Rómulo Macciò, el flâneur cosmopolita
Una cámara pocket, una libreta con los contactos de sus conocidos y una lupa colgada del cuello para leer los menús. Eso llevaba Rómulo Macciò cuando salía a caminar por Buenos Aires, Nueva York, Madrid, Londres o París. Ciudades donde vivió aquel pintor cosmopolita, con porte de galán de Hollywood y agudo sentido del humor, que sigue conmoviendo a tres años de su sorpresiva muerte en un taxi porteño.
En noviembre último, una pintura suya marcó un récord al venderse en Roldán por 183.200 dólares. Y este mes se inaugurará en Colección Amalita una muestra que reunirá por primera vez casi treinta obras inspiradas en escenas de Manhattan. La capital del arte que definió como "una olla a presión a doscientos grados", donde "está todo lo mejor y lo peor del mundo".
Tenía su taller en un loft ubicado en la zona de Wall Street, desde donde caminaba hacia el río y hasta el restaurant Grand Central para comer sus célebres ostras. También frecuentaba el P. J. Clarke’s, bar fundado en 1884 que protagoniza uno de sus cuadros, donde pedía una de sus bebidas preferidas: el clásico Martini.
Eran algunas de sus rutinas entre 1989 y 1991, cuando se radicó en la Gran Manzana; volvió a instalarse un tiempo en el mismo barrio una década más tarde, apenas semanas después del atentado contra las Torres Gemelas.
"En la calle tomaba fotos que usaba como bocetos de los cuadros. Era divertido caminar con él, siempre tenía alguna observación", recuerda su hija Tristana, que compartió con Macciò esa segunda temporada en Nueva York. "Siempre fue bastante nómade -agrega–, le gustaba viajar un montón."
"Era un ciudadano del mundo", coincide Marina Pellegrini, su galerista y última pareja, con quien pasó largas temporadas en Punta del Este y París. Ella expuso en 2015 seis pinturas de esta serie neoyorquina. Las vendió todas.
Fallecido meses después, Macciò llegó a cumplir seis décadas desde su primera muestra. Integrante del grupo Nueva Figuración a comienzos de los ardientes años 60, representó luego al país en las bienales de San Pablo y Venecia y ganó varios premios Konex.
Detrás de su fama de hosco y huraño, y de los anteojos oscuros que solía usar, se escondía un hombre tímido al que no le gustaba frecuentar lugares con mucha gente. Tampoco hablar de sí mismo ni de su obra. "La pintura no se puede explicar ni teorizar", dijo en 2015 durante una recorrida con LA NACION por arteBA. "No me pidan más explicaciones –insistió–. Soy mudo, por eso pinto."