Sarmiento, de un volquete de basura a la pared del Bellas Artes
La historia detrás de un cuadro de Eugenia Belín Sarmiento, nieta del prócer y una de las primeras pintoras argentinas, es un hallazgo inesperado en “El canon accidental”, exposición con la que el museo busca reivindicar a las mujeres en el arte
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Esta es la historia de un objeto atravesado por la historia política de la Argentina; por el relato historiográfico del arte; por la sucesiva emancipación de la mujer y por un hilo invisible entre artistas de distintos siglos reunidas por un acto fortuito, casi milagroso. Esta es una historia, al fin, que fue de un volquete de basura en el barrio de Palermo al Museo Nacional de Bellas Artes. Pero no porque se trate de un objeto resignificado como ready made después de la virulencia del dadaísmo y sus secuelas neo de los años 60. Aquí lo que hay es un cuadro de impronta romántica con un marco ornamental dañado que debió haberse lucido en paredes más glamorosas antes de ser abandonado y descartado como residuo. El retrato de María Amelia Sánchez de Loria fue pintado el 26 de agosto de 1891. La fecha está escrita en el extremo izquierdo de la obra junto a la firma de la artista: Eugenia Belín Sarmiento.
María Eugenia Belín Sarmiento, tal su nombre completo, había nacido en Santiago de Chile o San Juan en 1860 y murió en Buenos Aires en 1952. Fue nieta de Sarmiento, hija de Faustina y de Eugenio Belín, y también fue la sobrina de Procesa Sarmiento, otra pintora de quien tomó el estilo de la escuela del francés Raymond Monvoisin, un pintor viajero con una influencia decisiva para los artistas argentinos y chilenos de fines del siglo XIX.
Al cuadro en cuestión se lo puede ver ahora resguardado en una caja de acrílico (tal como la casa-museo de Sarmiento en el Tigre) entre las obras de El canon accidental, que el Museo Nacional de Bellas Artes abrió ayer en su renovada exposición al público. Se trata de una muestra que rescata a pintoras mujeres, algunas consagradas, otras no tanto o mucho menos que eso porque formaban parte de las más de 800 obras que Bellas Artes tenía en depósito y rara vez exhibía.
Esta obra de la nieta de Sarmiento, en cambio, no formaba parte de ese inventario soterrado ni tampoco provenía del Museo Histórico Sarmiento, que custodia la mayor parte de su producción (alrededor de 220 cuadros) y hasta tiene una sala con su nombre. Junto al retrato, la curadora Georgina Gluzman dispuso la exhibición del modesto catálogo de la muestra La mujer en la plástica argentina I que la historiadora y crítica Rosa Faccaro había organizado en 1988 en el Centro Cultural Malvinas (Galerías Pacífico), anticipando la agenda feminista del siglo XXI. La muestra era también un velado homenaje a Eugenia Belín Sarmiento a quien se considera una de las primeras pintoras argentinas relevantes.
Poco después de esta exposición, la artista contemporánea Fabiana Barreda, hija de Rosa Faccaro y el arqueólogo Luis Federico Barreda Murillo, se mudaba junto a su pareja a un departamento en la calle Malabia que había habitado de niña con su madre y al que añoraba. Como parte de su praxis artística, Barreda recogía y resignificaba fotos encontradas en la calle para reconstruir en forma de ficción la historia de un padre al que todavía no había conocido. “Un día vi frente a mi casa un volquete lleno de cosas y entre ellas descubrí un cuadro hermoso, un poco lastimado, y me lo llevé a mi casa. No teníamos nada: era un departamento vacío con otras cosas encontradas que hacían de muebles y ese cuadro colgado en la pared”, cuenta Barreda que entonces, a fines de los años 80, ni siquiera reparó en que la firma llevaba escrito el abracadabra “Sarmiento”. Barreda solo supo del valor que tenía la obra encontrada en la basura cuando decidió regalársela a Faccaro, quien llevaba años trabajando sobre pintoras como Belín Sarmiento e inmediatamente integró la pieza a su colección particular.
Pintora de “los mejores retratos”
Para tomarle el peso, Eugenia Belín Sarmiento es la autora del cuadro de 1889 que domina la entrada a las salas del Museo Histórico Sarmiento y que fue señalado por los observadores contemporáneos como el retrato más definitivo del militar y político sanjuanino. Dijo Aristóbulo del Valle: “Es usted la única que ha sabido conservar la expresión y el carácter de aquella gran cabeza”. Y Santiago de Estrada: “Con razón se le aguán los ojos al general cuando le mencionan el talento de la nieta”. Pero seguramente fue Eduardo Schiaffino, fundador del mismo Museo de Bellas Artes donde se la exhibe ahora, la que fijó esta certeza: “A la nieta del grande argentino le ha correspondido la suerte de pintar sus mejores retratos”, dijo. O el influyente Leopoldo Lugones: “Es el mejor retrato de Sarmiento que conozco”. El mismo Sarmiento tenía predilección por Eugenia como queda probado en el epistolario que se conserva en el archivo del museo. Así, el 8 de agosto de 1888, el político le escribe desde Paraguay: “Recibí los loros pintados, retratados a punto de reconocerlos, lo que prueba que están bien y merecen mi agradecimiento (…) Como me pides mi parecer artístico, te diré que la copia pertenece al género que llaman realista, la reproducción de la verdad natural, belle quelle“. La historiadora Laura Malosetti Costa señala que el impulso que el mismo Sarmiento le daba a la educación de las mujeres fue decisivo para la aparición de artistas como ella.
A pesar de este reconocimiento entre propios y ajenos, y de estar considerada como una de las primeras pintoras argentinas, la figura de Eugenia Belín Sarmiento se fue desvaneciendo en el contorno de la historiografía del arte argentino. Si bien sus obras se vieron en la Exposición del Centenario de 1910 y también en salones de Bélgica y Holanda (tal como dejó asentado el historiador sarmientino César H. Guerrero), su nombre está ausente del canónico “80 años de Pintura Argentina” escrito por el crítico Córdova Iturburu en 1977 bajo el auspicio de la Academia Nacional de Bellas Artes. No existe.
Pero pasaron los años y la marea feminista tocó la orilla del arte. La historiadora Georgina Gluzman se doctoró con una tesis para la que tuvo que consultar a Faccaro y su archivo de artistas mujeres argentinas. Ese trabajo fue la mecha que encendió la muestra y donde Gluzman conoció el retrato de María Amelia Sánchez de Loria condenado por la Historia del Arte a la basura. Rosa Faccaro murió en 2019 y la obra volvió a manos de su hija Fabiana a quien se le acredita ahora en el museo la procedencia de la pieza. Es ella quien da remate a este cuento: “Georgina se contactó conmigo por ese cuadro y allí terminó de completarse el rompecabezas. En la misma calle Malabia donde fue hallada Eugenia, treinta años más tarde, le entregué en mano a la curadora el cuadro para que llegase al museo”.
Una vez que la muestra finalice, el retrato de María Amelia Sánchez de Loria volverá al departamento de la calle Malabia cerrando el círculo. Si hay una obra “invisibilizada” (palabra recurrente en los textos curatoriales de hoy) ha sido esta, que tuvo que terminar en la basura para que el ojo de una artista contemporánea la rescatase de la destrucción absoluta. En esta historia por detrás de un cuadro de Eugenia Belín Sarmiento cabe completa la reinvindicación que pretende hacer ahora Bellas Artes. Ni el apellido la salvó del olvido y su recorrido, pues, no pudo ser más accidental.
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