Salen a la luz siete relatos y cinco poemas atribuidos a Louisa May Alcott, la autora de ‘Mujercitas’
Un nuevo trabajo de investigación sostiene que la escritora publicó varios trabajos bajo el seudónimo E. H. Gould; son escritos sobre espiritismo y seudociencias
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MADRID - La influencia que el espiritismo y otras seudociencias tuvieron en la literatura del siglo XIX en Estados Unidos ha sido lo que ha llevado a Max Chapnick a resucitar a una de las autoras más admiradas de aquel momento, Louisa May Alcott. Profesor asociado en la Northeastern University de Boston (EE UU), Chapnick sostiene que la famosa autora de Mujercitas, cuyo personaje de Jo ha marcado a sucesivas generaciones como ícono feminista, se esconde detrás de más de media docena de relatos presentados bajo el seudónimo E. H. Gould en un periódico de segunda fila de la Costa Este, en la segunda mitad del siglo XIX.
“Se sabía que Alcott había escrito algunos relatos de seudociencia y en el prólogo de una antología de sus cuentos se mencionaba una lista de sus trabajos que ella realizó, y en la que figuraba uno, The Phantom, que yo no lograba encontrar”, explica Chapnick al teléfono. Su investigación para la tesis de doctorado, que ya ha concluido, tomó entonces una deriva inesperada de la que ha dejado constancia en un artículo publicado a finales de octubre en una revista académica de la John Hopkins University Press (The Journal of Nineteenth-Century Americanists).
Chapnick realizó una exhaustiva búsqueda por las publicaciones literarias del siglo XIX en la Costa Este hasta que dio con un cuento del mismo título que el mencionado en la lista. No estaba atribuido a la escritora, de hecho estaba firmado por E. H. Gould, pero “tenía muchos atributos de Alcott”, dice. The Phantom está inspirado en Cuento de Navidad, de Charles Dickens, un autor que Alcott admiraba y conocía muy bien, tanto así que había participado en representaciones teatrales amateur de algunos de sus trabajos. “Es una versión de esa misma historia, aunque con Alcott el villano no es solo avaro, sino que chantajea a una mujer para intentar doblegarla y que se case con él porque ella es pobre”, aclara Chapnick.
El rastreo de otros trabajos firmados también por E. H. Gould le ha llevado a desenterrar otros seis relatos, cinco poemas y un texto de no ficción, publicados entre 1857 y 1860 en The Olive Branch, una publicación de Boston. Aunque no ha encontrado ninguna prueba irrefutable, en los trabajos desenterrados Chapnick descubrió pistas que fortalecían su sospecha sobre la relación de Gould con la autora. “En uno de los cuentos el apellido del personaje principal es Alcott. También el título del texto de no ficción es el nombre de su casa de la infancia, The Wayside”, insiste.
Por el momento no ha habido ninguna voz en el mundo académico que le haya llevado la contraria, aunque él está abierto a discutirlo y reconoce que sus hallazgos no son incontestables. “Siempre he creído que el campo de los estudios literarios debe abrirse al debate, y que esto lo enriquece”, argumenta. Si se confirma su descubrimiento, no sería E. H. Gould el único seudónimo conocido de Alcott. En 1942, dos especialistas en libro viejo, Madeleine Stern y Leona Rostenberg, descubrieron en los papeles de la propia Alcott conservados en la Universidad de Harvard que la escritora había firmado muchos relatos como A. M. Barnard. Stern y Rostenberg sospechaban que las referencias a los cuentos sensacionalistas que escribía la protagonista de Mujercitas, Jo March, en realidad tenían que ver con la propia escritora, y no se equivocaron.
En las décadas siguientes se fueron redescubriendo un buen número de historias góticas con crímenes y melodrama, firmados bajo el alias Barnard y francamente alejados del cándido mundo de las hermanas March. Alcott, fallecida en 1888, a los 55 años, se volcó en ese oscuro mundo en la década de 1860, antes de que su exitosa novela saliera en 1868. “E. H. Gould sería un seudónimo que usó antes″, aventura Chapnick. En su artículo recoge otros trabajos de Alcott apenas conocidos y algunos anónimos, tras los que señala que podría estar ella, para hablar del uso de seudónimos en el siglo XIX, muy común, y el juego de atribuciones que se establecía con los lectores para que intentaran descubrir quién había hecho esos textos.
Los alias, subraya el investigador estadounidense, permitieron a Alcott escribir sobre asuntos que le interesaban, “pero que su círculo habría considerado poco apropiados, como el consumo de drogas, la avaricia, la pobreza o cuestiones de género”. Hija de un conocido abolicionista, la escritora fue criada en los círculos trascendentalistas de Emerson y su grupo filosófico y literario. “Alcott no tenía dinero, pero sí conexiones, y escribir con otro nombre le daba libertad y le permitía mejorar su economía”, asegura Chapnick, quien defiende la amplitud y complejidad del legado literario de la autora. “Hay mucho en Alcott más allá de Jo, como su trabajo de no ficción cuando era enfermera en la Guerra de Secesión o sus escritos sobre viajes cuando estuvo en Europa”.