Rubén Darío: las últimas horas, el sufrimiento, la fe y los malentendidos
Se cumplen hoy 106 años de la muerte del poeta, en la ciudad de León, Nicaragua; una evocación que ilumina datos oscuros, desmiente leyendas y agiganta su figura
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Muchos mitos hay en torno a Rubén Darío y el aniversario es una es una buena oportunidad para aclararlos. Avecinándose la Primera Guerra Mundial y embarcándose desde España hacia América con en el proyecto de pregonar la PAX en Nueva York, su idea fija era regresar a la Argentina, su patria cultural y espiritual, estar en LA NACION, su fiel empleador durante 26 años y poder ver a su médico Martín Reibel. Instalado en Buenos Aires, quería mandar a llamar a su compañera española Francisca y al hijo de ambos de 7 años, Guicho, para permanecer en estas tierras hasta finalizar la guerra.
Pero por circunstancias misteriosas eso no pudo ser. En Nueva York, en la Navidad del 1914, se enferma por el frío de pulmonía. Abandonado, inexplicablemente parte a Guatemala invitado por el Dictador Estrada Cabrera.
Darío para ese entonces estaba abatido moralmente y siempre con sus achaques de salud fruto de la depresión, la bebida y la inactividad literaria, pero como el Ave Fénix, siempre resurgía.
Permanece unos meses allí y, sin tener noticias de Argentina, antes de viajar a Nicaragua, se encuentra con su primogénito de 24 años Rubén Darío Contreras. Ellos se habían encontrado por primera vez solo 5 años antes, ya que mi abuelo fue criado por sus tíos y él ignoraba que su padre fuera el famoso Rubén Darío. El poeta le dice: “Tu no vas a heredar nada, ya que estás en una buena posición, pero sí te daré los contactos para que vayas a la Argentina a formar tu familia”.
También antes de partir le dijo lo mismo a Máximo Soto Hall, poeta guatemalteco y gran amigo, con la promesa de que se rencontrarían en Buenos Aires en pocos meses.
A fines de noviembre de 1915, Darío acompañado de su segunda esposa, Rosario Murillo, que lo fue a buscar a Guatemala, llegó a Nicaragua, ya cansado y abatido.
Testa en favor de su hijo español de 7 años, Rubén Darío Sánchez, como heredero universal. Rubén ya presentía cerca su final.
Dijo: “Quiero que mis despojos sean para Nicaragua. Ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”.
El 2 de febrero, y a pesar de su negativa a que los médicos lo tocaran porque les tenía terror, Darío es engañado y su amigo el Doctor Luis Debayle y el Dr. Lara le efectúan dos punciones en el hígado, sin lograr extraer nada. Su cuadro se agrava rápidamente.
Los médicos subestimaron la previa indicación de Darío de que no sentía nada en el hígado y que, en cambio, sentía en el bajo vientre como una placa de fuego. Las punciones resultan fatales para su salud.
Agotadas sus fuerzas pierde el conocimiento y el 6 de febrero, a la hora del crepúsculo, comienza a agonizar. Expiró inconsciente a las 10.18, auxiliado por el presbítero Félix Pereira. No obstante su aspecto avejentado, tenía apenas 49 años. Basta comparar la foto de este artículo de 1915 en Nueva York y la de febrero de 1916. Sobran las palabras.
No murió de cirrosis, sino de mala praxis, como murió 23 años antes su primera esposa, Rafaela Contreras por sobredosis de cloroformo antes de su operación.
Darío estuvo siempre acompañado de un crucifijo que le había regalado muchos años antes Amado Nervo.
Fue embalsamado, y le extrajeron el cerebro para estudiar su genialidad. Darío lo presintió y, días antes de morir, soñó que lo descuartizaban.
El Sepelio duró siete días. Lo visitaron con túnica y laureles y lo vistieron de traje con guantes elegantes.
Mucho se habló del alcohol. Es cierto que vivió la bohemia de los grandes poetas de su época: Verlaine, Baudelaire, Machado, Oscar Wilde. Pero fue un hombre responsable en sus compromisos como periodista, como diplomático, como poeta; siempre con una imagen impecable.
Nunca supo manejar su dinero. Además de las dificultades y de la mala administración, Nicaragua demoraba los pagos de la Legación en España y en Paris. Es más, tuvo que vender su propio piano Pleyel para pagar esas deudas. Hoy día su patria le quedó debiendo más de 6000 dólares de esa época. Los editores también hicieron de las suyas y se aprovecharon de su mal manejo con el metálico. LA NACION fue su único sueldo seguro y uno de sus prestigios más grandes.
Tuvo tres mujeres, pero no un gran amor. Las tres fueron importantes en su vida.
Rafaela Contreras, considerada la primera cuentista modernista de Centroamérica, murió a los 23 años dejando un hijo de meses. Esta muerte inesperada potenció los temores de Darío.
Rosario Murillo, su primera novia de adolescencia, le despertó la sensualidad y el erotismo. Después de enviudar, Darío se casó con ella. Fue su segunda esposa y quien además en 1916 lo acompañaría hasta su muerte. Rosario le dio un hijo que falleció de tétanos a las pocas semanas. Darío no lo vio nacer ni morir.
Francisca Sánchez fue su compañera, ya que Darío nunca pudo divorciarse de Rosario. Convivió 14 años con ella y le dio tres hijos, que murieron todavía niños. El cuarto es el único que disfrutó como padre durante siete años. Por falta de recursos no pudo viajar a América con el poeta en su último viaje. El resto de sus hijos estuvieron en segundo plano. Su obra y el periodismo eran para él lo primero.
¿Qué logró Darío?
Logró en vida el reconocimiento de sus pares como el iniciador del modernismo en la literatura de lengua castellana. Dejó más de 750 crónicas para LA NACION, el diario en el que trabajó 26 años para el diario. Y además 99 cuentos y más de 1300 poemas.
El escritor Vargas Vila afirmaba categóricamente que Rubén Darío tenía en su rostro el signo de todas las razas, corpulento, con manos de marqués, siempre pulcro y elegante. Rubén era callado, tímido, de buen comer y tomar, generoso con los amigos .
Siempre supo bien quién era. La poesía le brotaba y tenía oído musical absoluto, memoria prodigiosa,
Eligió como profesión el periodismo, al que le dio todo y que lo mantuvo hasta el último día. Eso lo obligaba además a estar informado con la actualidad del mundo. En 23 años, de 1892 a 1915, cruzo el Atlántico 13 veces.
Podemos decir muchas cosas da Darío, pero lo que es indiscutible es su obra. Estudió con los Jesuitas, pero también fue contradictorio en el plano espiritual. Así se refleja en dos de sus poemas más famosos:
SPES
Jesús, incomparable perdonador de injurias,
óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno,
una gracia lustral de iras y lujurias.
Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi «¡Levántate y anda!»
LO FATAL
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra
y por lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos!...
El autor es uno de los nueve bisnietos de Rubén Darío de la rama centroamericana de Rafaela Contreras