Rock y política: dos ritos de iniciación
Hay una edad en la que todo se hace por primera vez: acostarse con alguien, ir a un concierto, emborracharse, participar de una manifestación. Son años en que todo se precipita, y las experiencias son tan intensas que nos parece que ya aprendimos todo pero, en realidad, nos llevará muchos años entender lo que hicimos.
Yo a los 13 años no tenía ni la menor idea de lo que era el rock y nunca en mi vida había escuchado la palabra "militante". Acababa de entrar al Colegio Nacional de Buenos Aires y caminaba por los pasillos vestida con camisa de volados y medias hasta las rodillas, tratando de copiar la ropa, los gestos, las frases de los que entendían. Iba a tener que hacer un gran esfuerzo para asimilarme a las hordas de adolescentes sabihondos de la música, la política y la moda.
En mi familia no existía la costumbre de escuchar música ni hablar de política en la mesa. Ambas cosas se consideraban potencialmente explosivas. Con una madre de izquierda no ortodoxa y un padre de centroderecha discutir de política era echar leña al fuego. Y en cuanto a la música, era una actividad que cada uno ejercía en privado: mi padre escuchaba bossa nova en el auto; mi madre cantaba canciones españolas al piano; mi hermana mayor se encerraba en el cuarto con su walkman a escuchar Lionel Richie. El uso del equipo de música del living se consideraba invasivo para con los demás integrantes de la casa.
De alguna manera, el rock y la política eran cosas que tuve que aprender fuera de casa. Las remeras fueron mi forma de empezar a estudiar el rock. Como en mi colegio no se usaba uniforme, la ropa era un lugar perfecto para inscribir gustos musicales. Por el claustro desfilaban remeras de Los Redonditos de Ricota, Soda Stereo, Sumo, Charly, Spinetta, Los Violadores. Yo me sentaba al lado de una chica que usaba una remera negra que decía Attaque 77 en letras rojas. Lo primero que me llamó la atención de la remera fue la A encerrada en el círculo. "¿Y la A por qué tiene círculo?", le pregunté un día. "Es la A de anarquía", me dijo mirándome con desprecio, anonadada por mi ignorancia. Y al poco tiempo me llevó a un concierto de la banda en el que me desmayé después del segundo tema. Así fue mi iniciación en el punk rock.
La iniciación en la política llegaría poco tiempo más tarde, casi por casualidad. Alguien me invitó a un escrutinio del Centro de Estudiantes: el ritual consistía en pasar toda la noche en el colegio contando votos. Yo me quedé porque me gustaba un chico que militaba. Y después creo que me gustó más pasar la noche en vela cuidando de algo muy valioso llamado democracia.
Supongo que es natural que la música, el amor, la política se vayan cruzando como parte de un mismo rito de iniciación. Lo que me pregunto es cómo hacer para seguir manteniendo al votar, al acostarse con alguien, al ir a una manifestación esa sensación de primera vez, una mezcla de felicidad, adrenalina y terror de hacer algo nuevo, desconocido.
La autora es escritora, dramaturga y directora de teatro