Saki inédito: nueva antología de cuentos del escritor que tradujo Bioy Casares y admiró Borges
Una editorial rosarina publica un “tesoro” ilustrado que incluye tres relatos en español del autor británico
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El mes pasado se cumplieron 150 años del nacimiento de Saki, alias del escritor británico Hector Hugh Munro (1870-1916) y “santo patrono” de una generación de escritores cómicos en lengua inglesa: Nöel Coward, L. P. Harthley, Evelyn Waugh, G. K. Chesterton, A. A. Milne, V. S. Pritchett, P. G. Woodhouse y Tom Sharpe, entre otros. Nacido en Birmania (cuando este país era parte del Imperio británico), hijo del inspector general de la policía imperial india y huérfano de madre a temprana edad, fue educado por dos tías tiránicas y su hermana Ethel, que lo adoraba (esa adoración no le impidió destruir las cartas y anotaciones tras la muerte del escritor; más bien debe haber sido la causa). Estas circunstancias biográficas, tanto como su amor por los animales y una precoz mirada aguda sobre usos y costumbres de sus compatriotas, aparecen revestidas en su obra de forma irónica y satírica. “La infelicidad es un maravilloso auxiliar del recuerdo, y los mejores relatos de Munro son los de la infancia, su humor y su anarquía, así como su crueldad y sus desdichas”, escribió Graham Greene. Murió en combate, bajo fuego alemán durante la Primera Guerra Mundial, en Francia.
Este mes, el sello rosarino Miércoles14Ediciones (M14E) lanza en su colección Tesoros El ala este y otros cuentos, nueva antología de dieciséis historias sakianas, con tres relatos inéditos en español e ilustraciones del mismo Saki y de Pablo Castillo y Néstor Martín. La traducción de los cuentos fue hecha por el editor, Pablo Bagnato, que había traducido la segunda y última novela de Saki (La llegada del emperador, publicada en 2018 por M14E), y por el investigador Facundo Araujo, que viajó a Inglaterra para desarrollar una tesis sobre el escritor. Araujo firma el prólogo de El ala este. “Saki nos invita a despegarnos del tedio constante de este mundo, cada línea de su obra está destinada a ser gozada: epigramas que se precian de convertirse en inolvidables”, escribe en “Saki, Super-Saki: un toque de hedonismo”. El ala este y otros cuentos comparte colección con El despertar, de H. G. Wells; El huésped siniestro, de Sheridan Le Fanu; La pata del mono y otros cuentos, de W. W. Jacobs, y El libro de la maravilla, de Lord Dunsany, entre otros must-read de la literatura fantástica en lengua inglesa.
En la Argentina, quien introdujo la obra de Saki fue Adolfo Bioy Casares. El autor de La invención de Morel tradujo el cuento “Sredni Vashtar” (donde un niño rinde culto a un hurón), que se publicó en julio de 1940, en el número 70 del año IX de la revista Sur y luego pasó a integrar la célebre Antología de la literatura fantástica de Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo. Borges admiraba la literatura sakiana y prologó La reticencia de Lady Anne, una serie de cuentos fantásticos elegidos por él para la colección La Biblioteca de Babel del sello Siruela. “Con una suerte de pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel”, destacó. Allí señala que aunque en su vida el escritor y periodista fue un cosmopolita, la mayoría de los cuentos que dio a conocer transcurre en la Inglaterra de su infancia. “La Inglaterra, padecida y aprovechada por él, era la de la clase media victoriana, regada por la organización del tedio y por la repetición infinita de ciertos hábitos -observaba Borges-. Con un humor ácido, esencialmente inglés, Munro ha satirizado a esa sociedad”.
Ni en vida ni después de su muerte, Saki formó parte del canon literario británico. Esa aspiración lo hubiese hecho sonreír. “Odio la posteridad -dijo-, es tan aficionada a tener la última palabra”. Como escribe Araujo en el prólogo de El ala este y otros cuentos, “se lo consideraba un comic writer, una especie de rango menor dentro del escalafón literario”. No integró ningún grupo de escritores. Algunos biógrafos conjeturan que esa extrema cautela para la sociabilidad tenía su origen en el sentimiento que le ocasionaba su homosexualidad que, como se sabe desde Oscar Wilde en adelante, en Inglaterra fue motivo de cárcel y oprobio por décadas. A eso, hay que sumar el puritanismo de sus tías, que lo proveyó de tanto material narrativo. Se lo considera un maestro del cuento breve.
La flamante edición de M14E incluye tres relatos desconocidos para los lectores hispanohablantes: la viñeta de carácter íntimo “Viajando con la tía Tom” (que se reproduce debajo), “Un cuento de la selva”, protagonizado por el mismo Mowgli de El libro de la selva, de Kipling, y donde se parodia el sistema político imperial, y “El ala este. Una tragedia a la manera digresiva de un dramaturgo”, texto que había sido catalogado como obra teatral y donde el estilo digresivo al que se alude parece ser el de George Bernard Shaw. “Estoy a favor de que las mujeres obtengan el voto, aun cuando algunos teólogos afirman que ellas no tienen almas -afirma uno de los personajes de este divertido cuento-. Eso, ciertamente, proveería un argumento adicional para incluirlas en el electorado, porque así todos los sectores de la comunidad, los desalmados y los no desalmados, podrían estar representados; he ahí un punto a favor del voto femenino”.
