Salvemos el patrimonio porteño
Una mirada de atención sobre el acervo arquitectónico urbano y paisajístico de Buenos Aires, que está en riesgo. Este legado excepcional es fruto de varios estratos culturales superpuestos; los más densos corresponden a finales del siglo XIX y comienzos del XX, en esas décadas se definió la fisonomía y el carácter de la ciudad
Actualmente es una verdad incontestable que el patrimonio arquitectónico, urbano y paisajístico es el recurso más valioso que tienen gran cantidad de ciudades del mundo. Hoy, el patrimonio cultural inmueble trasunta los significados relacionados con la memoria, la identidad y la pertenencia para convertirse en una fuente de atracción turística y cultural de dimensiones únicas. Este fenómeno es universal y es bien aprovechado por las autoridades de diversas ciudades que lo consideran una variable fundamental de sus programas de gestión urbana y cultural.
En el caso de Buenos Aires, este patrimonio construido es fruto de varios estratos culturales superpuestos; los más densos corresponden a la última parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Más allá de preferencias personales, es un hecho irrefutable que en esas décadas se definió la fisonomía y el carácter de la ciudad y la imagen proyectada al resto del país y al mundo. En la dimensión intangible, esto se produjo con el tango y la literatura. En el campo de la materialidad, y dentro de un proceso único, la ciudad se refunda como capital de la República y se expande con toda clase de edificios, avenidas, parques, plazas, monumentos, infraestructura y equipamiento urbano.
Todo surgido de la alquimia que combinaba ideas, modelos y soluciones venidas de diversas partes del mundo que se aclimataban de manera excepcional. Esa cultura de la mezcla impregnó las tendencias y los estilos, del academicismo al racionalismo pasando por el art nouveau y el art déco, sin dejar de lado las obras de ingeniería. Resulta así un acervo de gran coherencia y originalidad que lamentablemente no ha sido adecuadamente valorizado en sus múltiples significados, y cuya protección y gestión están muy lejos de ser las adecuadas.
Efectivamente, el destino del patrimonio de la ciudad de Buenos Aires sigue siendo incierto y no parece que los máximos responsables de su tutela a nivel nacional y municipal encuentren las estrategias o las fórmulas que lleven a revertir la situación, agravada por el hecho de que tampoco se producen acuerdos entre ambas jurisdicciones para encarar el problema. Peor aún, muchas de las acciones de ambos gobiernos, en nombre del "revisionismo" o en aras del "progreso", atentan contra la integridad de esa herencia insustituible. Valga el caso de la pretensión de mudar el monumento de Italia a la Argentina –más conocido como monumento a Cristóbal Colón– fuera de Buenos Aires o la eliminación efectiva de todas las formaciones de vagones originales de la línea A del subterráneo.
Tampoco se acierta a llevar a buen término las intenciones de recuperación de obras monumentales como el Palacio del Correo, que parten de premisas erróneas que no adaptan las nuevas funciones a las posibilidades y oportunidades que presenta el edificio. Así se producen demoliciones de partes esenciales que hacen perder valor al conjunto, y se insertan nuevas estructuras que requieren de soluciones técnicas intrincadas e inversiones desmesuradas. Operaciones de eventración en pacientes que sólo necesitan pequeños liftings.
La depredación también alcanza a los espacios verdes de diversa escala, como en el caso de la feroz tala de la avenida-parque 9 de Julio con otra obra injustificable que busca dejar huellas –de dinosaurio– en uno de los emblemas del espacio ciudadano porteño.
Otro tanto ocurre con la periódica, casi cotidiana, desaparición de pequeñas grandes piezas del patrimonio urbano que califican una cuadra, una esquina o un barrio. Estas pérdidas, ligadas a los desarrollos inmobiliarios, arrasan con casas, comercios, galpones o fábricas de precioso estilo y cuidada factura que son reemplazadas por construcciones de precario diseño y construcción impropia. Rara vez se acierta a preservar lo más valioso de un inmueble y aprovecharlo para componer conjuntos que armonicen o contrasten lo nuevo con lo viejo. Estos desafíos no parecen estimular la creatividad de los diseñadores porteños, sumidos en un sopor provinciano.
La suma de este tipo de actuaciones en el ámbito público y privado, que se vienen dando desde hace casi medio siglo, ha despojado a Buenos Aires de buena parte de su particular carácter y de su atractivo urbano.
Lamentablemente, no hay señales visibles de las autoridades que indiquen un compromiso real, como si no interesara el destino del impresionante patrimonio que dejaran referentes políticos históricos: la Generación del 80 o del Centenario. El Legislativo porteño tampoco reacciona, pareciera anestesiado, luego de las iniciativas inéditas y audaces comandadas por la Comisión de Patrimonio Arquitectónico y Paisajístico hace poco tiempo atrás. Por otro lado, y en consonancia con su enérgica política de reivindicación de "lo originario", el Ejecutivo Nacional parece muy molesto con el patrimonio de la ciudad aluvional que lo alberga y del cual no quiere o no sabe ocuparse. Es así como la Comisión Nacional de Monumentos no sale al cruce con definiciones claras y sostenidas, cuando podría y debería hacer escuela en materia de preservación, comenzando por la Capital Federal.
En otros ámbitos, poco se puede esperar de las corporaciones profesionales e inmobiliarias. Para muchos, el patrimonio resulta un obstáculo para el desarrollo de negocios e inversiones, en lugar de sacarle adecuado provecho y contribuir a su preservación. Este sector se muestra sorprendido de la reacción de grupos ciudadanos y ONG dedicadas a concientizar a medios, funcionarios, profesionales de la construcción, empresas y contratistas acerca de los valores y la necesidad de preservar el patrimonio. Y más aún cuando los métodos son recursos judiciales. Tal como sucede en las grandes capitales del mundo, ha llegado el momento de incorporar la "variable patrimonial" al desarrollo de la ciudad en cualquiera de sus instancias. Así lo piden la historia y el futuro, la cultura y la sociedad, la ciudad y la nación.
Palacio del Correo: símbolo del progreso
El Palacio del Correo, síntesis de arquitectura academicista y funcional, primera gran obra de escuela francesa en la arquitectura pública argentina, fue diseñado como símbolo del progreso y la modernidad en un país muy extenso necesitado de comunicaciones, transporte e infraestructura.
Monumento a Colón: recuerdo del centenario
El Monumento a Colón es la ofrenda de la enorme colectividad italiana para el Centenario Argentino. Conforma, con el resto de los monumentos de las colectividades europeas de esa época, un conjunto único e inescindible instalado en la capital de la República.
9 de Julio: postal de Buenos Aires
La avenida 9 de Julio, con el Obelisco, es la postal que identifica a Buenos Aires en el mundo y es fruto del urbanismo moderno que, a mediados del siglo XX, rediseñó el centro porteño con edificios racionalistas, ensanches de calles y apertura de grandes espacios al tránsito vehicular y peatonal.
Subtes: primeros en la región
La línea A del subterráneo es la primera construida en América Latina y cabeza de puente de la irrupción de la tecnología alemana en el campo de la ingeniería y la infraestructura. Desde el punto de vista estilístico, sus estaciones y vagones eran un conjunto único de la oleada de neoclasicismo que hacia 1910 desalojó en forma definitiva al art nouveau.
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