Robos de arte: millones, persecuciones y glamour en un combo que gana rating
La película Lift, la más vista a nivel global en estos días en Netflix, pone la lupa sobre el mercado de obras NFT; suma así otro capítulo a una larga saga de desapariciones dignas de Hollywood
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Úrsula Corberó conduce a toda velocidad una lancha por los canales de Venecia. En su rol de Camila en Lift: un robo de primera clase –la película más vista a nivel global durante las últimas dos semanas en Netflix–, la novia del “Chino” Darín logra escapar de la persecución de Interpol. ¿Cuál es el botín? N8, un artista digital enmascarado que recuerda a Damien Hirst por su obra –El egorretrato, la filmación del momento de su venta y de su comprador realizada por una calavera cubierta de 482 cámaras, similar a la que el británico cubrió de diamantes y vendió por US$100 millones en 2007- y al misterioso grafitero Banksy, tanto por su anonimato como por la idea de crear algo en vivo durante una subasta.
El supuesto “robo” de un Token No Fungible (NFT), nuevo capítulo de una larga saga de desapariciones dignas de Hollywood en la historia del arte, es en realidad una estrategia especulativa. Comienza con el robo en Londres de un autorretrato de Van Gogh, vendido en el mercado negro por veinte millones de dólares, que permite comprar la pieza virtual. La verdadera ganancia se produce gracias a la desaparición del famoso artista, invitado a una fiesta en medio del mar, donde pasa la noche en un yate sin enterarse de nada. Esto provoca el aumento inmediato del precio de su creación, revendida en 89 millones en cuestión de horas por el líder de la banda (Cyrus, interpretado por Kevin Hart).
“Rescatamos obras de arte de dueños que no las merecen”, le dice Cyrus a N8. Y agrega: “Leonardo da Vinci vendió la Mona Lisa por 25.000 dólares, y a nadie le importó la obra durante 400 años hasta que la robaron. Esa sonrisa ahora vale 860 millones de dólares por la historia que hay detrás de ella. Como la historia de tu secuestro. Gracias a Interpol y a la publicidad gratis, todo el mundo piensa que fuiste secuestrado. Eso elevó el precio del NFT hasta el techo”.
El protagonista se refiere al cuadro más famoso del mundo, el retrato de Lisa Gherardini realizado por Leonardo da Vinci. Este mes se cumplieron 110 años desde su regreso a París, luego de que desapareció del Louvre en 1911. Hasta entonces no era tan conocido, pero la cobertura global del robo logró “viralizar” la imagen un siglo antes de que existieran las redes sociales. Una consecuencia imprevisible para Vincenzo Peruggia, el inmigrante italiano que había trabajado en el museo y se la llevó oculta bajo la ropa.
Todavía hoy, en la vida real, las noticias siguen compitiendo con la ficción. Días atrás, la policía belga recuperó en un sótano de Amberes dos pinturas de Picasso y Chagall que habían sido robadas de una colección privada en Tel Aviv en 2010. El allanamiento puso fin a un largo operativo que demandó meses de investigación, tras las pistas del hombre que ofreció las obras en venta.
A esa tarea se dedica Arthur Brand, el detective holandés conocido como el “Indiana Jones del arte”, que el año pasado recuperó un valioso cuadro de Vincent van Gogh robado del museo Singer Laren durante la cuarentena. También es famoso por haber recuperado dos esculturas de bronce creadas por Josef Thorak que representan caballos, con las que Adolf Hitler decoró la escalinata de su cancillería; un cuadro de Picasso valuado en unos 25 millones de euros que había desaparecido dos décadas antes del yate de un jeque saudita en la Riviera Francesa, y un anillo que perteneció a Oscar Wilde.
“Quiero devolver el Van Gogh. Me ha dado muchísimos problemas”, le dijo a Brand un hombre a fines de octubre último, dos semanas antes de que le entregaran la pintura -envuelta en una funda de almohada, dentro de una bolsa de Ikea- en su casa de Ámsterdam. Allí mismo había tocado el timbre una noche de 2022 alguien que dejó una caja de cartón; adentro contenía nada menos que un relicario dorado con la “Preciosa Sangre de Cristo”, uno de los objetos más sagrados que le hayan robado a la Iglesia católica. “Como católico que soy -aseguró entonces el detective-, esto es lo más cercano que se puede estar a Jesús y el Santo Grial”.
