Retratistas de la Independencia: ¿qué tan fidedignos son los rostros de nuestros próceres?
Gran parte de las imágenes de los acontecimientos históricos no son contemporáneas ni fueron tomadas de modelos reales
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Para la construcción del relato histórico de una nación son tan importantes los textos como la iconografía que inspira al imaginario popular, adquiriendo un valor simbólico. Las imágenes de los manuales escolares o revistas que frecuentábamos en nuestra infancia ejercen aún un enorme valor evocativo, pero ¿qué tan exactos son al reproducir los acontecimientos que retratan?
En los primeros años de vida patria escaseaban los artistas, quienes entonces se ganaban la vida como retratistas de las clases más acomodadas. De allí que gran parte de las imágenes que poseemos de los próceres no son retratos de modelos reales, sino identikits reconstruidos años más tarde por artistas, basados en el testimonio de testigos o parientes.
Repasando los retratos de quienes participaron de las jornadas de la independencia, encontramos muchos que desconocemos su origen o fueron pintados después de fallecidos.
En algunos casos, cuando existe más de una imagen de su rostro, intervienen preferencias políticas en la elección de la representación icónica. Tal es el caso de general San Martín, quien fuera retratado durante su permanencia en América por el pintor peruano José Gil de Castro (1785-1841) en más de una oportunidad. Sin embargo, la imagen canónica que preside las aulas argentinas es atribuida a Jean Baptiste Madou (1796-1877), realizada mientras don José vivía en Bélgica. Según cuenta García Hamilton, esta obra de Madou fue consagrada por la entonces primera dama, la Eva Duarte de Perón, en 1950, porque creía que en un país de inmigrantes era mejor tener un héroe con fisonomía europea.
De Belgrano contamos con el retrato de Francois Casimir Carbonnier (1787-1873) pintado en Inglaterra. Sin embargo, después de 1816, Belgrano sufrió un recrudecimiento del paludismo que lo asolaba y le indujo una severa insuficiencia cardiaca y hepática con marcada retención de líquidos, que deformaba su figura y su rostro.
El caso más paradigmático de reconstrucción icónica ha sido el del General Martín Miguel de Güemes, quien no fue retratado en vida. Cuando su figura se agigantó con el tiempo, fue necesario buscar una imagen para consagrar y, en este caso, el pintor francés Ernest Charton (1816-1877) se inspiró en la apariencia de sus hijos Martín, José Luis y su sobrino nieto Carlos María Figueroa.
Vale recordar que José Gervasio Artigas, gestor del Protectorado, había declarado la independencia de las provincias mesopotámicas en julio 1815, en el Congreso de Arroyo de la China (cuyas actas se han extraviado), razón por la cual estas provincias no asistieron al Congreso de Tucumán. La imagen más popular de Artigas es obra de Juan Manuel Blanes (1830-1901), quien representó a un apuesto hombre maduro parado frente a la puerta de la Ciudadela de Montevideo. Sin embargo, el único retrato dibujado en vida pertenece al Dr. Alfred Demersay ( 1815-1891) años más tarde, cuando Artigas vivía exiliado en Paraguay, y muestra a un hombre viejo, encorvado y desdentado, muy lejos del viril prócer de Blanes.
Se carece de toda imagen contemporánea a lo acontecido en 1816 en esa Casa de Tucumán, cedida por la familia Bazán como sede del Congreso. De hecho, la primera imagen fotográfica fue tomada en 1868 y se la ve muy deteriorada. Seis años más tarde, fue adquirida por el gobierno, que la convirtió en Correo antes de consagrarla como Museo.
