahí debajo!
-¿Por dónde iban tus sueños de adolescencia?
-Siempre me vi escribiendo; el periodismo me agarró pronto, creo que soy un periodista que se las da de escritor. Aparte, uno tiene berretines... empieza con la bicicleta, le ponés manubrio pistero, la pintás de azul, dormís con ella Yo tenía una Raleigh, disfrazada de media carrera, que nunca dejó de ser la bicicleta del cartero británico; pesaba poco menos que una moto Después los caballos, el tenis, el básquet... Convencerte de que sos malo te lleva tiempo cuando estás en lugares donde no hay forma de avivarse.
-No te imaginaba ciclista.
-En los pueblos vivíamos en estado de ciclismo y de turismo de carretera. Cuando llegaba el día de la carrera, viajábamos kilómetros para ponernos en aquella loma de donde se veían pasar los autos. Teníamos a Rosendo Hernández; en él cifrábamos nuestras esperanzas.
-Estás rodeado de elementos marítimos. Puntano y mar, ¿cómo se abrocha eso?
-Yo llegué muy tarde a la navegación, el agua era antinatural para mí. Pero viví pendiente del agua. Con la indemnización de un diario me compré un velero, le puse Medina Sidonia. Nombre pretencioso, como todos los que tienen barcos pedorros. Al segundo, Marta, por si acaso, no le cambié el nombre porque da muchísima mala suerte.
-¿Otras supersticiones?
-Y sí, siempre que derramo sal, echo un poco sobre el hombro izquierdo. Es medicina preventiva Otra: no paso debajo de una escalera Un día por eso me bajé a la calle y casi me hace cagar el 60. No hay que joder con estas cosas. Dicen que es muy importante la cintita roja
-Yo llevo siempre una debajo de la media izquierda... Mirala.
-La veo, parece que neutraliza una serie de maldiciones Todo un tema. Hay algunas dudas: por ejemplo, ¿qué te trae mala suerte: cuando un gato negro se te cruza de izquierda a derecha o de derecha a izquierda?... El 13 un poco de escozor te da, pero ahí impongo la cordura.
-¿Y esa gorra de marinero?
-La gente que sabe que navegás te trae cosas, de hecho nunca me la puse... Los binoculares sí los usé. Cuando vendí el barco por obsoleto, le saqué el compás, la brújula...
-Volvamos a la literatura. Dijiste que te llegaba más el Borges poeta. ¿Qué te ocurre con Sabato?
-Puedo hablar de gustos personales, sin entrar en una calificación. Sabato nunca me interesó como narrador; conozco poco su obra, no estoy autorizado para opinar. Me encantan escritores como Antonio Di Benedetto. El otro día volví a Los suicidas , ¡estupendo libro!
-A Di Benedetto, que era de gustos severos, lo escuché nombrarte como uno de sus narradores latinoamericanos preferidos Entre los argentinos, ¿hay alguno que considerés ninguneado por el olvido?
-Sí, Isidoro Blaisten. Tiene cuentos memorables. De todas formas creo que los escritores somos privilegiados, de un modo u otro estamos en circulación. Aunque hay que lamentar hoy la pérdida del mercado, desde la música al teatro. Escuché que en los años 50 había aquí como cinco millones de espectadores y hoy hay un millón.
-¿Y el fenómeno Feria del Libro?
-Aquí a ciertos hechos se los presenta como reveladores de una floreciente actividad cultural. La Feria es uno. Me parece un acontecimiento semejante al de una familia pobre que una vez por año viene al pueblo y se pone en pedo y se da un banquete. Schavelzon en un artículo muy bueno decía que en los países donde se lee mucho no hay ferias del libro. Por caso Francia... vos vas, te metés en el metro ¡y la mitad del vagón va leyendo! ¡Acá no lee nadie! Si alguien está leyendo, es un diario gratuito. La lectura como actividad está muy aplastada. Debe haber múltiples factores, como el precio de los libros.
-Una cosa es ser un gran país y otra un país grandote. ¿Nuestra Feria es grandota?
-Sí, prevalece lo desmesurado. Pero es preferible que la Feria exista a que no exista. Me parece casi un hecho expiatorio. Nosotros vamos una vez por año ¡y ya está, ya pasó esta mierda! ¿Somos cultos o no? Ah, no estaría nada mal que la Feria les pague a los escritores sobre los que monta su actividad.
