Rosa Montero: “Somos capaces de estar completamente rotos, pegados y volver a ponernos en pie”
Para saber sobre ella alcanzaría con googlear su nombre. Pero asegurar la entrada a su página oficial, pide escribir esto: rosamontero.es. Y aunque esté el punto luego del nombre, podría leerse así: Rosa Montero es. El verbo invita a completar. Entonces, escritora. Tan dueña de una sonrisa siempre ahí como de las variaciones de sus flequillos a lo largo de los años. Lectora en la infancia cuando la tuberculosis la dejó en la casa. "Desde que me recuerdo como persona, me recuerdo escribiendo". A su listón como autora de libros hay que sumarle el reciente título, La buena suerte (Alfaguara). Es la historia de Pablo, el hombre enigmático que desde la primera página acumula misterios, unos tras otros, a lo largo de la trama. Y se cruza con Raluca, la mujer que cambiará su suerte. Porque para Rosa Montero (Madrid, 1951) los humanos "somos sujetos del azar, no controlamos nada, pero sí cómo respondemos a lo que nos sucede". También periodista –desde 1976, exclusiva para El País– tejió esta ficción con el cruce de las noticias. "Desgraciadamente, todos los sucesos policiales que se narran en el libro son auténticos", aclara al final de la novela.
La historia llevaba tres años con ella, pero la terminó en el marco de la cuarentena, que al principio le generó una dificultad. "Cerrar La buena suerte me salvó, me permitió volver a concentrarme", dice. Y al referirse a lo que el mundo atraviesa, repite varias veces la palabra triste. "Nos queda bastante sufrimiento, habrá que tener esperanza". Aún así, no deja de pensar en los próximos libros que escribirá: el primero, una mezcla de ensayo con ficción al estilo de La loca de la casa, pero sobre la creación y la locura. Habrá, también, una cuarta novela para seguir con la serie de Bruna Husky. Y posiblemente, otros dos más. Para Montero, narrar es andar en un mundo paralelo.
–La buena suerte es un título esperanzador ¿lo pensaste así?
–No. El título lo trajo debajo del brazo Raluca, la coprotagonista. El protagonista es Pablo; ella al principio tenía un papel más pequeño y empezó a comerse la novela, tanto, que trajo el título. Antes se llamaba El silencio. Raluca me enamoró. Tiene una fuerza vital, esa especie de alegría animal que te hace sentir consciente de estar vivo. Disfrutar del regocijo de las pequeñas cosas.
–¿Cómo surgió esta novela?
–Igual que en el libro, en un viaje en tren. Yo estaba yendo de Madrid a Málaga, levanté la cabeza y lo vi. Ahí pegado a las vías, a la altura de un segundo piso, un balcón asqueroso con un cartel escrito a mano que decía: "Se vende". Dije, ¿quién va a comprar eso? Ahí se me ocurrió: si hubiera un personaje que se bajara en la próxima estación, no llegara a su destino y se quedase ahí. Tuve que ir construyendo ese enigma. Porque la novela es un misterio, ¿por qué los personajes hacen las cosas que hacen? En esta novela es todo un artefacto de relojería para presentar el enigma.
–¿Sabés desde el principio por dónde ir o lo vas encontrando?
–Se dice que hay escritores de brújula y de mapa. El de mapa, cuando se sienta, ya sabe lo que va a escribir. El de brújula empieza sin saber adónde va. Yo soy una mezcla de los dos. Porque escribir, se escribe en la cabeza. A mí se me ocurrió la novela ese día de abril de 2017 y empecé a tomar nota en cuadernitos. Pasé año y medio. Al final de esa etapa, empecé a hacer planos de los personajes, de todo. Cuando sabía que eran 46 capítulos y lo que iba a pasar en cada uno, me senté al ordenador año y medio. Y al final pueden ser 69 capítulos. Soy en parte mapa y en parte brújula. Es la gracia, porque es una criatura viva hasta final el libro.
