Retrato de Mickey Mouse, el último punk
Who Killed Bambi (¿Quién mató a Bambi?) iba a ser el nombre original de la película con la que Malcolm Mc Laren pensaba completar la obra de los Sex Pistols contratando a Russ Meyer, un director bizarro y de culto, para que hiciera una parodia violenta no solo de Disney sino de toda la filmografía pop (de King Creole de Elvis en adelante). Nadie se aventuró a invertir en algo que podría ser todavía más ofensivo que poner un alfiler de gancho en la sonrisa de Elizabeth (la tapa del disco simple “God Save The Queen” por Jamie Reid) en el mismo año de su jubileo, 1977. Y entonces la película terminó llamándose The Greatest Rock and Roll Swindle (La Gran Estafa del Rock and Roll) y se estrenó ya con los Sex Pistols disueltos y Sid Vicious, el James Dean del apocalipsis, muerto por una sobredosis de heroína tras el asesinato de su pareja Nancy Spungen. La dirigió Julien Temple y con la forma de un music hall dadá se convirtió en el manifiesto contracultural de Mc Laren. Con el mismo Temple, los Pistols dieron una versión documental de los hechos en The Filthy and The Fury (2000) después de una gira insípida que les sirvió para pagar deudas y demostrar que sin el contexto eran todo lo que no habían querido ser: una banda de rock and roll. Veinte años después, los dos extremos de la cultura de masas limaron asperezas. Basado en un libro autobiográfico del guitarrista Steve Jones, el también inglés Danny Boyle (Trainspotting) está rodando en el este de Londres la futura serie Pistol para la plataforma de streaming de Disney (los mismos de Bambi, of course).
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Sobre papel misionero, con látex y barniz, el punk Diego porteño Fontanet realizó entre 1984 y 1987 una compulsiva serie de Mickeys, la criatura fetiche de Walt Disney, que colgó, por primera vez, en las paredes de un pub llamado El Depósito sobre la calle Cochabamba en San Telmo. Entonces todo formaba parte del underground. No lo recuerda él ni yo tampoco, pero es probable que sus Mickeys sin marco ni nada que legitimara su obra como arte estuvieran allí la noche de 1984 que ví por primera vez a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Los Mickeys que Fontanet hizo para El Depósito se pueden ver ahora en la galería Cosmocosa como parte de su rescate de la pintura salvaje del under porteño. En su iconografía, el personaje de Disney es apropiado y entreverado con otra postal americana menos feliz: el hongo atómico. Así, sus pinturas urgentes que se vienen al ojo como piña deshacen la operación original de Roy Lichtenstein con el cómic. El ratoncito es apartado, desviado de su intención original, no se trata solo de transferirlo fríamente de la revista barata a la galería de arte. Lo suyo está mucho más cerca de la idea que Mc Laren y Meyer habían tenido con Bambi: desfigurarlo, punkearlo. Para Fontanet Mickey no estaba ahí como reflujo de la infancia sino como ícono de la cultura yanqui aunque su estética estuviera lejos de ser psicobolche. Para él es una rata, alto símbolo del punk (de Rat Scabies, de The Damned, a nuestros Ratones Paranoicos o “Ratas en el puerto, ratas en la calle, ratas en la ciudad” en “Hijos de Perra” de Los Violadores) con el que Luis Frangella (1944-1990) empapeló Cemento en su inauguración en 1985. Así, el Mickey under de Fontanet se mezcla con retratos de Reagan y con imágenes de Rául Alfonsín o Isabel Perón, uno de los personajes más urticantes para representar al punto que ni Daniel Santoro la incluye en sus obras sobre la arcadia peronista. Fontanet fue el primero (y único) que la metió en el arte en los 80 hasta que Marcia Schwartz incluyó una grotesca pintura-instalación sobre ella en Ojo, su antológica en Colección Amalita de 2016. Los Mickeys se independizan luego y forman una suerte de pueblo que marcha contra el FMI pero en estas obras finales el ratón de Disney se confunde con las ratas de Maus de Art Spiegelman, pionero de la novela gráfica con su versión del Holocausto. La Isabel de Fontanet, en consecuencia, se deja ver haciendo el saludo nazi. Lo mismo que Bambi y Mickey: punkeada. Es una suerte que este conjunto de arte punk haya sobrevivido a la aceleración y fragilidad de la escena. No pasó lo mismo con los murales que Duilio Pierri, Armando Rearte, Martín Reyna, Luis Pereyra y Fontanet habían hecho en la estación Callao del Subte D y que la intendencia radical a cargo de Julio César Saguier mandó a cubrir por las quejas de los pasajeros. El arte atacaba entonces, todavía.
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John Lydon, que en los años punk fuera el dickensiano cantante Johnny Rotten, se opuso a que Boyle dispusiera de las canciones originales de los Pistols para su serie así como antes lo había hecho con The Crown. Esa decisión ética y estética terminó en tribunales (enfrentándolo a sus ex compañeros de banda más el misterioso State of Sid Vicious que terminaron ganándole la pulseada esta semana. La serie sigue adelante y Disney parece haber conseguido domesticar al fin la rabia de un grupo cuyo paradigma visual se extendió tanto o más que su ruido. La mismísima Cruella De Ville volvió en 2021 en versión adultescente más parecida a la Siouxsie de 1979 que a la villana original del filme animado. Y Lydon, ex Rotten, podrido, vomitó en los medios: “El fucking Mickey Mouse es ahora el dueño de los Sex Pistols”. Parece que aquí, en el under de Buenos Aires, un pintor muy joven ya lo intuía en el orwelliano 1984.
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