Cuando se acercaba el centenario, las autoridades se vieron en la necesidad de ilustrar el acontecimiento. Para representar ese acto, se eligió al artista catalán Francisco Fortuny (1865-1942), quien plasmó el entusiasmo patriótico tanto de la gesta de mayo como de la independencia. En su cuadro de la jura de la independencia incurre en algunas “imprecisiones” ya que en primer plano pone a un militar y el único que asistió fue José Gorriti, quien lo hizo en su carácter de doctor en derecho, por lo que es poco probable que haya usado el uniforme en la ocasión. También se ven a tres sacerdotes usando sotanas, aunque fueron doce de los veintinueve firmantes quienes concurrieron en su carácter de prelados y doctores en teología.
Otra obra canónica que retrata el momento de la jura de la Independencia fue pintada Antonio González Moreno (1896-1968) en 1941, quien se tomó la molestia de identificar a los partícipes de la ilustración, basándose en retratos existentes. Son dieciséis los identificados cuyos cuadros hoy se exhiben en Tucumán.
Estos dieciséis retratos, que reflejan con cierta exactitud los rasgos de alguno de los presentes en la jura de la Independencia, son obra de Augusto Ballerini (1857-1902), pintados en 1897. De ellos sabemos que Pedro Martín Gallo también había sido retratado por Gaspar Palacio (1828-1892) en 1842, figura que utiliza para reproducir sus rasgos.
Juan José Paso fue retratado por el artista francés Ernesto Charton (1816 1877) en 1872, aunque para entonces el prócer llevaba casi 40 años yaciendo en la Recoleta y probablemente Charton se haya basado en una miniatura de autor desconocido.
José Mariano Serrano fue pintado por Amadeo Gras (1805-1871) cuando el congresista se desempeñaba como miembro de la Corte Suprema de Bolivia.
De Tomás Godoy Cruz había un retrato de autor anónimo en el Museo Histórico Nacional del que se valió Ballerini para hacer la obra que hoy se expone en Tucumán. Posteriormente al aporte de Ballerini, se agregaron retratos de los demás participantes, pero estos no estaban basados en representaciones fidedignas sino en evocaciones que probablemente tengan su cuota de imaginación.
Del José Ignacio Thames hay un retrato sin fecha, obra de Lina Villarubia Norry (1890-1966). En cuanto a Mariano Boedo, existe una obra de Guillermo Usandivaras (1897-1976) agregada al Museo de Tucumán en 1933 .
Juan Agustín Maza, representante de Mendoza, fue pintado por Rafael Rufino Cubillos (1881-1948) en 1936, mientras que el retrato del tucumano Pedro M. Aráoz fue obra de Antonio Chiaveitti (1916-2006) y el de Manuel Antonio Acevedo fue ejecutado por Luis Lezana (1900-1982) en 1961.
En 1966, Miguel Petrone (1892-1979) agregó los rostros de José Severo Malabia, Pedro Ignacio Rivera y José Andrés Pacheco de Melo, mientras Miguel Ángel Vidal (1928-2009), ese mismo año, completaba la galería con los retratos de Eduardo Pérez Bulnes y José Antonio Cabrera.
En 1992, Gerardo Ramos Gucemas (1941) agregó a fray Cayetano Rodríguez, basado en un retrato de autor anónimo en el Museo Histórico Nacional.
La representación del presbítero Pedro León Díaz Gallo fue realizada por el artista Hugo Argañaraz (1950) en el 2003. Se desconoce al autor de la imagen de José Antonio Cabrera. Un caso particular es el de Juan José Paso, quien fue inmortalizado en el bronce por Torcuato Tasso (1855-1935) con motivo de la celebración del Centenario.
Lola Mora (1866-1936), nada más y nada menos, inmortalizó en el mármol a un joven y sin bigote Narciso Laprida, “ese que había estudiado las leyes y los cánones”, presidente de la sesión del 9 de julio, muerto salvajemente por las hordas del fraile Aldao, quien “en el espejo de esa noche alcanzó mi insospechado rostro eterno” (Borges, Poema conjetural).
Aristóteles decía que la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía haber sucedido. Quizá estas reconstrucciones iconográficas (no siempre precisas y de retratistas olvidados) muestran lo que nos gustaría que hubiese sucedido.