Sebreli, un héroe de nuestro tiempo
Adiós al gran ensayista argentino y al amigo: los jueves de la Biela quedarán inmortalizados, plantados como una flor en el corazón de Buenos Aires
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El martes fue la última vez que hablamos. Estaba en una camilla del Hospital Italiano, le pregunté si tenía algún dolor y me contestó que solo tenía frío. Lo tapé mejor. Sus ojos celestes todavía tenían brillo. Todos los jueves íbamos a La Biela y nos sentábamos en alguna mesa contra la ventana. Para él no existían otras mesas. Los jueves de la Biela quedarán inmortalizados, plantados como una flor en el corazón de Buenos Aires. Ayer jueves en cambio lo visité en la sala 3618 del hospital: con el oxígeno ayudándolo a respirar, dormía. Le acaricié el hombro.
Con Sebreli se va el mayor ensayista argentino, pero también un amigo descomunal y una referencia indispensable para la Argentina. A los veintipico de años escribía en Sur. Su artículo “Celeste y colorado” hablaba ––increíblemente– sobre la grieta. Poco tiempo después empezó a escribir en Contorno, allí cometió una herejía de juventud: defendió tímidamente a un peronismo imaginario que él llamaba peronismo a lo Merleau- Ponty. Tanto Victoria Ocampo como David Viñas le cerraron por un tiempo las puertas de las revistas.
En los años 60 revolucionó el mundo editorial con un ensayo que se leía y se discutía en todos los cafés: Buenos Aires, vida cotidiana y alienación. En los años 70 produjo un cambio en su cosmovisión. Como él mismo lo explicó, si el mundo cambia y uno se mantiene en el mismo lugar pasa a ser un sectario. Llegaron libros cruciales como El asedio a la modernidad, en el que atacaba a los posmodernos, o Los deseos imaginarios del peronismo, en el reconfiguraba su postura sobre el peronismo, considerándolo bonapartista y fascista. En la presentación del libro, explotaba la librería Clásica y Moderna y había gente cortando Callao. Sebreli, que nunca había defendido un golpe de Estado, pasó a ser un liberal de izquierda, un socialdemócrata a la Europea.
En esos mismos años fundó junto a Blas Matamoro, Manuel Puig y un pequeño grupo de amigos el Frente de Liberación Homosexual, siguiendo la huella que se había abierto con Stonewall en Estados Unidos. Fue un enorme desafío hacerlo por aquel tiempo. Se trataba de la defensa de los derechos civiles. Cuando el frente se hizo peronista Sebreli se fue. En parte le fue reconocido, pero en los últimos veinte años el sesgo kirchnerista de los nuevos movimientos intentó borrarlo, infructuosamente.
Dos libros le causaron estragos personales: el primero, La Saga de los Anchorena, que debió terminarlo bajo los efectos de una droga que le suministró un médico amigo; el otro, Dios el laberinto, cuya vastedad lo abrumó al punto de que, al terminarlo, sufrió un pequeño ACV. Siempre decía que la moraleja era que no hay que meterse ni con la oligarquía ni con la religión.
En las últimas dos décadas disfruté mucho de su inteligencia y de su especial intuición para la literatura. Escribimos dos libros juntos, Conversaciones irreverentes y Desobediencia civil y libertad responsable. Cuando algún chico se le acercaba para preguntarle cómo se hacía para escribir ensayos él siempre le recomendaba primero leer ficciones: En busca del tiempo perdido, La montaña mágica, les decía. Le gustaban lo que él llamaba las novelas totales.
Pero también eran muy divertidos sus olvidos deliberados y algunas despreocupaciones desopilantes. Una vez teníamos que ir a dar una charla sobre populismo a un departamento en Barrio Norte. Llovía a cántaros. Llegué y quiso subirse al auto con el paraguas abierto. Lo hizo, pero naturalmente después no podía cerrarlo. Debió bajarse y volver a subir con el paraguas cerrado. Entonces le pregunté la dirección donde debíamos ir y me respondió que no la sabía. Me dio el nombre de una persona, una suerte de organizador del acto, pero no tenía el teléfono. Quedamos perplejos, pensando que nos estarían esperando y que nunca llegaríamos. Recordó de pronto que esa persona había sido asesor del diputado Fernando Iglesias. Lo llamamos a Fernando, que estaba en la calle, tratando de guarecerse de la tormenta. Después de un rato, nos dio el número de teléfono. Pudimos llamar a ese nexo, que también estaba bajo la lluvia. El lugar al que debíamos ir era en Arroyo y Esmeralda. Nos dirigimos hacia allá. Al llegar no conseguíamos lugar para estacionar. Ya se había hecho tardísimo. Cuando finalmente conseguimos dejar el auto, Sebreli me dice, muy tranquilo: “Antes quiero tomar un café en un bar”. Finalmente llegamos e hizo un discurso memorable. Naturalmente, al salir se olvidó el paraguas.
Sebreli decía: cuando uno envejece el mundo se despuebla. La vida sin Juan José será infinitamente menos rica. Se va el más grande. Las tardecitas de los jueves y La Biela serán infinitamente tristes. Nos queda su obra. Nos quedan sus recuerdos, sus ironías: fue un héroe de nuestro tiempo.
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