-Omisión muy consentida por los escritores, ¿no?
-Por supuesto. Tenemos que decirlo. Dicho sea de paso.
[Llamada telefónica. Reparo en el calzado de Belgrano Rawson: zapatillas de goma muuuy caminadas, cordones sueltos. Cierto desaliño de adolescente contrasta con su pelo blanquísimo, venerable. Retornamos al diálogo con una cita de No se turbe vuestro corazón : " y allí fue degollado y los soldados jugaron a la pelota con su cabeza toda la tarde "]
-En tus historias llama la atención el contrapunto entre ternura y crueldad. La crueldad aparece y reaparece, goza, digamos, de muy buena salud.
-Porque mi escenario de escritura es siempre la Argentina, América latina. Me guste o no.
-La crueldad aquí desnucó varios colmos.
-Se pasó todo límite. Cuando se tira gente de los aviones, se consuma el rito más perverso.
-No basta con matar. Hay una especie de celebración: el prólogo de la tortura y después la desaparición, los cuerpos sin sepultura. ¿Por qué, como sociedad, llegamos a esto?
-No sé, cuando escribí Noticias secretas de América estuve en contacto con los mayores ejemplos de crueldad que se registraban en la Argentina y me dediqué a contarlo como ejercicio fáctico. Una especie de mil y una noches con una historia tras otra, escrita de manera delirante. Me mantengo al margen de las interpretaciones porque el solo hecho de contar a veces es revelador. Soy un contador público nacional. O escritor matriculado.
-¿Un contador cercano al historiador?
-No soy historiador ni quiero serlo. Primera y me largo. Lo que me lleva mucho tiempo es encontrar el tono y eso sí me sumerge en cierta reflexión. Porque si no tenés el tono, no tenés nada. No importa si estamos contando la guerra de Vietnam o que a tu tía se le volcó la leche, el tono es todo. El asunto es encontrar el "había una vez".
-¿Quién habrá sido el primero que dijo "había una vez"?
-Un sabio, porque ahí se fundó la literatura. ¿Será Dios?
-¿Cómo te las arreglás con Dios?
-Para mí Dios es una carencia, ojalá lo tuviera.
-Por ahí citás a Antonio Porchia: "Dios mío, casi no he creído en ti, pero siempre te he amado".
-Eso me expresa, no me metas a explicarlo. Siempre viene bien citar a Dios. En ese mismo libro hay otra cita: "Virgencita, mañana me caso, hacé que mi esposa no me ponga los cuernos y si me los pone que yo no me entere y si me entero que no me importe" De hecho yo pasé de una formación católica rutinaria a un lento descreimiento, y aquí estamos.
-Aquí estamos. ¿Y de dónde venimos?
-De los barcos. Yo, como todo mafioso que aspire a un gran futuro, vengo de italianos y de norteamericanos. Rawson, un cirujano de a bordo que vino y se casó con una sanjuanina y ahí empezó mi historia.
-Ahora decime, ¿a dónde vamos?
-Si mañana tengo algún dato te llamo.
-Podés hacerlo a la hora que sea. Mientras, hablemos de algo lindo: la muerte.
-Siempre pensé que me iba a morir a los 60. Luego subí a los 65 Ya después paré, por ética Estoy en los 64, pero no seamos alarmistas. ¿Somos optimistas o no?
-Cuando un pugilista se sonríe es porque el golpe le dolió. Te veo sonreír ¿preocupado?
-Francamente no, creo que uno cuando pasa cierta barrera empieza a dejarle de tener pavor a la muerte, eso es cosa de gente muy joven.
-Estos años que cada vez duran menos, ¿tampoco te preocupan?
-El tiempo que te va tragando... no le dedico muchos pensamientos. Pero lo peor que a uno le puede pasar no es el tiempo que pasa rápido, lo peor es que se apague el entusiasmo, que deje de sentir ardor por las cosas, y eso en realidad te pasa desde muy temprano: vas a una pileta y tenés 10 años, es lo más impresionante de la vida, ¡día memorable! Disfrutás como un hijo de puta. Pero cuando tenés 25 ya necesitás que la pileta esté en Bora Bora y al lado una buena mina y un vaso transpirando Todo depende de qué hiciste con tu vida. Nos pasamos planeando cosas que no pensamos llevar a cabo. Con excusas. Nos pesa el cúmulo de ocasiones desaprovechadas, ¿no?