En El ala este y otros cuentos, las notas al pie de los traductores permiten un acercamiento “microscópico” a las motivaciones personales e intelectuales de Saki, entre las que se destaca su rechazo por el movimiento de las sufragistas de comienzos del siglo XX. Algunos críticos le atribuyeron un talante misógino a la hora de crear personajes femeninos. “La señorita Packletide tenía por intención y deseo dispararle a un tigre -se lee al comienzo de ‘El tigre de la señorita Packletide’-. No porque una súbita lujuria asesina hubiera tomado posesión de ella; tampoco la movía el anhelo de contribuir a dejar India más segura y saludable de lo que la había encontrado, reduciendo apenas la tasa de bestias salvajes por habitante. El motivo crucial que justificaba su repentino deseo por acercarse a Nemrod era el hecho de que Loona Bimberton recientemente había sido trasladada once millas en un aeroplano por un aviador argelino, y no hablaba de otra cosa”. Además de los títulos mencionados, el volumen incluye cuentos como “La oferta de paz”, “Catástrofe de un joven turco”, “Té”, “El programa de gala”, “Mientras dure la guerra” y “La reticencia de Lady Anne”.
Una viñeta: “Viajando con la tía Tom”
Mi querida E.: Viajar con la Tía Tom es más excitante que el automovilismo. Tuvimos cuatro trasbordos y en cada ocasión ella esperaba que la compañía de ferrocarril nos trajese nuestros equipajes para demostrarnos que realmente los estaban transportando en el tren. Cada diez minutos, más o menos, ella estaba proféticamente segura de que su equipaje, el cual contenía entre otras cosas “el encaje de su pobre madre”, nunca llegaría a Edimburgo. Hay momentos cuando yo casi desearía que la Tía Tom nunca hubiese tenido una madre. Nada más que un compasivo sentido del humor me llevó a través de aquella intermitente e inestable efusión de quejas. Y en Edimburgo, como era de esperar, ¡su equipaje fue perdido! Fue en vano que el guarda le asegurase que su las maletas iban a llegar en el próximo tren, una hora y media después. Ella denunció a los viles habitantes de Bristol y Crewe, quienes seguramente habían abierto su equipaje y hasta vestirían ya el maternal encaje. Le dije que nadie usaba encaje a las ocho de la mañana y la persuadí de tomar el desayuno en la cantina mientras esperábamos al supuesto tren. Luego, algo peor sucedió: ¡no había panecillos escoceses! Solamente tenían unos adorables brioches franceses, pero ella le reclamó al aterrado mozo ¡si él acaso pensaba que nosotros habíamos viajado hasta Edimburgo para comer cualquier tipo de pan! En medio de nuestro desayuno sin panecillos escoceses, salí y encontré su equipaje algo orinado, acarreado por un muchacho que se lo dejó finalmente a sus pies. La Tía Tom lo recibió con un leve interés y se quejó otra vez por la falta de panecillos escoceses. Después pasamos una hora feliz conduciendo de una hostería a otra en búsqueda de una habitación disponible, mientras la Tía Tom seguía reiterando la existencia de un escritor llamado Signet, quien se marchó y dejó sus habitaciones treinta años atrás, las cuales aún debían permanecer vacías. “De todas maneras”, dijo ella, “estamos viendo Edimburgo”, tanto como Moisés debió haber informado a sus errantes acólitos por más de cuarenta años que estaban viendo Asia. Más tarde llegamos hasta aquí, y ella ocupó unas habitaciones después de regañar con el gerente, el personal y con todo el establecimiento, casi fuera de sus cabales porque nada era de su agrado. Yo les expliqué apresuradamente a todos que mi tía estaba cansada y molesta después del largo viaje, y decepcionada por no tener las habitaciones que ella tanto había esperado. Después de consolar a dos mucamas y a los botones, quienes estuvieron llorando discretamente por los rincones, y persuadieron al gatito de salir del cesto de basura, me fui a afeitar y lavar... cuando volví, la Tía Tom estaba rebosante de alegría con todo el personal, diciendo que ella debería recomendar el hotel a todas sus amigas. “Se puede manejar fácilmente a esta gente”, acotó durante el almuerzo, “si solo sabes manejar sus corazones”. Y luego le dijo al gerente que yo era tremendamente particular. Creo que estaremos aquí hasta el martes a la mañana; el personal del hotel nos recomendó seriamente. La Tía Tom realmente es maravillosa; después de dieciséis horas en el tren sin pegar un ojo, y después de pasar una hora persiguiendo una habitación libre, su único deseo era salir y mirar vidrieras. Ella dice que fue un extraordinario y placentero viaje; personalmente nunca he tenido una experiencia más agotadora.
Tu afectuoso hermano, H. H. Munro
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