Atreverse a saber
Rosa está enmarcada por la pantalla del celular. La manga corta le deja ver los tatuajes. Acerca el brazo a la cámara y lee en voz alta: "Sapere aude. Es una frase de Horacio que popularizó Kant, quiere decir Atrévete a saber. Me parece como una norma de vida". Debajo, la fórmula de la relatividad. El próximo tatuaje será en la pierna. Nombres de mujeres: Mileva, esposa de Einstein, Enheduanna, la primera escritora del mundo.
La locura de los negadores de vacunas, los que hablan de la pandemia y dicen que no existe el virus, es demencial. Los medios le damos demasiada cancha a esa gente
–¿Cómo estás atravesando esta cuarentena?
–Inevitablemente triste. Es un drama mundial tremendo, un dolor social muy grande. En España se ha sufrido mucho, tenemos un segundo brote altísimo. Nos queda bastante travesía y luego va a venir la resaca tremenda del desplome económico que va a durar varios años. Habrá que tener esperanza, paciencia.
–¿Se capitalizará la experiencia?
–Creo de verdad que tenemos una capacidad de supervivencia tan inmensa. Somos capaces de estar completamente rotos, pegados y volver a ponernos en pie. Reinventar una vida nueva y que esa vida nueva, incluso arrastrándonos en muleta, pueda ser tan hermosa y fructífera como la anterior. O más. Eso es el milagro de los seres humanos. Hay un dicho castellano muy antiguo que dice que Dios no te manda aquello que puedas soportar. Esto viene de acuerdo con la Pandemia, ¿no? Es decir, lo vamos a soportar, amigos, eso lo sé. Intentemos sacar algo bello y algo bueno, un aprendizaje.
–En la novela hay noticias policiales, ¿el periodismo influye en tu escritura de ficción?
–Creo que absolutamente nada. El periodismo que hago, que es escrito, es un género literario como cualquier otro. Es muy raro que haya un escritor que cultive un solo género. Yo me considero una escritora que cultiva la ficción, el ensayo y el periodismo. Cada género es muy distinto y debes de saber los límites, si los confundes los harás mal. Si haces un teatro ensayístico, pues harás un teatro aburridísimo; si haces periodismo demasiado novelado, será malo porque será poco fiable. El nivel de veracidad del periodismo tiene que ser un nivel notarial, que es del aquí y ahora. Cambias de un género a otro como cambias de un idioma. Son relaciones con el mundo muy distintas.
–¿Cómo ves el rol de los medios en la pandemia?
–Todavía los medios oficiales y los tradicionales que trabajan con periodistas no evitan mezclarse en las rencillas políticas absurdas. Es decir, que también están ahí metidos. Por supuesto que hay sus extremos, y aún en esos extremos lo terrible es lo enloquecedor de las redes donde no hay ningún control, las mentiras tremendas que difunde la gente. La locura de los negadores de vacunas, los que hablan de la pandemia y dicen que no existe el virus, es demencial. Por otro lado, los medios le damos demasiada cancha a esa gente. No creo que estemos siendo maravillosos, pero somos humanos. Estamos perdidos, el planeta entero lo está. No sabemos a lo que nos enfrentamos, esto es único. En el futuro se recordará este momento de la Pandemia. Hacemos lo que podemos en realidad, y los medios, pues, ahí van, representando a sus sociedades en lo bueno y en lo mano.
–Si tuvieras que elegir, ¿periodismo o ficción?
–El periodismo es un oficio, me encanta, me ha enseñado mucho, pero para mí es un trabajo. Pertenece a mi ser social. Podría imaginarme perfectamente viviendo sin ser periodista. Pero sin la ficción, no. Forma parte esencial de lo que soy. No sé cómo se las arregla la gente para vivir sin escribir ficción.
–¿Qué te da la ficción?
–Creo que nuestra relación con el mundo pasa a través de lo imaginario. Yo estuve tres años bloqueada después de mi tercera novela. Era como si se apagara el mundo. No podía escribir. No es la tontería esa que dicen del pánico de la página en blanco, lo que se te queda en blanco es el cerebro. Porque donde se escribe es en la cabeza. Todos los novelistas tenemos montones de cosas que imaginamos todo el día como los niños. Esas imaginaciones nos permiten relacionarnos con el mundo.
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