-¿Los entusiasmos se pierden o se renuevan?
-Si eso sucede no hay problema. Yo con el escribir tengo una relación particular... en lo personal no he encontrado mejor manera de dedicar mi tiempo que contando una historia. Y si hay algo que hace que yo no registre el paso del tiempo es cuando estoy narrando. Siempre estamos cantando el mismo bolero... depende de por cuánto tiempo conservemos esa relación con este oficio que, si lo pensás bien, ¡es extravagante! Escribir una novela, años, cientos de páginas, parece una cosa del Renacimiento... Pero seguimos atados a eso porque somos esquizofrénicos... Eso me decía Rosa Montero: nos pagan por hacer algo por lo que a los otros los meten en el loquero.
-¿Lo hacemos por la paga?
-Definitivamente no. Y eso es un espacio que uno agradece. También agradezco mis horas de sueño, tengo buenos sueños, la paso bárbaro Ya no tengo la pesadilla recurrente de cuando era joven. Soñaba con ataques aéreos, pero con tutti , ataques cojudos.
-Por esos terrores tu pelo blanco ¿Viviste algo parecido a eso?
-En un enfrentamiento de Azules y Colorados vi cómo un avión bajaba en picada delante de mí y atacaba la antena de Radio El Mundo. También pudieron haber quedado en mi subconsciente las prácticas nocturnas que se hacían en mi ciudad, donde había un regimiento antiaéreo. Pero en mis sueños ya eran oleadas de aviones que pasaban sobre mi casa y yo estaba ahí abajo y caían bombas
-¿Te alcanzaban?, ¿alguna esquirla?
-Nunca me morí en una pesadilla, gracias a Dios, nunca.
-¿Y tus sueños buenos cómo son?
-Qué sé yo, sueños fluidos, encantadores, de amor, de reencuentros, con historias.
-¿Cuáles son tus mañas en los tiempos de escritura?
-Yo no puedo escribir si no es a la mañana, bien descansado. Trato de buscarme un barcito sin televisor prendido. Que no sea demasiado tranquilo, porque si escuchás las conversaciones y te quedás colgado, cagaste... El ruido es un buen aislante Yo no corrijo en pantalla, tengo siempre alguna copia impresa fresca de lo que estoy escribiendo, con esa copia sobre papel voy añadiendo. Escribo a medida que corrijo. Uno aprende a escribir cuando aprende a corregir. Seguramente eso lo habrá dicho alguien antes.
-¿Te volvés muy neurasténico cuando andás en un libro?
-Bueno, uno se vuelve bastante obsesivo. Yo escribo más aquí que en San Luis, allá tengo demasiada distracción, podés salir a caballo, a pescar truchas...
-Blaise Cendrars decía que un escritor no tiene que instalarse ante un gran paisaje y menos si es grandioso; tiene que dar la espalda para mirarse adentro.
-Mirá, cuando uno está con el entusiasmo escribe en medio de un río revuelto.
-¿Padecés el desasosiego de la página en blanco?
-A mí [ largo suspiro, cabeceo ] a mí lo que me traba siempre es que estoy contando mal. El problema no es saber qué contás sino que lo estés contando mal. Si no das, como te dije, con el tono, el abordaje no se da, la estás chingando El problema es ahora cómo contar montones de historias que tengo rodando. Y terminarlas.
-Hay que inventarse un patrón imaginario.
-Eso lo decía Fellini: que si no hubiera tenido contratos firmados nunca hubiera filmado nada.
-Cuando escribís, ¿a quién le contás?
-Siempre tuve la sensación de que escribía para los amigos. A veces ese círculo se supera holgadamente. O no. Pero siempre estoy pensando en el tipo de relatos que me gustan a mí y a cierta gente a la que yo creo que puedo tocarla desde la emoción, que es desde donde yo escribo.
-La emoción, tan mirada a menos... Eduardo, ¿hijos tenés?
-Dos hijas, Milagros de 30 y Amparo de 27. Estoy casado con Rosario. Es la mujer con la que nos fuimos a vivir juntos en un velero viejo. Tengo dos hijas excelentes y nada me puso más contento, ningún libro, que el día que nació cada una de ellas. Esa parte está cumplida. Nunca pensé en tener hijos. Cuando vinieron, encantado.
-¿La paternidad le quitó tiempo a tu escritura?
-No, yo creo que son experiencias de las que no hay que privarse. De última, lo que nos forma como personas no son nuestros libritos ni nuestros poemas...
