No es obsecuencia ni conveniencia, a veces es simplemente amor. Y sucede. Afortunadamente, a menudo. Ocurre en Chacarita, Barrio Norte, Olavarría y San Pedro de Jujuy. El argentino tiene cataratas de defectos -en eso estamos de acuerdo- ,pero la familia nos unifica, nos atraviesa visceralmente a todos. De hecho, en el mundo, cuando zafa de su perfil más insoportable, se lo valora por su arrabal de afectos familiares. La melancolía siempre tiene sabor a la vieja, el abuelo, el patio, el quincho, el fútbol, los domingos de asado o ravioles. Las inquietudes y alegrías de nuestro ser están muy ligadas a estos lazos, que suelen ser más fuertes a medida que el tiempo pasa.
Hay teorías urbanas que juran que los amigos son fuente de salud, de prevención de enfermedades crónicas y fortaleza emocional. Aquello de "lo primero es la familia", que hace muchos inmortalizaron los Benvenuto en la pantalla chica, copa en mano, no es detalle. Familia, solidaridad y amistad siguen siendo motivos de orgullo nacional. Tal vez lo único que nos queda en medio de tanto cambalache.
Ejemplos: miles. Pero de los famosos ninguno compite con los Ortega. Palito, Evangelina, sus seis hijos y un colectivo de amigos, anécdotas e historias tan impresionantes que darían lugar a varios libros. Ellos en sí mismos ya son un best seller. Palito: tucumano de infancia dura que llegó en tren a la gran ciudad, guitarra en mano. Y de pronto, el éxito, los escenarios, el cine y una mujer con quien construir un reino sin receta. Evangelina, la actriz que desobedece a su madre, Chochi, y deja su carrera por amor, blanca y radiante se casa en vivo y en directo frente al pueblo que la mira por tevé (fue la primera boda en vivo).
"Ramón tenía la necesidad de tener una familia muy tranquila, organizada, porque venía de la soledad. Su madre lo abandonó junto a sus hermanos y él tenía en mente otra cosa. Yo jamás fantaseé con otra historia que la que construí", asegura ella, personaje central en la familia, que con sus modos de princesa, cuerpo etéreo y mirada cristalina, todo lo puede, lo pudo y lo podrá.
Julieta Ortega, se sabe, es la mayor de las hijas mujeres. Actriz, empresaria y un montón de otras cosas, habla de vivencias y herencias adquiridas: "Una suele repetir escenas que vivió de niña. No sé si realmente se hereda. Son situaciones que uno conoce y en las que siente que vuelve a casa. El calor de la familia, de los hermanos, de padres involucrados, de amigos que se suman....todo eso lo conozco", dice la actriz, que recuerda el campo de Luján y su quincho famoso como punto de encuentro de familia, amigos y artistas.
-¿Siguen yendo?
-Sí, aunque los puntos de encuentro cambiaron con los años. Fue Luján en su momento; ahora es el departamento de Barrio Norte.
-¿Quién tejió esa comunión a través de los años?
-Creo que mi mamá. No fue casual. Ella trabajó para eso desde que éramos chicos. Esa decisión de que los amigos sean bienvenidos, que los hermanos no nos perdiéramos de vista, saber que ellos están ahí siempre.
Julieta, como sus hermanos, dice que la familia grande no les pesó nunca. Por el contrario, siempre la sintieron como un lugar tibio donde volver. El nido. Y así funciona la casa céntrica de los Ortega. Con engranajes tomados de alguna obra de teatro que aún está por escribirse, los personajes del clan entran y salen del elegante departamento con guiones que improvisan y sorprenden por lo tierno.
