En El Di Tella, libro sobre aquel fenómeno cultural de los años ’60, el investigador Fernando García vuelve sobre los pasos del hombre que creó La Menesunda junto a Marta Minujín
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“El hombre sin pasado”. Así llama Fernando García a ese cuarentón de bigotes, camisa y pantalones oscuros, cuyo look existencialista contrasta con los colores chillones de sus jóvenes amigos pop. En El Di Tella (Paidós), libro sobre aquel fenómeno cultural de los años ’60, el investigador vuelve sobre los pasos de Rubén Santantonín, creador de La Menesunda junto a Marta Minujín.
“¿Cómo es posible que haya sido coautor de una de las obras más difundidas de la historia del arte argentino y que su nombre sea prácticamente desconocido?”, se preguntaba García en un perfil publicado por LA NACION cuando el laberinto interactivo fue recreado en 2015, medio siglo después de su presentación original en el instituto de la calle Florida. Entonces la obra atrajo decenas de miles de personas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, y en 2019 provocaría una avalancha de selfies en Instagram desde el New Museum de Nueva York.
“Yo tenía 22 años y él 43, pero era como un niño. Santantonín venía a mi taller y cocinaba y nos reíamos como locos”, recuerda Minujín, citada en el libro. La idea de La Menesunda, según ella, “surgió de las reuniones que yo tenía con él en su casa. Y después la seguíamos en el Augustus y el Florida Garden, porque el Moderno se había llenado de enemigos”.
“Marta nos robó La Menesunda, que era nuestra”, le aseguró a García la artista Dalila Puzzovio, que afirma haber participado de una reunión en el taller de Santantonín donde comenzaron a planear “un recorrido” entre varios. En su versión de los hechos le presentaron una maqueta a Jorge Romero Brest, director del Centro de Artes Visuales (CAV) del Di Tella; como no había presupuesto el proyecto quedó en manos de Minujín, que más tarde convocaría a Santantonín.
Este último fue quien se adueñó de la idea, según la historia contada por Luis Wells, que ubica el origen de la maqueta en las reuniones de los informalistas en un departamento de Kenneth Kemble. El rechazo de Romero Brest se debió a que el director del CAV “auspiciaba al grupo pop”, dice Wells, resentido también con Santantonín por haberse apropiado del término “cosas” para definir sus obras. Esas piezas realizadas con materiales precarios que el artista autodidacta, fallecido en 1969, quemó en el taller que compartía con Floreal Amor.
“No sé de dónde salió, nunca supimos cuál había sido su vida anterior”, le aseguró Wells a García. “Yo tampoco sé de dónde salió –confirmó Minujín-. Pero nos hicimos íntimos amigos, era una de las pocas personas con las que podía hablar en Buenos Aires”.
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