-¿Incurriste en la poesía?
-Ni siquiera para una novia. Es un déficit Te decía: no importa lo que hagamos ni nuestros libritos, lo que importa es cómo vivimos, eso es lo que va a hablar bien o mal de nosotros. El otro día pensaba en eso con respecto a Lucio Mansilla: sus libros nos hacen ver a un romántico expedicionario amigo de los indios, y en realidad fue un nazi que propugnaba la solución final para los indios.
-Belgrano, el de la bandera idolatrada, ¿es pariente tuyo?
-Y sí. Personaje interesante, pésimo militar, cobraba en todas las batallas, experto en retiradas. Pero nunca desordenadas, sino con bandera y banda a tambor batiente. Siempre asumió sus derrotas, cosa tan infrecuente.
-Argentino insólito Belgrano.
-Insólito, afrontó los concejos de guerra, pagó por sus derrotas, fue feroz con sus oficiales, los sometía a un maltrato inaudito, pero tenía una ética insobornable, un tipo de gran entereza moral. San Martín decía que era el único que lo podía suplantar a él.
-Esa ferocidad, ¿sería por complejo de no ser militar?
-No lo sé pero era un hombre muy complejo: mientras que San Martín tenía una idea romántica y positiva de los negros, Belgrano los detestaba. Contradictorio e interesante, murió pobre como una rata. Muy raro en la política argentina. Pero ya te digo, estoy muy lejos de la historia. En mis cuentos refiero mis experiencias personales.
-Por ahí contás: "Para cortarle el empacho, otra forastera lo había sumergido en la panza de una vaca recién carneada. El Tata chapaleó con deleite en el interior de aquella bosta verde y caliente..." Escenas así, ¿te las contaron, se te ocurrieron?
-En general las vi, las leí o me las contaron; yo soy de inventar poco, siempre estoy tratando de recrear. El problema es cuando cruzás, cuando abandonás el periodismo y entrás de lleno en la ficción. Esa arriesgada línea
-Por suerte no sabemos cuál es.
-Que Dios conserve las cosas así. Y que esto quede entre nosotros Pero no todo lo que me sacude lo escribo... Me dejó marcado el accidente de un tipo: se quedó parado en las vías con su auto y venía el tren. Se bajó y se corrió a un costado a mirar. El tren agarró al auto y el palier desprendido le dio en la frente y lo mató, a él, a veinte metros de distancia.
-Es un cuento.
-Sí, pero cuando yo soy personaje de la historia, me cuesta escribirlo. También me cuesta escribir cuentos si les conozco el final, contrariamente a la teoría. Me pasa, no es que sea así. El final en cierto momento hace clac, ahí está. Cuando lo tengo antes, me falla todo. Tara personal.
[No le ponemos reparos al azar, la conversación nos lleva por asuntos muy diversos: el elogio del vino, la historia de una rata que un correntino decidió matar a pisotones, lo difícil que nos resulta aprender cómo se aprende a vivir ]
-En ese aprendizaje, ¿cómo te ves?
-En déficit, esto son cinco minutos... Escuché una frase china, y si no es china, a la mierda: "Apúrate, es mucho más tarde de lo que supones". Apurate a disfrutar, dejate de pendejadas, tenés dos manos, dos piernas, dos ojos, diez dedos, otros diez, el bocho te funciona, ¡no seas imbécil! Por supuesto, no lo elaboro así, simplemente lo escribo como parte de historias que alguien tal vez leerá.
-Bien, preferís no saber el final de tus relatos. ¿Y qué te pasa cuando desembocás en el final?
-Pongo el freno antes de la culminación. Al final de Fuegia todo indica que va a haber una batalla de puta madre y la batalla no se desata. No es que yo no sea un escritor realista, bah, no sé bien qué soy, pero creo que la historia hay que darla por terminada en el instante propicio.
-Hace rato quiero decirte que noto cierta timidez en el semblante de tu voz.
-Toda la vida fui un tipo bastante tímido. De hecho nosotros éramos unos grandulones que no sabíamos cosas que hoy para un adolescente son naturales. Acostarnos con una chica ¡era un milagro!
-¿Podés compartir algún momento de insoportable vergüenza?