"¿Cambiaste la funda de la guitarra, Rosario?", le dice la madre a la más chiquita, mientras Julieta sale de la cocina, saluda y la sorprende con un "¿Dónde estacionaste? Ojo a esta hora". Y así uno, otro: el que llama por teléfono, la empleada que pregunta cuántos serán esa noche a cenar porque Emanuel, que vive en el exterior, está en Buenos Aires y, desde ya, merece un gran recibimiento. Mientras, Palito pinta. Hace retratos impresionantes. En silencio. En un escritorio coronado con un Berni que lo retrató jovencito. Cerca del mueble que hace sesenta años hizo con sus manos el ebanista Salazar, abuelo de todos, padre de Evangelina.
Uno de los Ortega "adoptivos" es el poeta Fernando Noy, actor, cantante, dramaturgo y dibujante, íntimo de la casa y eterno agradecido. "Ellos son, además de un enjambre de grandes artistas, mis amigos del alma. Con una solidaridad que de algún modo confirma la existencia de Dios. Cuando mi casa ardió hace ya cinco años, por ejemplo, Evangelina me alquiló un lugar para sobrellevar aquel terrible percance. Nunca hablé de esto, lo haré en mi próximo libro, Peregrinaciones profanas, donde hay un capítulo especialmente dedicado a los Ortega. ¡Tanto me une a esta familia! Después de filmar con Luis un rol femenino en la película El ángel, que se realizó con El Deseo, la productora de los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar, yo me siento una chica Ortega. Porque, además, Luis es un gran poeta de la pantalla y la vida misma".
Con la voz quebrada, Ana María Picchio dice que no sólo los Ortega son el paradigma del argentino familiar sino que el amor y la generosidad sin límites que los caracteriza signaron su carrera. "Evangelina consiguió que yo hiciera solo las cosas importantes. A mí no me gustaba tanto la televisión, pero me llamaban. Entonces ella me decía, ¿cuánto te van a pagar, Anita? Yo le contestaba tal cosa y ella me decía: ¿por qué no te quedás con los chicos? Total yo te doy esa plata. Ella permitió que hiciera trabajos, no por dinero, por placer. Hasta que llegó la película La tregua. ¡Lo feliz que se puso! Hasta me prestó el relojito que le había regalado su padre para mi personaje Avellaneda. Eso era de un valor inigualable, un honor para mí. Siempre digo que Evangelina nació para criar. Tiene una cosa de madre innata". Y sus palabras se extienden a Palito. "Es que él, testigo de nuestra amistad de cincuenta años, me invitó a ser parte de la familia. Conocí a Evangelina filmando El santo de la espada, de Leopoldo Torre Nilsson. Ella ya era conocida y yo no. ¡Pero nos hicimos tan amigas! Es que éramos muy parecidas. Teníamos la misma madre, la misma educación, las mismas tías... En ese entonces sólo estaba Martín. Y me invitó a su casa para conocerlo. Todavía recuerdo el moisés, el chiquito junto a una ventana que le daba sol. En esa época El Negro apenas hablaba, era muy para adentro. Y yo tenía una vergüenza fatal. Pero Evangelina le pidió que me lleve hasta casa. Era la primera vez que lo veía y me acercó con su Mercedez Benz ... No puedo explicar la cara de los porteros de mi cuadra".
Así pasaron los años, los hijos, los madrinazgos, las anécdotas en Miami, Tucumán, las conversaciones telefónicas de horas y la pícara resignación de Palito ante esta nueva hermana de su esposa. "Me quedaba con ella cuando él se iba de gira -sigue Piccio-. Llegaba del teatro y me encontraba con la comida calentita. Lo que más agradezco es que me compartieron a sus hijos. Yo llevaba a Martín a la casa de mi abuela, que era muy pobre, y él me decía 'no me traigas más, Anita, que me da mucha tristeza la casa de tu abuela'. Es que apenas tenía luz; no era muy agradable el lugar. Pero yo quería que ellos conocieran otras cosas. A Luisito lo llevé por primera vez al cine y Sebastián me acosaba preguntando cómo empezó el mundo. Julieta es mi ahijada, me hace llorar cuando dice que soy su segunda madre. Bah, siempre me hace llorar. Y los más chicos, ahora enormes y tan talentosos. Somos familia".
