Infinidad de ritos se multiplican en las diversas culturas para pedirle a una entidad superior aquello que supera la voluntad individual; desde rezar hasta prender velas, este fin de año todo vale para elevar los ruegos
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“Si me dijeran pide un deseo, preferiría un rabo de nube que se llevara lo feo y nos dejara el querube, un barredor de tristezas, un aguacero en venganza, que cuando escampe parezca nuestra esperanza”. Los versos escritos y cantados por el cubano Silvio Rodríguez podrían resumir lo que gran parte de la humanidad ha deseado durante 2020: que una tromba marina (rabo de nube dicen en la isla) se lleve lo feo y la tristeza y nos deje el querubín, una felicidad edénica. Se acercan las fiestas, el año nuevo y todos queremos un futuro más gentil. No depende de nosotros, la pandemia nos ha enseñado esto, sino de algo superior inefable. Y para convocarlo se han elaborado innumerables ritos.
En primer lugar, queda claro que el deseo se pide a una entidad superior capaz de hacer lo que la voluntad de cada individuo no puede. Esa entidad propiciatoria toma infinidad de formas. Es la lámpara de Aladino, una estrella que pasa y sobre todas las cosas Dios (en cualquier forma histórica y geográfica que se designe) o sus intermediarios. En el occidente cristiano los intermediarios que llamamos santos se han especializado: Santa Rita, en lo imposible; San Antonio, un novio; San Expedito, lo inmediato; Santa Lucía, los ojos; Santa Apolonia, la dentadura; Santa Águeda, los senos, y así una lista interminable. Algunos tienen su propia invocación: “San Roque, San Roque, ¡que este perro no me toque!”; “Santa Lucía, pasa por aquí y sácame esta porquería” (señalando la basurita que entró al ojo), y clásico “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares de noche ni de día”. El chiste cristiano de la cuarentena fue: “San Ignacio, sácame esta barriga sin ir al gimnasio”.
El deseo se pide a una entidad superior capaz de hacer lo que la voluntad de cada individuo no puede.
Se desea lo que no se tiene, o lo que se ha perdido y se quiere recuperar. Encontrar un objeto también alienta una gran cantidad de sortilegios: poner un vaso boca abajo con el nombre el objeto, hacer un nudo en el pañuelo o atarlo a la pata de una mesa, abrir una tijera, invocar a San Antonino de Padua o a San Benito, y recitar “la Virgen cosía, nunca la aguja perdía”. Si el objeto se restituye muchos fieles ofrecen exvotos, pequeñas figurillas en metal (o pequeñas escenas pintadas, como las que coleccionaba Frida Kahlo) que representan el favor, desde la salud hasta una vaca. Los ritos para pedir deseos pueden ser universales, o regionales, también familiares y hasta personales; estos últimos son secretos y no se comparten con nadie, pues de hacerlo, pierden su efectividad.
Se pueden pedir deseos debajo de un puente cuando pasa el tren, cuando viene un auto tuerto -con un solo faro encendido-, al arrojar monedas a una fuente o cuando una estrella fugaz surca la noche. ¿Quién no ha pensado en tres deseos antes de soplar las velas de una torta de cumpleaños? Cruzar un umbral temporal, como el inicio del año, es particularmente propicio pues se avanza sobre una tabula rasa, una hoja en blanco, de ahí la costumbre de recibir el año vestido de blanco. Para atraer la abundancia, en muchas regiones se comen doce uvas, o se usa ropa interior amarilla (color asociado al oro), o rosa (asociado al amor). En esta ocasión hay que mirar adelante con el rostro joven de Jano, el dios bifronte de los romanos a quien se le dedica el primer mes del año ianuarius, más evidente en el idioma inglés, January. La otra cara de Jano es la del año viejo que hay que dejar atrás para que no vuelva, de ahí la tradición de quemar muñecos en las calles. No atarse al pasado, de esto trata simbólicamente la historia de la mujer de Lot que se convirtió en sal al mirar hacia atrás, según relata el Génesis, o el popular dicho “borrón y cuenta nueva”.
Una forma universal y antiquísima de reforzar el rito del deseo es encender velas. Se hace en los templos de todas las religiones y en forma espontánea en los lugares donde murió o habitó algún ser querido.
Una forma universal y antiquísima de reforzar el rito del deseo es encender velas. Se hace en los templos de todas las religiones y en forma espontánea en los lugares donde murió o habitó algún ser querido, incluyendo ídolos populares, desde Diana Spencer hasta Diego Maradona. El sólo hecho comunitario de posar velas frente a una imagen transforma el lugar en un altar, pues cuando se enciende una pequeña llama con intención y/o con fe se abre un vórtice de luz, un camino ascendente. Igual sucede cuando se quema incienso, pues el humo eleva las intenciones. En la comunidad judía, Janucá o Fiesta de las Luminarias consiste precisamente en encender las velas del candelabro de nueve brazos o januquiá, diciendo bendiciones cada vez.
La oración (mantra en Oriente) también potencia el rito, es más efectiva si se hace íntima y mentalmente, pues cuando se recita a viva voz corre el riesgo de convertirse en un parloteo. El Padrenuestro es una oración poderosa y conmovedora, se compone de una invocación y siete peticiones. La última -líbranos del mal- es la más urgente de nuestro tiempo. Según escribe el erudito rumano Mircea Eliade en su Tratado de Historia de las Religiones, el Padrenuestro es heredero de un llamado al dios más elevado, al altísimo, es decir un tipo de dios uranio (por Urano) al que también rezan incluso tribus australianas y africanas. Entre los budistas, el mantra om mani padme hum es tan popular y cotidiano como el “Oh my God!” de los anglohablantes. Para derribar los obstáculos, en el hinduismo se invoca a Ganesha (el de la cabeza de elefante) con el mantra om gam ganapataye namaha.
Cómo será de potente la palabra que la sílaba sagrada ohm resume todos los sonidos de la tierra y San Juan afirma en su Evangelio que “en el principio era el Verbo (logos, la palabra razonada)”. La palabra ojalá tiene origen árabe y significa “si Dios quiere” (o quisiera según algunos arabistas). También es el título de otra canción de Silvio Rodríguez: “Ojalá pase algo que te borre de pronto, una luz cegadora, un disparo de nieve, ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre”. ¿Porque no admitirlo? Muchas veces hemos querido borrar a alguien de nuestra vida; al enemigo oscuro se lo neutraliza escribiendo su nombre en un papel que se guarda en un frasquito con agua puesta a congelar, pinchando la foto con alfileres, o quemando su imagen. Para que se vayan las visitas (especialmente la suegra) hay que poner una escoba detrás de la puerta.
¿Por qué se piden sólo tres deseos al genio de Aladino, al soplar la vela de la torta de cumpleaños, al ver una estrella fugaz, y en tantas ocasiones más? Sería mezquino no recomendar la lectura de La gran tríada, de René Guenón -un erudito malhumorado dotado de una sabiduría que pocos humanos han alcanzado-, aunque todo parte de un ternario fundamental: Tierra-Hombre-Cielo. ¿Serán suficientes tres deseos para 2021? Habrá que confiar en la sabiduría bíblica, Dios proveerá.
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