-A ver [ el suspiro se le mezcla con la risa ] me acuerdo de que me hice cargo de un barco porque había terminado el curso de navegación astronómica. Los que estaban conmigo, aunque navegaban mejor, no tenían licencia Nos agarró un pesto de la gran puta, recalamos en Montevideo. Con el sextante medí, me daba como que estábamos en África. Les dije "Ponemos rumbo al oeste y llegamos a Mar del Plata". Pasaban las horas, pasaban, y nada, ¡qué vergüenza! Por ahí vimos algo, dijeron "¡Eso es Bahía Blanca la puta que te parió!". En realidad era Gesell. Atroz No me olvido de otra vergüenza, en el Rex Estaba con una chica, pelo rubio, ojos celestes de rubia desalmada... Yo con un plan estratégico para agarrarle la mano; eso me llevó media película. Y de pronto mi mano en la de ella. Y ella que me mira fríamente: "¿Qué te pasa?". Impresionante, retrocedí quince casilleros. Cómo no te convertís en jalea en la butaca, ¡cómo salís del cine!
-Y cómo permanecés con vida.
-Cómo si sos una ruina humana. Qué te pasa, me dijo, en ese tono neutro que es un balazo. Yo era grande, 19 años, éramos de otro mundo, lo cual no significa que no tuviéramos nuestra iniciación sexual anterior a hoy, vos podías hacerlo ¡pero tenías que tener abono en el prostíbulo! A la Victoria íbamos a la siesta, si no no te dejaban entrar [ esconde su frente en el hueco de una mano ] Un día voy y me dicen: "Vos no podés pasar". "¿Cómo que no puedo pasar si vengo todas las semanas acá?" "No podés pasar." Despelote, aparece la dueña del prostíbulo. "Vos no podés entrar", dice. "¿Pero si yo soy cliente?" "No podés entrar porque está tu viejo; se pasó toda la noche acá con una mina".
-Cambiemos de asunto. Eduardo, ¿te animarías a describirte físicamente?
- ¿Qué me describa físicamente? ¿Qué te pasa, querés que me deprima?
-Dejémoslo. En vez de eso describí el interior de esa mochila negra.
-Ando con ella por si me agarra la fiebre creadora, cosa que raramente sucede. Llevo lápices y todo eso, pero sobre todo, una copia de lo que estoy escribiendo. Para darle cuerpo a la mochila, puedo meter un pulóver. También llevo un cortante. Si tengo un asado en puerta, puedo agregar la pipa. Tengo una Moleskine preciosa que mi hija me trajo de París, pero nunca la uso porque me da cosa arruinarla. A veces incluyo el MP3.
-¿Tenés palabras por las cuales sentís fascinación?
-Me gusta cómo suenan y se dibujan: horizonte , crepúsculo , setiembre ... Y hay un momento del atardecer o el amanecer, para navegar, que se llama "instante propicio"; entonces se ve lo suficiente como para distinguir la línea del horizonte pero no tanto como para que hayan desaparecido las estrellas. Las últimas, las que desaparecen con la luz de la mañana, todavía están colgando del cielo. Para saber en qué parte del mundo estás, tenés que apuntarle con el sextante y establecer qué ángulo hay entre esa estrella y el horizonte y un cálculo te dirá en qué punto estás. Ese momento se llama "instante propicio" y aparece en el crepúsculo matutino o en el vespertino.
-¿Cuánto dura?
-Minutos. Muy poquitos. Y además es una operación, para alguien inexperto, muy difícil, porque hay oleaje y es como tirar al blanco; tenés que hacer la medición entre la estrella y el horizonte y cronometrar la hora universal hasta con décimas Todo eso hoy se hace apretando un botón con un GPS Ese instante es el que hay que aprovechar al máximo. Y con las palabras pasa lo mismo, hay un instante propicio para poner cada palabra en tu historia y es la búsqueda de esa palabra la que te lleva tantas veces mucho tiempo, y tal vez nadie se dé cuenta del peso de la palabra que vos encontraste Forma parte del oficio Me acuerdo de una exhibición aérea en San Luis, había un tipo que daba una vuelta invertida que consiste, creo, en que el ala pase rozando a diez metros del suelo. Bueno, este tipo lo hacía, digamos, a cinco metros, el riesgo era inmenso. El instructor me decía: "¿Vos creés que alguien se da cuenta? ¡Nadie! Pero él lo quiere así, y ése es su orgullo y su pasión". Con nuestros libros pasa igual, tratamos de rozar el ala en el suelo, aunque después nadie lo va a notar.