Roberto Arlt, más allá de las convenciones
Escritor, dramaturgo, periodista e inventor, cosechó duras críticas por su estilo literario, en el que plasmó temas populares con el léxico del pueblo
“Escribe mal”, se le dijo, y él respondió: “Si usted tiene algo que decir, trate de hacerlo de modo que todos lo entiendan: desde el carrero hasta el estudioso... Que ya dice el viejo adagio: ´El hábito no hace al monje´. Y el idioma no es nada más que un vestido. Si abajo no hay cuerpo, por más lindo que sea el trajecito, usted, mi estimado lector, ¡va muerto!”.
Por expresiones como estas Roberto Arlt no hizo más que cosechar acusaciones tan directas como que escribía mal. Por estas y por sus cuatro novelas, cerca de setenta cuentos, una docena de obras teatrales, y más de 2000 notas periodísticas publicadas en los pocos años que la vida le dio para escribir.
Murió joven, a los 42 años, después de haber nacido con el siglo, un 26 de abril de 1900, pero dejó una extensa obra literaria y periodística que se ganó por igual cantidad, críticas y elogios.
Hoy, a 60 años de su muerte, la vigencia de sus textos no hacen más que recordar cuánta razón tenía al decir que “ningún escritor sincero puede deshonrrarse ni se rebaja por tratar temas populares y con el léxico del pueblo”.
Pero quién fue Roberto Arlt, sino un escritor y periodista que irrumpió en la convulsionada Argentina de los años 30 para contar historias de ladrones, prostitutas y personajes marginales de la sociedad. O el mismo que desde sus columnas periodísticas del diario El Mundo, se jactaba de tener amistades con los personajes más oscuros del mundillo porteño. Un día explicaba las bondades del lunfardo, otro día enseñaba cómo se escribía una novela, y por qué no, le daba espacio a sus seguidores, vociferando desde su columna Aguafuertes porteñas las intimidades de las cartas de lectores que llegaban a la redacción del diario donde trabajó desde 1928 y hasta el día de su muerte.
Tanto habló y tanto escribió, y tantas veces también mintió en sus declaraciones que las dudas respecto de su vida aún son muchas. Van y vienen por su biografía, fechas confusas de nacimiento, datos acerca de sus estudios, si es que alguna vez lo echaron de la escuela, si era un egoísta y sólo quería ganar plata... y un sinfín de palabreríos que resuenan cada vez que se escucha su nombre en el recuerdo.
Personalmente puso en esta tarea una especial dedicación, y así lo cuenta en diálogo con LA NACION LINE Sylvia Saítta, autora de El escritor en el bosque de ladrillos, una biografía de Roberto Arlt: “El mismo se ha encargado de construir una vida pública que en muchos casos tiene datos erróneos, contradictorios, y hasta ficcionales. Arlt es un escritor que como pocos en la literatura argentina tuvo particular interés es construir una imagen de escritor que funcionara para su tiempo, pero que efectivamente lo trascendió”.
Autor de novelas clásicas como "Los siete locos", "El juguete rabioso", y "Los lanzallamas", dijo en una entrevista para la publicación La Literatura Argentina, número 12, de agosto de 1929: “ ¿Qué opino de mí mismo? Soy un perfecto egoísta. La felicidad del hombre y de la humanidad no me interesa un pepino. Pero en cambio el problema mi felicidad me interesa tan enormemente, que siempre que lance una novela, los otros, aunque no quieran, tendrán que interesarse en la forma cómo resuelven sus problemas mis personajes, que son pedazos de mí mismo”.
Ya desde el mismo día de su muerte, Roberto Mariani, amigo de Arlt, se encargó de aclarar hasta dónde llegaba esa historia ficcional de su propia vida que se había empeñado en crear y agrandar. “Se me ocurre ahora imaginar qué desastroso retrato personal de Roberto Arlt haría el futuro historiador de la literatura argentina, cuando, componiendo su librote, y precediendo al juicio estrictamente crítico, utilizase esos documentos humanos de primera mano, esas confesiones directas del mismo Roberto Arlt, dándole plena fe...”, fueron sus palabras para la revista Conducta, dos días después de la muerte del escritor.
Fueron muchos los que se encargaron también de analizar y comentar si efectivamente Arlt escribía mal, como lo hizo Julio Cortázar, en La seriedad en los velorios, La vuelta al día en ochenta mundos: “Un Roberto Arlt escribía idiomáticamente mal porque no estaba equipado para hacerlo de otra manera; pero tener una cultura de primera fuerza, como suelen tenerla los argentinos, y caer en una escritura de pizzería, me parece a lo sumo una reacción de chiquilín que se decreta comunista porque su papá es socio del Club del Progreso”.
Arlt provenía de una familia humilde de inmigrantes, de padre prusiano y madre austríaca. Nació en el barrio de Flores y a pesar de que muchas veces dijo que lo habían echado de la escuela, Saítta aclara en su libro que cursó y aprobó hasta quinto grado, y sólo le faltó un año para terminar sus estudios primarios.
