
Rigurosa geometría
Agatiello insiste en los recorridos espaciales inspirados en la cinta de M?bius, que conducen visualmente a los espacios siderales; la temprana madurez de Cristian Mac Entyre
Si bien nació en Buenos Aire en 1943 creo importante recordar que Mario Agatiello pasó los primeros diez años de su vida en Mendoza. He observado que los habitantes a ambos lados de la cordillera parecen estar dotados de una singular energía. Vaya uno a saber qué ondas magnéticas pasan por esas tierras. Lo cierto es que Mario de vuelta en Buenos Aires apenas asomado a la Facultad de Arquitectura la abandonó para dedicarse de lleno a la disciplina del diseño que ya le permitía ganarse la vida. Dedicado a una labor que lo apasionó, fue recién a los 30 años que, gracias a la retratista Estrella Dupont, entró en contacto con la obra del maestro Vassarely. A partir de entonces el arte pictórico sería su pasión dominante que lo mantendría concentrado en el mismo hasta el día de hoy.
Ya en 1984 su definida personalidad volcada al impecable rigor geométrico me llevó a incluirlo entre los 49 Artistas de América. Las dos décadas que transcurrieron desde entonces me permiten reafirmar aquella intuición, ubicándolo entre los más destacados creadores de su generación.
Una de las obsesiones que nunca lo abandonó fue la de la famosa cinta de M?bius, usada por un sabio del siglo XIX, para demostrar ciertas particularidades topológicas del espacio. Girando una banda cilíndrica sobre sí misma se alcanza una figura que permite ser recorrida al infinito. Esta obsesión será trasladada a las pinturas como un leit motif que sostiene esos recorridos espaciales que nos conducen visualmente por lo que asemejan espacios siderales; un viaje que nos interna en la infinitud del cosmos, que es una contrapartida a la infinitud de nuestro microcosmos interno, a esa sed de espiritualidad que se agita en nuestras almas.
Mario ha tocado esa dimensión que se repliega en el misterio, que es una de las mayores aspiraciones de la creación estética y, por sobre todas las cosas, Mario es un gran esteta, algo que condice con las exigencias de ese estilo donde lo impecable es exigencia.
Supongo que es en parte esa exigencia vital la que lo llevó a exponer sus obras en Japón donde asimiló ese clima del budismo zen, al que intuitivamente buscaban sus abstracciones, de modo similar a lo que le ocurrió a Leopoldo Torres Agüero.
Con más de 40 muestras individuales en su haber en nuestro hemisferio, en Asia y en Europa, ya Mario merece ser considerado una de las cumbres como la de aquellos Andes donde pasó su niñez. Recuerdo a Líbero Badii cuando en tren de enseñar en aquellas latitudes señaló a los alumnos los Andes: "Esa es la lección", les dijo.
No creo que perdiese vigencia el poema que le dediqué a Mario Agatiello hacen ya unos cuantos años: "Enjambres de ciudades/ Laterales y veloces,/ Desplazando somnolencias./ Poderosas de energía/ En ruta a lo que vendrá/ Dejando estelas fosforescentes a su paso.// Hay optimismo en el viaje/ Fe que aguardan mundos mejores/ Que los que dejamos./ Lo presentido con bastante más ?swing´/ Que la nostalgia.// Automóviles o naves espaciales/ Aunque apretes el acelerador/ Nos transmitís sensación de seguridad/ En tus visiones,/ Catapultas a lo desconocido/ Sin temores/ Gracias a tu ojo preciso,/ Tu oficio depurado,// Tus nervios de acero.
En Galería Agalma (Libertad 1398) hasta el 22 de febrero.
Temprana madurez
Cristian Mac Entyre, pese a su juventud, es ya un artista maduro. No sería posible ignorar que en parte esta temprana madurez acusa la influencia de su padre, uno de los mayores artistas de nuestra época.
Lo dicho no ha ido en desmedro de la personalidad de Cristian, quien ha sido capaz de arribar a su propio estilo que nos remite al tema del tango. El grueso de la obra contemplada y que sin duda será el de su próxima exposición recorre las más variadas y sutiles gamas de color a partir de las parejas, cuyo movimiento ha sido captado sin por ello evadirse del más puro rigor geométrico. Tampoco la luz está ausente de esas composiciones y se hace presente con líneas rectas, que van delimitando los espacios de la tela que obedece con docilidad a los dictados del acrílico. Suma elegancia preside cada una de sus creaciones en las que el dominio técnico está puesto al servicio de una evidente inspiración.
Sería incompleta esta crítica si no agregásemos que ya Cristian incursiona en una nueva etapa donde lo figurativo se materializa con las delicias del claroscuro esfumadas en parte, haciendo hincapié en la dimensión poética.
No cabe duda de que estamos en presencia de uno de los nuevos valores que darán mucho que hablar, en tanto la crítica no sea pospuesta a consideraciones coyunturales donde el marketing se anteponga a la calidad estética, que al decir de Frank Lloyd Wright es una forma refinada de la ética.