Roberto Jacoby: "La vida es demasiado corta para vivir una sola"
Multifacético, transita distintas disciplinas con sus propios códigos; hoy presentará El asalto al cielo, un ensayo sobre filosofía política
Así como lo mejor que puede pasarle a una obra de arte es provocar una pregunta por su propia condición -es decir, si es realmente o no una obra de arte-, también al artista contemporáneo le conviene esa inquietud. El itinerario de Roberto Jacoby se vuelve, en ese caso, ejemplar. ¿Influyente artista conceptual? Sí. ¿Sociólogo indómito? También. ¿Autor de esas letras del grupo de rock Virus que muchos tienen grabadas a fuego? Por supuesto. A Jacoby no se le puede dar jaque mate porque se sale siempre del tablero. Nunca jugó el juego que jugaban los otros y, por lo demás, logró estar en varios lugares a la vez. Por ejemplo, mientras escribía el ensayo El asalto al cielo -ese estudio sobre filosofía política que publicó por fin Mansalva y que se presenta hoy, a las 19, en el Museo del Libro y de la Lengua- escribía "Hay que salir del agujero interior" para Federico Moura. No hay hiatos en el pasaje de la actividad heroica del vanguardismo del Instituto Di Tella a las lecturas de Deleuze o Foucault y de allí al rock y a proyectos colectivos como la revista ramona.
La cuestión de "qué se hace ahora" es una pregunta siempre válida. Es la relación que yo establezco con lo que hago. No soy lo que podría llamarse un artista de taller o de escritorio; alguien que se levanta, se ducha, escribe o pinta hasta las seis de la tarde y después se va a ver una inauguración. No tengo taller ni ningún lugar específico para producir algo. Funciono más bien por la lectura de lo que podría llamarse una demanda social. Qué es lo que haría falta, qué sería importante hacer. Parece pretencioso, pero va por ese lado. Soy ecológico en ese sentido: ya no quiero agregar más objetos al mundo. ¡Hay muchos! Pienso actividades, que no tienen por qué ser un objeto. Actividades que funcionen socialmente, como el Centro de Investigaciones Artísticas, vinculado con la formación de comunidades.
No he sido dotado por el talento retiniano, para usar una palabra que le gustaba a Duchamp. Dibujo más o menos bien, pero hasta ahí. También puedo hacer esculturas más o menos buenas. Desde que empecé a trabajar, me dediqué a acciones no retinianas: circulaciones o incluso objetos que no tenían una imagen muy definida. Pero hay gente que me dice que no es posible hacer algo sin imagen. Y eso es verdad también. Del mismo modo que cuando se habla de desmaterialización del arte existe siempre una materialidad. Por ejemplo, Mariela Scafati, que es una pintora, encuentra en lo que yo hago un estilo específicamente visual. Entonces puede haber en el ascetismo icónico algo visual que se repite.
El asalto al cielo iba a ser supuestamente un trabajo de seis meses, pero duró 10 años. Me pasé de 1975 a 1985 trabajando en esto. Revisar cómo se construyen los conceptos en la teoría revolucionaria en relación con la toma del poder. Yo había trabajado previamente en un libro que se llamaba Lucha de clases y que estudiaba el fenómeno del Cordobazo. Era otra técnica del seguimiento de los hechos y de análisis del discurso, a veces hora por hora. Aquí se trató más bien de ver las obstrucciones que se producen en la teoría a raíz de la experiencia. Siempre se habla de la experiencia como un elemento de la enseñanza, uno aprende de la experiencia. Pero también ocurre que la experiencia obstruye.
Con Virus trabajé toda la década de 1980. La colaboración empezó cuando Federico Moura vino a ver algunas canciones que yo ya tenía escritas, letras vinculadas con el rock. Algunas le gustaron y se las llevó así como estaban para ponerles música y un estribillo, como por ejemplo "El rock mi forma de ser". Era una letra en broma que se burlaba de las letras de rock y que después, paradójicamente, terminó siendo una especie de himno. Para el primer disco, Wadu Wadu, revisé letras que ellos ya tenían. En otros momentos, yo recibía directamente la melodía, que Federico me tarareaba, y sobre eso armaba la letra. Así fue la mayoría de las veces. Y a veces incluso hacíamos los dos juntos las letras. ¡Trabajamos de todas las maneras en las que se podía trabajar!
El pop y la neovanguardia coinciden y se alejan. La lectura que Oscar Masotta hacía del pop consistía en decir que allí se convertía en materia del arte las imágenes de los medios de comunicación de masas. Y la neovanguardia, que éramos nosotros, tomábamos no tanto la imagen sino los medios en sí mismos y sus procedimientos. El pop es netamente imagínico; nosotros tratábamos de que la imagen quedara neutralizada.
Una característica de lo contemporáneo es que todo es posible. Las generaciones más jóvenes no ven contraposiciones en casi nada. Son mucho menos juzgadores y buscan menos la coherencia. Para mí, en los años sesenta, la consistencia y la coherencia eran muy importantes. Era lo que definía a un artista, su consistencia. Eso ya no es un criterio de valor importante. Algo parecido pasa con la originalidad. En los sesenta también tenía cierto peso no ser derivativo. A mí la copia me sigue irritando profundamente. Me dan ganas de pegarle a quien hace una copia ostensible. No creo de ninguna manera que el arte contemporáneo sea el "cualquiercosismo". Hay gente que lo cree. Yo no. Hay contextos, hay relecturas.
No soy nada nostálgico. Lo único que extraño son los amigos muertos, que por cierto son bastantes. Pero convivo con ellos, tengo un diálogo imaginario con Moura o con Masotta. Funcionan como una especie de coro de ángeles que me mira y me cuida.
Viví varias vidas y espero tener todavía algunas. Igual creo que más de siete no hay. Viví varias vidas, sí; algunas superpuestas, otras sucesivas, contradictorias, separadas. Por ejemplo, yo no le daba a leer a Federico Moura El asalto al cielo. La vida es demasiado corta para vivir una sola. Siempre necesité una modulación de intensidades diversas. Lo bueno es que me reconozco en todas esas vidas. Siento que todas esas vidas, la de la teoría, la de la sociología, la del arte, convergen recién ahora en los últimos años. La historia me favoreció. En los sesenta nadie, ni siquiera Jorge Romero Brest, pensaba que lo que hacía fuera arte. Ahora sí.
Roberto Jacoby, 1944
Nació en Buenos Aires y se dedicó por igual a la sociología, al arte y a la escritura. Integró el grupo Arte de los Medios, en 1966. Compuso canciones para el grupo Virus y participó activamente en los espacios underground de la década de 1980. Fundó el Centro de Investigaciones Artísticas (CIA), actualmente en funcionamiento. En 2012, realizó el disco de canciones Tocame el rock, con producción de Nacho Marciano. La mayoría de sus ensayos, artículos y letras fueron reunidos en el volumen El deseo nace del derrumbe. Acciones, conceptos, escritos que editó Adriana Hidalgo en coincidencia con una exposición de Jacoby en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en 2011
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