Los Ortega han construido una familia primaria y otra, de lazos profundos y entrañables, por elección. Cuentan que Charly García no tenía onda con ellos (de hecho había hecho unas declaraciones peyorativas que los había ofendido bastante) hasta que Luis lo cruzó en un bar y lo invitó a la casa familiar. Charly aceptó conocer el estudio y, casi al instante, terminaron tocando juntos con Palito. Después la historia conocida: excesos, internaciones, escándalos y el rol de Ramón haciéndose cargo del músico. "La jueza le dio la responsabilidad a mi marido por lo que pudiera suceder", confesó Evangelina. Y todo salió bien. Fueron largos meses en Luján. Los hombres allá, instalados, tocando. García también los considera familia y cada tanto llama. Mima a la "reina madre" con frases amorosas. Les hace saber que está agradecido y ellos le repiten que las puertas están siempre abiertas. Rosario, la menor, es la debilidad de Charly. Componen juntos y, según cuentan amigos, renace un poquito cada vez que la ve.
"Todo se potencia porque somos muchos", suele decir Martín, el hijo mayor , el último en regresar de Miami y quien describe a la Argentina a corazón abierto. "No creo que sea un mandato familiar, pero sí me pasó que estando allá, en un momento en el que me iba muy bien profesionalmente, decidí volver. Me bajé de de la escalera mecánica del éxito americano sin saber acá qué onda. Hay algo que es más de nuestro pueblo que familiar y tiene que ver con ser solidarios y creer el uno en el otro. Nunca me voy a arrepentir de haber vuelto. Prefiero mil veces esto, con todos los problemas que existen, al cinismo y el miedo de acercarse a la gente", asegura el productor.
En este intento de reconstruir cuáles son nuestros valores mirando a los Ortega, que hace años se entrenan en potenciar vínculos y hacer gala de su generosidad, las anécdotas se apilan como piezas de dominó.
"¿A mí me la van a contar? Yo siempre digo que a Palito le quedaría muy bien la sotana. Lo llamo cariñosamente Obispo Ortega, o monseñor -bromea Cacho Castaña, otra persona a la que le han dado cobijo en tiempos difíciles-. Si lo candidateamos, en dos años es Papa. Para mí esa familia fue una bendición y son un ejemplo de todo lo bueno que tenemos los argentinos: solidaridad, amor, fidelidad y códigos. Con Palito nos conocemos de toda la vida, somos contemporáneos y nos cruzamos siempre en festivales y rutas. Pero fue cuando tuve mil problemas de salud que él se acercó y nos hicimos tan amigos. De la nada me vino a ver y se transformó en un médico más", cuenta haciendo malabares para no moquear.
El músico pasó por cuatro internaciones en diferentes clínicas, fueron años durísimos, pero ahí estaba Palito, con su guitarra, sentado en la sala de terapia intensiva y tomándole la mano, cantando bajito alguna canción y diciéndole "vamos, Cachito, que el Luna Park nos espera". Y así fue.
Cuando Castaña habla de la amistad como "una medicina distinta", cuando recuerda que además de Ortega estaba Adriana Varela susurrándole al oído, el caso coincide con las encuestas que hablan de amistad, endorfinas y poderoso efecto analgésico.
El argentino, a diferencia de los americanos del norte y de la mayoría de los europeos, no se identifica con el Estado. Hay estudios que demuestran que, de este lado del mundo y muy cerquita del río, sólo concebimos relaciones personales. Cuando se habla de valores esenciales se agitan las banderas en defensa de la paz, los derechos humanos, la democracia, las libertades, la honestidad, el esfuerzo, la educación, el patriotismo. Pero en el día a día, en el cambalache al parecer sin remedio, la amistad y la familia nos siguen manteniendo mantienen en pie.