Las últimas tecnologías en materia de seguridad no impidieron que desaparecieran en los últimos años cerca de 2000 piezas de valor históricos y artístico incalculable del Museo Británico, que eran ofrecidas en el sitio online de subastas eBay por unos pocos euros. Un anticuario holandés que compró decenas de esos objetos, Ittai Gradel, advirtió a la institución sobre los posibles hurtos en 2021. Pero el caso se hizo público recién el año pasado y no solo le costó el puesto al empleado sospechoso sino también a su director, Hartwig Fischer.
La versión porteña de ese “robo hormiga” tuvo la misma consecuencia para Martín Marcos, exdirector del Museo Nacional de Arte Decorativo, quien renunció en 2022. Meses después de haber denunciado que faltaban varias piezas del acervo del Palacio Errázuriz, y cuando aún no se habían instalado las cámaras de seguridad reclamadas. “Hemos convivido o estamos conviviendo con un ladrón”, advirtió Marcos tras descubrir que alguien había actuado con sigilo. Y de forma tan premeditada que dejó una fotocopia en blanco y negro dentro del marco que rodeaba a Retrato de Infanta, obra anónima de la Escuela Española del Siglo XVII, en el antiguo dormitorio de Matías Errázuriz.
Hubo otros casos locales aún más cinematográficos, sin embargo. El sábado 26 de julio de 2008, a las 7.45, delincuentes armados que simularon ser policías detuvieron un camión de la empresa Delmiro Méndez e Hijo. Acababa de salir de un depósito de Carapachay, en Vicente López, para llevar 17 obras de Antonio Berni a la casa de su hijo, en Almagro. Se llevaron quince. La Justicia encontró culpables directos del robo, que cumplieron sus condenas, pero no las obras ni al supuesto autor intelectual del delito.
Sí se recuperaron en cambio, un cuarto de siglo después, tres de las 16 pinturas extraídas del Museo Nacional de Bellas Artes durante la Navidad de 1980. En un operativo digno de Misión imposible (en su versión subdesarrollada), los cuatro ladrones entraron por el techo a la una de la madrugada y bajaron por andamios colocados para refacciones. Por allí se fueron cuatro horas más tarde, sin que sonaran alarmas, con un tesoro valuado en 20 millones de dólares que incluía también siete objetos de porcelana y jade de las colecciones de Mercedes y Antonio Santamarina. Sabían lo que buscaban.
La trama se oscureció aún más en 2005, luego de que las pinturas rescatadas fueran ofrecidas a una galería de París por una familia de Taiwán, cuando el juez Norberto Oyarbide señaló una posible conexión con la banda de Aníbal Gordon. El integrante de la Triple A y responsable del centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti también estaba vinculado con atracos en dos museos de Rosario durante la década de 1980. En el libro Pasaporte al olvido: el caso del robo del Bellas Artes (2013), resultado de una investigación que Patricia Martín García pensaba llevar al cine, sumó otra hipótesis: el robo habría sido organizado por la dictadura para intercambiar el botín en Taiwán por armas de guerra, muchas de las cuales se usaron luego para combatir en Malvinas.
Esta historia digna de un thriller es mencionada en un podcast de la serie Traidores del Arte que acaba de lanzar la periodista cubana-argentina Claribel Terré Morell. El relato, disponible en Spotify, menciona otro robo de 140 piezas arqueológicas realizado en el Museo de Antropología de México, durante la Navidad de 1985. “Los autores fueron Carlos Perches y Ramón Sardina, dos estudiantes de veterinaria de 25 y 26 años -recuerda-, quienes planificaron el asalto durante seis meses. Visitaron la institución unas cincuenta veces para estudiarla, observar a los guardias y tomar fotografías. La facilidad con la que se llevaron tamaño botín, hoy sigue sorprendiendo”.
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