Rulfo, el fotógrafo: páramos y llanos detrás de su lente
La pasión por la imagen fue anterior a las letras y, al revés que en su literatura, en casi seis mil fotos capturó la realidad y una geografía evidentemente atractiva a sus ojos
J.R. nacía en Jalisco, se cumplirá un siglo este año. Austero en su economía expresiva (en cantidad de palabras, no de ideas), hombre de perfil bajísimo, enemigo de los mitos que se tejían con los hilos de su nombre, utilizó sus iniciales para eludir su nombre completo. J.R. son las señas de su autorretrato grabado en unos papeles que su viuda publicó con el título Los cuadernos de Juan Rulfo. Allí explicaba cuáles eran las dos ramas de su familia: por una parte, un oficial del virrey de la Nueva España, y por la otra, un hacendado. Con esta versión oficial que quizá no pensó jamás en dar a conocer, no hablaba de su escritura ni de esa palabra que puede sonar tan ampulosa: obra. Sí hacía explícitas las cicatrices de su niñez. Huérfano, había sido enviado a un correccional disfrazado de residencia de caridad mientras México se hundía en la guerra fratricida de la Rebelión Cristera: "De algo sirvió aquella experiencia: me volví huraño y aún lo sigo siendo. Aprendí a comer poco o casi a no comer. Aprendí también que lo que no se conoce no se ambiciona y que, a fin de cuentas, la única y más grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad".
Juan Rulfo, autor de una novela clave y pionera, Pedro Páramo (1955), persiguió aquel lucro espiritual a lo largo y ancho del mapa de su país, por paisajes serenos y desolados, lejos de circuitos intelectuales, errante en los caminos, inspirado por su pasión por la fotografía. La geografía -el espacio- es un elemento clave en los textos de Rulfo. Además del páramo de su célebre ficción y de La cordillera, esa novela que no llegó a publicar, se refirió a otro aspecto orográfico en El llano en llamas (1953). Sin embargo, esas casi seis mil imágenes que capturó son un registro de realidad y, por lo tanto, una dimensión incompatible con su literatura.
Para Rulfo, el tiempo y el espacio en sus ficciones están desmantelados, fragmentados, y su tarea es retratar el mundo de los sueños y no el de la realidad. Sus lectores conocen esta división porque él mismo quiso ahorrarles tiempo en peregrinaciones inútiles: ninguno de estos escenarios naturales se encuentra en sus libros. "El proceso de creación que sigo no es tomando las cosas de la realidad, sino imaginándolas -le decía a Joaquín Soler Serrano en una entrevista de 1977-. Hace poco que se quería hacer una revista literaria dedicada a El llano en llamas y querían fotografiar la zona, pero nunca se encontró el paisaje."
Claro está que las imágenes de Rulfo tienen como primer imán haber sido obtenidas por él, pero no es sólo la lente y quien presiona el obturador aquello que las dota de gran valor. Susan Sontag, autora de Sobre la fotografía, elogió sus imágenes, y ya en 1960, antes de ser considerado una deidad de las letras, exponía sus primeras imágenes. El arte visual de Rulfo estaba influido -en su vastísima biblioteca atesoraba casi 700 libros de fotografías- por otros fotógrafos contemporáneos que habían retratado México, como Tina Modotti y Edward Weston.
Maestro del ángulo
Su pasión por las imágenes es incluso anterior a la publicación de sus primeros escritos, en épocas en las que recorría México como viajante de comercio para la empresa de neumáticos Goodrich. Ya por entonces publicaba fotografías en la revista Mapa. Como sus personajes, Rulfo también realizó largas travesías por su país, buceó por sus rincones más inhóspitos y conoció a sus habitantes. Su don no es solamente saber escuchar para después reproducir diálogos, sino también poder mirar para después inmortalizar en imágenes aquello delante de sus ojos.
Además, Rulfo retrató el set de las filmaciones de amigos realizadores en películas como La escondida (1956) y El despojo (1960). Obtuvo fotografías de paisajes, pero también de la arquitectura mexicana (precolombina y colonial), y de grupos étnicos. Estos últimos retratos antropológicos, retratos de la vida cotidiana de los habitantes de distintas regiones, fueron su pasión. Durante más de veinte años y hasta la fecha de su muerte fue director de publicaciones del Instituto Nacional Indigenista, un edificio que quedaba a cien metros de su casa.
Maestro en la selección del ángulo y la perspectiva o del punto de vista y el narrador, para la fotografía y la narrativa, respectivamente, buscó retratar su universo real y contemporáneo, así como su galaxia espiritual y onírica con sus imágenes y con sus textos.
Escritor, poeta y también guionista de cine, es, sin lugar a dudas, en su centenario él mismo parte de una mexicanidad que tanto se esmeró por retratar. "En Juan Rulfo encontramos a un artista completo", reflexionó Juan Villoro en una conferencia homenaje al escritor el año pasado. En este encuentro se recordaba la fábula que Augusto Monterroso, amigo de Rulfo, escribía sobre un zorro, un autor obligado por sus pares a escribir otro libro fabuloso que superase la maravilla anteriormente publicada. Rulfo no les hizo caso a los demás animales y siguió, astuto y en soledad, recorriendo los páramos y llanos de México con su lente.
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