Seinfeld y la literatura
Leer no necesariamente hace a alguien mejor persona, pero una vida sin libros puede engendrar verdaderos monstruos
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Se supo a fines del año pasado: Netflix había adquirido por 500 millones de dólares los derechos de Seinfeld, una de las series televisivas más importantes de todos los tiempos. Aquella aventura con la que Jerry Seinfeld y Larry David habían logrado, a lo largo de nueve años (del 5 de julio de 1989 al 14 de mayo de 1998), adaptar el deseo de Gustave Flaubert a la televisión: ya no escribir una novela sobre nada, sino hacer a lo largo de 180 episodios “un show sobre nada”, según la legendaria descripción que hacen de ella los propios personajes de la serie.
No exageraba Alan Pauls cuando afirmaba en una entrevista que Seinfeld está escrita de forma magnífica. “Me produjo el mismo efecto que En busca del tiempo perdido”, decía el autor de El pasado: “Empecé a ver el mundo desde una mirilla distinta. Tiene un efecto directo sobre la forma de ver las cosas, como una iluminación. Es una obra maestra del siglo XX al mismo nivel que cualquier obra de la literatura”.
Meses atrás me propuse ver las nueve temporadas de Seinfeld de corrido, cosa que no había hecho nunca. Supongo que por un defecto profesional, a medida que pasaban los episodios comencé a anotar las referencias literarias que iba encontrando. Enseguida pude ver cómo a pesar de que los cuatro personajes centrales (Jerry Seinfeld, George Costanza, Elaine Benes y Cosmo Kramer) manifiestan un total desinterés por la literatura, el programa se las arreglaba para exhibir una serie de referencias literarias extremadamente sutiles.
George, que cree que las librerías son apenas un buen lugar para conocer mujeres (episodio 17 de la temporada 9) se inscribe en un club de lectura para impresionar a una chica (episodio 5 de la temporada 6); pero como cada vez que empieza con Desayuno en Tiffany’s se queda dormido, decide cortar camino y alquilar la película. La trama del episodio 5 de la temporada 3 gira en torno a la investigación policial a la que Jerry es sometido por no haber devuelto a la biblioteca pública un ejemplar de Trópico de Cáncer prestado veinte años atrás. En el episodio 14 de la temporada 5 Elaine se encuentra con un huraño escritor ruso al que quiere impresionar pero termina por enfurecer cuando le asegura que el verdadero título de Guerra y Paz es “¿Para qué sirve la guerra?”, nombre de una canción pop de los años 70.
Hay muchas otras menciones: a Herman Melville, a Harold Pinter, a Salman Rushdie, a William Golding y aquel remate de un capítulo extraordinario donde se aborda la bisexualidad de John Cheever, que había salido a la luz por aquella época a través de la publicación del volumen con su correspondencia.
Sabemos que leer literatura no hace necesariamente a alguien mejor persona: los personajes de Seinfeld demuestran un enorme sentido del humor e incluso cierta inteligencia que parece prescindir de las lecciones aprendidas en los libros. La broma más explícita sobre la aversión por la lectura aparece en el capítulo 22 de la temporada 8, cuando George le revela a Jerry qué es lo que hará durante los tres meses en que cobrará su sueldo sin trabajar: “Voy a aprovechar el tiempo. Leeré un libro. De principio a fin. En ese orden”. La respuesta de Seinfeld no tarda en llegar: “Siempre quise hacer eso”.
Pero tal vez las reglas no sean excluyentes sino complementarias, y la inversa también se cumpla: una vida sin libros puede engendrar verdaderos monstruos. George es holgazán, mezquino y mentiroso. No hay ser humano más egoísta que Jerry. Elaine es incapaz de adaptarse a su entorno y de entablar relaciones duraderas. A todos parece faltarles sensibilidad, compromiso, empatía, cualidades humanas que pueden encontrarse en la mejor literatura. Una desgracia para ellos. Pero una enorme suerte para nosotros, los espectadores de la serie.
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