Rosario, aún más cerca
La ciudad santafesina celebró la décima edición de su Semana del Arte, inspirada en la versión porteña
Fernando Farina y Roberto Echen se ríen con mirada compinche. Compañeros de gestión, recuerdan el café donde se propusieron replicar aquella Semana del Arte que era vagamente registrada en la agenda de Buenos Aires por un movimiento más audaz, con la ciudad como centro de la gesta. Y, de paso cañazo, llevársela para Rosario.
La primera edición de la Semana del Arte de Rosario (SAR) se realizó en 2005. La décima fue uno de los eventos más importantes de la agenda federal del año pasado. Con una fuerte impronta social, ubicó varias de las intervenciones en barrios de la periferia rosarina.
Desde el vamos, la SAR fue una movida arriesgada porque implicaba salir del museo. Una vez afuera, tanto factores climáticos como la imprevisible voluntad de la gente modificarían esas condiciones tan medidas que hacen que uno normalmente no pueda acercarse a las obras sin que un guardia le marque posición adelantada.
La artista y gestora Ángeles Ascúa recuerda que la primera edición se realizó meses después de la creación del Macro y ayudó al museo a mostrar las piezas que, fruto de una generosa donación de la Fundación Antorchas, pasaban a formar parte del patrimonio de los rosarinos. Como éste era grande, se podían encontrar obras entre los escaparates de las tiendas de la peatonal. Por ejemplo la de Claudia Fontes en la que una persona yace enrollada dentro de un colchón, rodeada de cubrecamas y otros productos de un comercio muy a tono.
La segunda edición se publicitaba en forma provocadora: "¿No entiende el arte contemporaneo? ¡Llame ya!" Y los vecinos se comunicaban con una línea para pedir un delivery que les llevaría hasta las puertas de sus casas obras, artistas, curadores... La propuesta causaba gracia al interpretar tan literalmente aquel mandamiento moderno de acercar el arte a la gente. Se podía ver a Adrián Villar Rojas y a Malena Cocca sorprendiendo a los niños de una escuela con hormigueros gigantes, o al mismísimo Rogelio Pollesello compartiendo medialunas con estudiantes. Lo importante, entonces, era cuestionar el estatuto de lo ya convalidado como arte. En esa cuesta, la SAR define su espacio de juego edición tras edición.
Vernissage itinerante
La cuarta, en 2008, fue pensada como una vernissage itinerante con dibujos de Belén Romero Gunset, tachos intervenidos, árboles forrados de colores, unos maniquíes colgantes de Dante Taparelli y un carro equipado con salamín y bebidas diseñado por Matías Pepe y Florencia Caterina para no privar de aperitivos a la procesión.
En la quinta, la famosa frase "¿Por qué son tan geniales?", de Edgardo Giménez, Dalila Puzzovio y Charlie Squirru, apareció reproducida en la SUBE rosarina, y al mirar por la ventanilla se podían ver cientos de fotos de aquellas míticas acciones de Alberto Greco. Algo de ese espíritu fue retomado por Lisandro Arévalo durante la edición de 2012, cuando pintó a la cal decenas de vidrieras y ventanales de una ciudad prístina donde todos estaban invitados a intervenir. Esa intriga por la redefinición que enmarca la ciudad como un territorio deseado y, a la vez, como un eterno espacio de disputas. Como cuando Fontanarrosa enlazó todos los puntos "canallas" para expresar una vez más su fanatismo por Rosario Central. Sí, el arte es así, una sutil forma de la insistencia.
En el décimo aniversario, celebrado en 2014, la idea fue avanzar por todo el territorio de la ciudad, incluyendo los barrios periféricos. Flor Lucchesi, Melania Toia y Ale Martín, productores de la movida, fueron requeridos desde todas las latitudes de Rosario. El mapa se fue armando con calles de tierra, incertidumbre y muchas llamadas telefónicas. El chaqueño Diego Figueroa cuenta que se inspiró en la inusual abundancia de canchas de fútbol que registró en su avistaje para construir -en ese triángulo de las Bermudas dominado por la banda narco Los Monos- una acumulación increíblemente absurda de arcos de futbol que parecían tomarle el pelo a cuanto aprendiz de Messi se cruzara en el camino.
Marcos Luczkow trabajó en el Distrito Oeste, donde la marginación social es grande y el gatillo fácil es moneda corriente. Buscó generar un diálogo con los jóvenes que no sorteara los conflictos sino que diera lugar a una frase. En una ronda mechada por miradas diversas recortaron papeles glacé y los fueron organizando en letras gigantes hasta completar la bella y efímera intervención: "Armando barrio para cambiar los llantos". La pegaron en una de las paredes, que ahora reluce con brillo propio.
Maxi Peralta y Cinthia Romero generaron en Villa Hortensia, celébre casona del norte rosarino, una arquitectura liviana compuesta por ramas provenientes de la poda, forradas con cintas de colores estridentes y sinuosos. El colectivo Subescuela organizó algunas actividades que se sumaron a muchas otras apropiaciones casuales del cálido cobijo que se alzó como uno de los hits de la décima edición.