También el escritor Ricardo Piglia ha explicado más de una vez la cuestión del idioma en el autor de Los siete locos, y en el prólogo del libro Cuentos Completos dice: “Hay un extraño desvío en el lenguaje de Arlt, una relación de distancia y de extrañeza con la lengua materna, que es siempre la marca de un gran escritor. En este sentido nadie es menos argentino que Arlt (nadie más contrario a la “tradición argentina”): el que escribe es un extranjero, un recién llegado que se orienta con dificultad en el vértigo de una ciudad desconocida...”.
Y fue el propio Arlt quien se adelantó a los acontecimientos y se hizo cargo de despejar las dudas sobre su prosa con su típico alegato ácido: “Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias”, contestó desde las palabras del autor en su novela Los Lanzallamas, de 1931.
Como se ha dicho reiteradas veces, Arlt fue un escritor autodidacta; mamó la literatura nacional y universal desde una zona marginal y según la conclusión del investigador Daniel Scroggins, derivada de su libro Las aguafuertes porteñas de Roberto Arlt, (Ediciones Culturales Argentinas, 1981) “él no hizo literatura sin literatura”. De su análisis se desprenden identificadas corrientes de lecturas como la novela realista europea representada por Flaubert, Balzac, Dostoievski, Dickens, Eça de Queiroz, Galdós y otros y la picaresca española integrada por La Celestina, Lazarillo, Guzmán, Rinconete y Cortadillo y Baroja.
Promulgó una forma de escribir que comparó con la violencia de un golpe. “El futuro es nuestro, por preponderancia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula”.
El periodismo escrito de los años treinta le permitió consolidar un nombre propio dentro del campo literario, pero de lo que aún quedan dudas es si realmente se sintió elogiado por sus pares. “Creo que él obtuvo el reconocimiento pero nunca le bastó. Arlt siempre pide más, pero efectivamente sus pares lo reconocen porque basta con ojear las revistas y diarios de la época para ver que está en todos lados”, comenta Saítta.
De todas maneras, es en la recepción de sus crónicas periodísticas y de las representaciones del Teatro del Pueblo, ámbito en el que incursionó de la mano directiva de Leónidas Barletta, donde se sintió mimado por la gente. “Si hay algo que a él le gusta del teatro es que tiene un contacto directo con el público que mira la obra, él puede debatir con sus espectadores y conocerlos”, reconoce su biógrafa.
Con obras como “300 millones”, su primera pieza teatral estrenada en 1932, y las clásicas “Saverio, el cruel”, “El fabricante de fantasmas” y “La isla desierta”, entre otras, provoca un quiebre en su vida profesional ya que abandona la novelística para acrecentar su pasión por el teatro sin dejar de producir cuentos y prosiguiendo con su actividad periodística, cada vez más comprometida con lo político. “A partir de su viaje a España y a Africa, en 1935, Arlt tiene una intervención más política desde sus notas, escritas al calor de los acontecimientos internacionales y dejando de lado ya a la crónica costumbrista, que fueron sus aguafuertes porteñas”, explica Saítta.
Si los cambios en el ámbito profesional tuvieron lugar por estos años, también en lo personal su vida dio un gran vuelco. Se divorcia de su mujer, Carmen Antinucci, con quien tuvo a su hija Mirta, y se casa con Elizabeth Shine, secretaria en la editorial Haynes, donde se editaba el diario El Mundo. A su lado sigue incursionando en su faceta personal de inventor, ya que realiza un sistema de vulcanización de medias de mujer, logrando que el punto no se corriera.
El domingo 26 de julio de 1942, antes de las 10 de la mañana pronunció sus últimas palabras: “No sé”; fueron hacia Elizabeth, quien mientras se levantaba de dormir, embarazada de cinco meses, le había preguntado la hora, según testimonia la viuda de Arlt a Saítta en su libro.
Sufría desde hacía tiempo problemas cardíacos y frecuentes dolores de estómago; según su partida de defunción muere de asistolia miocarditis crónica.
Fue velado en el Círculo de la Prensa, Rodríguez Peña 80, lugar en el que había estado la noche anterior para votar por primera vez, paradoja mediante, en las elecciones de la institución. “El nunca anduvo en estas cosas —dijo su amigo Conrado Nalé Roxlo a la revista Conducta en su número 21 de aquel año 1942—. Parecía como si hubiese querido despedirse de muchos”.
En la columna Al margen del cable, y con el título de “El paisaje de las Nubes” se despidió de sus lectores con su última nota, publicada en El Mundo al otro día de su muerte. La acompañó la siguiente aclaración: “Roberto Arlt contribuyó con su pluma a ennoblecer esta página y su prestigio irradiaba sobre todas las firmas que aparecen en ella. Esta es su última nota, y en este momento de tremendo dolor no podríamos decir si es o no mejor que otras suyas. Pero repite una de las más preclaras modalidades de su conducta de escritor propenso a destacar el lado paradójico de la vida. Debe leérsela con una emoción particular, pues representa la última expresión de un espíritu excepcional en quien todos veíamos un hermano eminente”.
Se segundo hijo nació cuatro meses más tarde. Se llama Roberto Arlt.
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