Secretos entre madre e hija
Elizabeth Strout presenta un drama en el que las dos protagonistas acumulan distancias y rencores que vuelven frágil la relación entre ellas
Ser una adolescente de 16 años, con todas las dudas sobre sí misma que provoca una identidad en curso de definición, suele traer sus naturales dificultades. Pero las dificultades son aún mayores si se trata de la bella, sensible y reservada Amy Goodrow, una chica sin padre e hija única de Isabelle Goodrow, las otra protagonista que le da título a la novela de Elizabeth Strout.
Strout (nacida en 1956 en el estado de Maine, en la costa este de Estados Unidos) se consagró en su país con Olive Kitteridge , una serie de cuentos que se publicó en 2008 y que le valió el Pulitzer y otras dos distinciones en Italia y España, y que le abrió las puertas a la edición en castellano de la historia de Amy e Isabelle.
Situada durante un árido verano en un desolado pueblo de Nueva Inglaterra, Shirley Falls, donde Isabelle, como madre soltera, ha elegido para empezar una nueva vida con su hija todavía en brazos. La trama exhibe del derecho y del revés la conflictiva relación entre estas dos mujeres de dos generaciones distintas. La relación ya no es idílica, y de hecho nunca lo ha sido del todo. Más bien se cimentaba en secretos y silencios que actuaban como barrera invisible contra la frescura y la alegre espontaneidad que hubieran preferido en su trato cotidiano. Más antiguos, arraigados y lacerantes, los secretos de Isabelle; más recientes, los de Amy.
Pero en esa temporada de calores desmesurados, con detallados pormenores de un ambiente caldeado, cuando no se mueve una hoja de los árboles macilentos y cuando el tumultuoso río que cruza el poblado se transforma en un hediondo hilo de agua estancada, una repentina pasión desata la crisis que viene a romper el precario equilibrio que sustenta su vida en común. La razonable camaradería y el innegable cariño que se profesan Amy e Isabelle, que creen conocerse a fondo por la mera acumulación de años de convivencia, ceden paso a una creciente distancia que de a ratos les provoca repentinas oleadas de odio y de rencor. El responsable de esta transformación, el culpable de que se miren como extrañas y se vean arrastradas por sentimientos negativos y malsanos, no es otro que el flamante profesor de matemáticas de Amy, el recién llegado Mister Robertson, que le mueve el piso a la chica y desata la ira de Isabelle, cuando llega a sus oídos el chisme desolador del romance prohibido. Y si bien Mister Robertson será el artífice del descalabro emocional que distancia a las dos mujeres, este profesor de palabra fácil y mirada seductora no será más que un instrumento en el correr de las páginas que entretejen el drama. Mister Robertson y los demás habitantes de Shirley Falls serán en efecto el medio para gozar, mientras se va conociendo a los personajes, con sus inclinaciones, sus miedos y sus esperanzas, de un convincente relato sobre la fragilidad de las relaciones y el poder de los silencios.
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